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Roger Aguilar Cachón

Los tiempos cambian, las formas de vivir, de acceder a la información, de ver el mundo de otra manera. La dinámica de la vida también ha sufrido algunas alteraciones que han permitido nuevas formas de distracción y divertimiento. Los jóvenes tienen muchas opciones de ocupar el tiempo libre. Pero, ¿y los niños? Ya no veo niños jugar en las calles ni en los parques y jardines. ¿Por qué ya no juegan los niños?

En la época de infancia y juventud del de la letra los juegos eran parte de nuestra vida y de nuestra superación en algún campo de la diversión. Para algunos de los de mi generación se acordarán que los juegos siempre estaban ligados a las “temporadas”, pero no me refiero a las de verano para ir a las playas u otros lugares. No, a eso no me refiero.

En líneas abajo haré referencia de algunas de las temporadas que los niños de ayer esperábamos y que siempre procurábamos estar dentro de ellas, participando y tratando de ser el mejor siempre, aunque hay que mencionar que representaba una erogación por parte de nuestros padres poder ser partícipes de alguna de ellas.

Cuando las clases comenzaban o bien en fechas posteriores, llegaba una temporada, la de las figuritas, misma que todos ansiábamos que los representantes de alguna marca editorial llegara a nuestros salones de clases para repartir entre nosotros algunas estampas y los tan peleados cupones para comprar el álbum que venían a promover. En caso particular, el de la letra tenía un privilegio, y es el que representaba que su mamá fuese maestra de la escuela y a ellas les regalaban no sólo las figuritas sueltas y sobres sin abrir, sino que también les daban el ¡álbum!

Posterior a esta visita de los señores de las figuras, todos los niños de ese entonces iban a las tiendas (no en todas se vendían) a adquirir los sobres para proceder a llenar el álbum, siempre se tenía una buena provisión de figuras repetidas para cambiar o jugar. Juntábamos “dzapales” de figuras, aunque hay que decir que siempre había una estampa que era la más difícil de conseguir y en ocasiones el que la tenía la podía cambiar hasta por 100 repetidas. Se podía ver a grupitos de niños jugando o cambiando figuras en la calle. El de la tinta siempre tenía, ya que su mamá les quitaba a los niños que jugaban figuras en el salón de clases y se las daba al de la nota, aunque también compraba algunos sobres. Ahora el álbum y figuras que se venden se compran en tiendas de conveniencia a precios elevados. Y los que los coleccionan son personas adultas que intercambian o compran en lugares específicos.

La temporada de yoyos era también especial, ahora esos productos se pueden encontrar (los antiguos) a precios elevados. Algunas embotelladoras los vendían, regalaban o cambiaban por algunas tapitas o bien llegaban a la ciudad “Profesionales de los yo-yos” quienes deban una exhibición ya sea en la escuela o en algún almacén o tienda del centro de la ciudad, promoviendo su venta y haciendo concursos. Habían muchos trucos, que si el perrito caminando, el trébol, el columpio, con las dos manos, era muy bonito ver que todos los niños salían a las calles a jugar con su yoyo o bien los llevaban a la escuela para que a la hora del recreo hicieran competencias. Muchas marcas nacionales invadieron las tiendas. Ya no se ve a niños jugando yoyos,

La de trompos era otra de las temporadas, representaban una oportunidad de hacer lucir nuestras habilidades para poder pegarle al del contrincante. Los habían de todos tamaños y los colores variaban según la veta de la madera. Había unos de punta que se les llamaba finos, otros con punta destroncada, eran los chúcuros, esos no queríamos tenerlos, pero a veces cuando los poníamos a bailar descubríamos que nos había tocado uno. El hilo para hacerlos bailar se llama tino o cordel, se podía comprar uno bueno delgado en algún kiosco o bien en la tienda, se vendían por metros y en un extremo les poníamos una tapita golpeada y dejada plana para ponerla entre nuestros dedos y poder hacerlo bailar. En ocasiones bailaban tanto que se les oía “cantar”. Se podía jugar atinándole a una línea que poníamos en el suelo o bien el que perdía al no llegar cerca de la meta pintada podía hacerse acreedor de algunos puyazos en la cabeza del trompo o bien el que perdía ponía su trompo dentro de un círculo llamado troya y los demás jugadores lanzaban su trompo para sacarlo y en ocasiones era tan fuerte el golpe o de tan mala calidad el trompo que se podía romper. Era común ver a los niños de todas las edades jugar al trompo en la calle y debo decirles que no faltaba alguno que se le amarrara el trompo y se llevara un buen golpe en la cara o frente. Ya no se juega al trompo.

Recuerdo una temporada en la cual nuestros dedos podían llegar a pelarse por el exceso del juego, pudiendo sacar sangre cerca de la uña. Las canicas, las había de varios tipos y calidades, de agüita, las medianas y las famosas bombonas o bomborotas, difíciles de manejar pero era una opción para ganar. Siempre se jugaba en grupos, bien pudiendo ser que se pintara una raya en el piso y el que perdiera tiraba de nuevo y los demás le seguían y el que le pegaba se ganaba la canica del contrincante. También se podía poner un círculo o un triángulo pintado a veces cuando era la acera donde se jugaba con un poco de yerba se hacía el dibujo, quedando de color verde.

Se ponían dentro varios barritos y el que los sacara se los ganaba. Siempre al inicio se decía cuántos barritos se podían poner en el círculo o triángulo y siempre era la famosa raya la que decidía quién tiraba primero. En varios lugares se venden canicas hoy día, los barritos ya no se consiguen. Tampoco se ven niños jugando en la calle a las canicas.

El jugar el tirahule (los huaches le llaman resortera), no tenía temporada sino que en todo el año se podía hacer uno y comenzar a tirar botellas o latas o bien atinarle a algún iguano y darle un buen golpe. La misión imposible era darle a un toloc, ya que éstos al tener un cuerpo de piel muy gruesa nuestros proyectiles no les hacían efectos letales. Para hacer un buen tirahule (resortera) había que encontrar un árbol que tuviera una buena horqueta para cortarla y pelarla, posteriormente se compraba la liga, que había de diversa calidad y colores. Habían delgadas y gruesas, pero lo que demostraba la calidad del tirahule o resortera era el cuerito donde se ponían las piedras o proyectiles, éstos los habían baratos de plástico y los caros de cuero en colores diversos. Era toda una aventura el tener un tirahule y salir al patio a hacer nuestra “cacería”. Es muy probable que en el interior de nuestro Estado aún se juegue, pero en la ciudad ya no los veo.

Y para concluir esta nota del recuerdo, que seguro mis caros y caras lectoras recordarán con mucha nostalgia, se hará referencia al balero, éstos podían ser de diversos tamaños y colores, y el “chiste”, era el ver quién hacía más capiruchos. El de la letra conserva uno que le obsequió un conocido de Dzityá de gran tamaño y muy difícil de jugar, aunque también posee uno de tamaño normal. Es raro ver niños llevando a la escuela su balero. Ya no lo juegan.

Cabe destacar que las autoridades educativas tratan de renacer los juegos tradicionales en donde se incluyen, entre otros, el tinjoroch, la quimbomba o kimbomba, el trompo, con la finalidad de que éstos no caigan en el olvido. Y tú, caro lector, ¿qué temporada esperabas?

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