Ana María Ancona Teigell “Querido Dios; yo que no soy nada
y Tú que lo eres Todo. Podemos
hacer grandes cosas juntos.”
Padre Saúl.
Estando el otro día en misa llegó Gerardo Abraham Goff con su gran amor, la madre de sus hijos e inseparable compañera Maricarmen Molina Briceño, con la que lleva seis años casado y es uno de sus pilares que lo llenan de fortaleza; al término de ésta nos saludamos con gran cariño, ya que lo conozco desde niño. Ver cómo las personas que estaban ahí se le acercaban para darle un abrazo, estrecharle la mano o decirle que lo admiran y es un gran ejemplo de vida para todo Yucatán, es contemplar la presencia viva del amor y la grandeza de Dios.
¡Admirable! Su alegría, felicidad, tranquilidad, su disposición para escuchar, hablar o quedar en ir a dar una conferencia a cualquier lugar. Es un milagro viviente ver al guerrero que ha luchado tantas batallas, que ha estado al borde de la muerte y que sigue en pie, gracias a su infinita fe.
Esa fe perfecta dentro de un mundo imperfecto que le permite seguir extendiendo sus alas y volar para ayudar a los demás; esa fe que da el primer paso aunque no pueda ver el final de la escalera; qué confía ciegamente en Dios cuando quizás tiene tantas preguntas sin respuestas; que cree en lo que no ve, pero ve lo que cree; que sabe que su Señor no hará lo que él quiera, sino que hará lo correcto y en sus manos se abandona e inclinando la cabeza, le dice: “¡Acepto! Porque sé que tus planes para mí, son Divinos y Perfectos”.
Ofrendando amor donde quiera que va, sin dejar que nadie que se le acerque sea un poco más feliz de lo que era antes de verlo. Porque para él, cada obra de amor llevada a cabo con todo el corazón, logra que las personas se acerquen a Dios.
Siempre quise entrevistarlo, porque un chico de 20 años nunca está preparado para enfrentar un cáncer como el suyo y contra todo pronóstico médico seguir viviendo. Estaba equivocada, su alma y espíritu ya habían sido forjados para enfrentar cualquier adversidad por sus padres y el amor de sus hermanos.
El jueves 20 de junio del año en curso, a las seis de la tarde tocaba el timbre de su hogar, me recibió junto a su esposa Maricarmen tomados de la mano, nos sentamos y comenzó a hablar:
A los veinte años empecé a sentirme mal, me hicieron estudios y descubrieron cáncer en el cerebro, ‘medioblastoma’, nivel cuatro. En México D.F. me desahuciaron y me dieron cuatro meses de vida. En tres hospitales de U.S.A. me dieron más o menos dos años de vida.
Era el año 2000, mis padres me llevaron al hospital de Phoenix, Arizona, ahí nos dieron un poco de esperanza y me operaron del cerebro, la operación fue todo un éxito, pero podría tener secuelas como no poder mover el lado izquierdo del cuerpo porque me quitaron tres cuartas partes del cerebelo. Cuando despierto veo a una hermosa enfermera, le hablo en inglés y le digo a mi papá: “¿Ya viste qué linda enfermera? Seguía siendo el mismo de antes, sonriente y feliz. Los doctores estaban asombrados. Hice una semana y me dieron 34 sesiones de radiaciones de lunes a viernes (cada cuerpo tiene cierta capacidad para aceptar un número determinado de radiación). Tuve mareos, vómitos, pero me fortaleció el que nunca estuve solo, siempre me han acompañado mi esposa, mis hijos (unos días), mis padres y hermanos y las miles de personas que oran, ofrecen misas, sacrificios y ayunos por mi recuperación. Además, soy muy afortunado de tener una familia con las posibilidades económicas para que me den tratamientos en los mejores hospitales del mundo.
Estuve 18 años sin cáncer, hasta que en noviembre del 2017 comenzó a dolerme una muela, a tener abscesos, al ver que no cedían con los tratamientos, en enero o febrero del 2018 me hacen una biopsia de hueso y descubren un tumor en la quijada “osteosarcoma orteogénico”, quizás debido a las radiaciones que recibí. Mis padres me llevan al Hospital Anderson de Houston, Texas, en abril del 2018. Ahí me operan la mandíbula, me quitan parte del hueso peroné para formar el hueso de la quijada; parte de piel de la pantorrilla y muslo; perdí dientes y me amarraron la boca con alambre.
Me hicieron traqueotomía, me metieron un tubo en la garganta y un respirador; me alimentaban por una sonda. Luego me pusieron unas ligas para que pudiera comer con popote. Hice diez días en el hospital. En pocas palabras, me reconstruyeron parte de la cara.
Regreso a Mérida y a los quince días comencé a tener fortísimos dolores de cabeza, me internan en la Clínica Mérida y descubren que tenía metástasis del cáncer en el seno cavernoso (membrana entre el cerebro y la dura madre). Es un sarcoma que está en el hueso, no toca el cerebro; se me paraliza el ojo, me da rotavirus, e-coli y regreso a Houston, Texas, para quimioterapia (3 días), esta era muy agresiva para mi cuerpo pero funciona, el tumor se apaga y estoy nueve meses limpio.
En diciembre del 2018, al ir a mi chequeo descubren otra vez cáncer en la cabeza, me dieron dos quimios pero no funcionó y lo dejaron porque mi cuerpo ya no aguantaba. Dejé de comer, ya no me quería levantar, estaba cansado, me estaba apagando como una velita; tenía unos dolores insoportables en la cabeza, perdí la visión del ojo derecho, y tenía calambres. Hago dos semanas en Houston, Texas y dos semanas en Mérida, al regresar a Houston, me vuelven a dar radiación cinco días.
Recuerdo que me mandaron la imagen de la Virgen que era enorme y la metimos al cuarto donde estaba; cuando la miraba sentía que Ella me decía: “¡No temas, aquí estoy yo que soy tu Madre!”, eso me tranquilizaba. Los enfermos y familiares que estaban en el hospital entraban a mi cuarto la tocaban, le rezaban y tanto los doctores como las enfermeras se volvieron nuestros cómplices. Tenerla esos diez días a mi lado fue como si me estuviera acariciando y arrullando entre sus brazos para darme valor y fuerzas.
Ante este panorama, mi padre que es mi bastión como toda mi familia, comienza a buscar otras alternativas para salvarme la vida. Ya que ni en Phoenix, ni Houston, ni Denver, ni Jacksonville, en U.S.A. podían hacer nada por mí, tenía el ojo hinchado y con una radiación más podría perderlo por completo.
Me llevan a Viena, Austria, con un científico oncólogo, experto durante veinte años en el estudio de las células y me da el tratamiento con mitocondrias. Desde el primer día me sentí un poco mejor, comí, a los diez días de tratamiento ya me levantaba, y poco a poco fui mejorando. El tratamiento es de treinta días, pero tengo que regresar a Houston para que me chequen el tumor de la cabeza y regreso a Austria a terminar el otro.
Los doctores están asombrados de que mi cuerpo y mis órganos (corazón, pulmones, hígado, páncreas, estómago) estén intactos a pesar de todas las radiaciones, quimios y cirugías por las que he pasado.
Para terminar, quiero decirles que hoy en día estamos viviendo una época en dónde el católico es un ladrón de Dios, porque damos por sentado todo, porque no se dan cuenta que cada día que amaneces vivo es un milagro. Lo que más le duele a Dios es la falta de agradecimiento.
Los enfermos le ofrecemos nuestro sufrimiento a Dios porque es lo único que tenemos, aunque a Dios no le gusta el sufrimiento, pero eso no lo entendemos. No comprendemos que Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Hay que despertar nuestra consciencia en la medida de los talentos que Dios nos da y trabajar con ellos a favor nuestro y de los demás.
La gente está ávida de ayuda, hay muchos enfermos que necesitan de nuestra compañía, oraciones y apoyo no solo espiritual sino también económico. Un Padre Nuestro, un sacrificio, una donación para alguien que sufre esta o cualquier enfermedad, puede cambiar su vida. Lo más importante es involucrar a Dios en tú vida diaria, El es el que te va marcando el camino en unión con el Espíritu Santo para que sepas qué hacer y a quién ayudar. Hago lo que Dios quiere y quiero lo que Dios hace. Los enfermos tenemos que dar mucho a los demás, a nadie le gusta sufrir, pero si sufres ofréceselo a Dios y ponte en acción para servir a otros que están en el mismo camino.
Todos tenemos el tiempo si queremos para servir al prójimo, no hay excusas para decir ¡No!
Esta enfermedad me sanó el alma, me ha vuelto sensible al sufrimiento de los demás, mi relación con Dios cambió, aumentó mi crecimiento espiritual y el de toda mi familia. Como dice mi padre: “La inmadurez espiritual es un infierno para llegar al cielo; la medio inmadurez espiritual es un purgatorio para llegar al cielo y la madurez espiritual es un cielo para llegar al cielo”.
Por este medio, al que le doy las gracias también, quiero agradecer a todas las personas que conozco y no conozco por acompañarme en este camino con sus oraciones, sacrificios, misas, ayunos, que han hecho que hoy siga vivo. Gracias desde lo más profundo de mi corazón por ser mis ángeles aquí en la tierra.
No tengo palabras para expresar lo que sentí al darme la vida la oportunidad y el regalo de poder escuchar a Gerardo Abraham Goff. Yo también me fui de su casa enriquecida, cambiada, porque estuve en la presencia de un ser de luz, que ha vivido lo indecible con un dolor indescriptible que no le borra la sonrisa y la felicidad de su rostro, de su alma, con un corazón lleno de amor hacia los demás.
¡Con un gigante espiritual!