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Yucatán

Conrado Roche Reyes

En Yucatán no hemos tenido, pese a ser una tierra reconocida nacionalmente como una tierra amante de la fiesta brava, a ningún torero siquiera de mediana categoría. Allá por los años de la década de 1950 surgió el que creo pudo llegar a ser figura del toreo. Se trata de Raúl Bassó, quien desbordaba afición y buenas maneras. Apuntaba para figura, y para allá iba, pero mejor veamos una breve semblanza de este infortunado torero yucateco.

Raúl Bassó Dondé nació en Mérida Yucatán en el año de 1931, en el seno de una familia sin apuros económicos, como sucede en la mayoría de los aspirantes a toreros, que generalmente pertenecen a los estratos más humildes de la sociedad.

Raúl desde muy pequeño sintió el gusanito de la afición a los toros. Comenzó como todos a ensayar lo que posteriormente realizaría en los ruedos en el desaparecido Circo Teatro Yucateco, escenario de sus más memorables triunfos.

Se inicia aquí en su tierra actuando en varias novilladas, y por todo el Sur del país.

Después de pasar por todas las penurias y calvario por el que pasan todos los aspirantes a toreros, finalmente, y después de mucho batallar por esos pueblos de Dios, es anunciado en la Monumental Plaza México en el año de 1955 en una novillada mixta. Abrió el festejo la becerrista estadounidense Bette Ford y tuvo como alternante en ese su debut a José Lavín, otro jovencito aspirante.

Como novillero actuó en varias entidades del país con éxito muy relativo. Y es que Raúl, a pesar de ser un finísimo novillero, andaba muy medidito de valor y sus fallas con el estoque lo obligaron a renunciar a su sueño de ser figura del toreo. Sin embargo su pasión por la fiesta brava no decae y decide cambiar la seda por el percal convirtiéndose en un muy solicitado subalterno. Estuvo en la cuadrilla de las máximas figuras del toreo en México.

De Raúl Bassó existe una anécdota muy recordada, se decía que “era el torero que más le ha llegado al público”. Lo que sucedió es que, actuando en la Plaza México, el toro lo alcanzó cuando intentaba saltar la barrera y de un empujón por la espalda lanzó a Raúl en el tendido entre los aficionados de las primeras filas. Este suceso, chusco, fue y es muy comentado hasta nuestros días. Es el único caso en la historia de la tauromaquia que tal cosa sucede.

Raúl Bassó, además de sus andanzas taurinas, llevaba el arte en las venas, fue un destacadísimo pintor, especializado en temas taurinos. Muchos de los carteles que anuncian festejos, aún hoy día, son obra de Raúl Bassó, su obra fue muy cotizada y muy requerida y fue asimismo un excelso retratista. Y además, algunas de sus pinturas son del género abstracto, muy bellas de verdad. Fue un gran artista del pincel con obras de alto nivel artístico.

En el viejo Hotel San José, en el lobby, existía una muy buena colección de cuadros a lápiz de este gran torero y pintor. En una palabra, desbordante de arte por los poros.

El día fatal

El 30 de noviembre de 1969, en el lienzo charro “Las Palmas”, de Santa Clara, Estado de México, se anuncia una novillada con Rogelio Leduc, Luis Gallardo, Joel Marín y Jorge Oliva con novillos de Cerro Gordo. Raúl Bassó, ya semi retirado, aceptó estar en la cuadrilla de Leduc por la amistad que tenía con la familia.

El cuarto de la tarde lo hirió en el muslo derecho, una grave cornada de 25 centímetros. Debido a una deficiente atención médica, en el aquel entonces muy pinchurriento pueblo que era Santa Clara, se le presentó una infección terrible.

Trasladado a la Ciudad de México, el médico titular de la Plaza más grande del mundo, Tirso Cascajares, quien a tantos toreros había salvado la vida, hizo esfuerzos sobrehumanos para salvar a Raúl. Su esposa suplicaba al doctor Cascajares que, por favor, le salvara la pierna, a lo que el galeno respondió a la señora que ya no se trataba de salvarle la pierna, sino la vida. Todo fue inútil, el fino novillero, gran subalterno, banderillero y peón de brega y pintor de polendas falleció el día 3 de diciembre.

Sirva esta breve semblanza como recordatorio y homenaje a un hombre singular, a quien de niño conocí personalmente en una reunión de la inolvidable “Peña Taurina Yucateca”, de la que mi papá era presidente.

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