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Yucatán

Laura Rosado Rosado

Correspondencia

-El presidente de la República de Honduras, señor don Juan Lindo, expide en el Palacio de Gobierno de Comayagua un decreto a favor de los yucatecos emigrados de la villa de Bacalar por el asedio de los indios rebeldes, en virtud del cual “El Estado de Honduras se declara protector de todas las familias que han tenido la desgracia de emigrar de su país, a consecuencia de los disturbios políticos acaecidos en el Estado de Yucatán. Las Municipalidades de los puertos, de acuerdo con los comandantes respectivos, y las de los demás pueblos a donde toquen dichas familias, les proporcionarán los auxilios que les sean posibles en obsequio de la humanidad, dando cuenta al Gobierno de la protección que se les dispense y del número de bacalareños que traigan por objeto radicarse en el Estado. El Gobierno de Honduras, deseoso de contribuir de alguna manera a su felicidad y engrandecimiento, les ofrece como suyos los terrenos que cultiven, de conformidad con el artículo 20 de la ley de tierras de 23 de julio de 1836, y los excluye de toda carga concejil por el espacio de cinco años, ofreciéndoles además, a todos los que vengan a avecindarse a la capital, solares gratis para que fabriquen sus casas”. 6 de Junio de 1848.

A partir del precipitado inicio del levantamiento indígena conocido como Guerra de Castas, después del descubrimiento de los planes encabezados por Manuel Antonio Ay y Cecilio Chí, del casi inmediato fusilamiento del primero y las masacres de Tepich del 30 de julio de 1847, el avance de los mayas en toda la península de Yucatán se dio con mucha rapidez.

Poco a poco poblaciones importantes fueron cayendo en manos de los rebeldes, como Yaxcabá, Sotuta, Valladolid, Tihosuco, Peto, Tekax, Ticul, Izamal, etc. lo que angustió a toda la población blanca de la península y en especial al gobernador Santiago Méndez Ibarra, quien se vio obligado a redactar en marzo de 1948 desesperadas cartas, tanto al ministro de Inglaterra, al secretario de relaciones de los Estados Unidos, como al capitán general de la isla de Cuba, solicitando auxilio y recursos a cambio del dominio y la soberanía de la península.

Un mes después Méndez renunció al cargo y su enemigo político, Miguel Barbachano y Tarrazo, lo suple como gobernador. Él también decide solicitar ayuda y con instrucciones reservadas encomienda a sus representantes Pedro de Regil y Estrada y Joaquín García Rejón dirigirse a los gobiernos de México (del cual Yucatán se encontraba separada), Cuba y Estados Unidos, para que a cambio de “agregarse” Yucatán o en su caso hipotecando las rentas públicas, e inclusive proponiendo la venta de la Isla de Cozumel, socorrieran a los aterrorizados yucatecos.

Poco se logró de los anteriores tramites; de las gestiones ante Cuba sólo se obtuvo el envío de algunas armas y pertrechos, las solicitudes ante los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra fueron infructuosas, a pesar de haber enviado el gobernador Méndez a su propio yerno Justo Sierra O´Reilly a Estados Unidos durante casi un año para obtener el amparo de ese país. Sin embargo, sí llegaron casi mil soldados americanos en septiembre de 1848 para luchar contra los mayas, pero más bien como mercenarios, ya que se les ofreció una paga de ocho dólares mensuales, así como 320 acres a cada uno al terminar la guerra, lo que no se les cumplió, además que regresaron muy pronto a su país después de sufrir la muerte de 70 de sus compañeros y más de 150 heridos.

México fue el único que respondió una vez que se terminó la guerra con Estados Unidos, enviando tropas y recursos y aceptando nuevamente la integración de Yucatán al país.

Es por lo anterior tan importante y singular la misiva arriba reproducida del gobierno de la ciudad de Honduras, quien respondió con prontitud y de la mejor manera que podía hacerlo, recibiendo a los refugiados que huían de la península, principalmente a los de Bacalar con los que de alguna manera tenían un mayor contacto y se dirigían a América central.

Y no sólo se resumió su ayuda a las intensiones del gobernador Lindo, ya que la población hondureña también hizo eco de la situación, ya que días después de la misiva arriba reproducida, la “Sociedad del Bien Público” de la misma ciudad capital de Comayagua, comunicaba al Ministerio General del Supremo Gobierno de Honduras, haber dictado los siguientes acuerdos: -Primero: Se invita a la Municipalidad de esta ciudad a que por medio de personas respetables, mande abrir una suscripción entre los vecinos que puedan contribuir con dinero o bestias, para facilitar la conducción de todo los emigrados de Bacalar que quieran venir a avecindarse a esta propia ciudad.-Segundo: Que hecha la suscripción, manifieste al Supremo Gobierno los auxilios con que puede socorrer a aquellos infelices, para que por su medio llegue a noticia de los protegidos. –Tercero: Y que, además, la misma Corporación vea que otra clase de socorros puede dispensarles aquí, y los ofrezca por el propio conducto respetable del Supremo Gobierno”. 27 de Junio de 1848.

Más de 170 años después de estos hechos, los hondureños nos necesitan, a todos los mexicanos y en especial a los yucatecos con los que compartimos un pasado maya, cientos se unen a las caravanas de emigrantes huyendo de la pobreza, la violencia y sobre todo a la falta de trabajo, familias enteras con niños a cuestas y con la esperanza de encontrar una mejor vida, emprenden la huida de su país, como los bacalareños y muchos yucatecos lo hicieron en el siglo XIX.

Tal es el caso de Rosa Yolanda López, madre de siete hijos entre los 12 años y los 8 meses de edad, quien en compañía del mayor de ellos, declaró con la voz entrecortada, antes de abordar un camión en la estación de San Pedro Sula,: “Es una decisión difícil, por trabajo a uno no le importa ir a sufrir. He decidido irme, sólo Dios sabe si voy a llegar o no. Los pobres de Honduras no tenemos trabajo, voy con fe que Dios me va a abrir puertas para poder llegar adonde tengo pensado llegar”. O el de Mateo Reyes, quien con 18 años, viajó con su madre y hermano y muchos compatriotas, ancianos y niños. Después de una semana de recorrido y lograr llegar al río Bravo al llegar al lado norteamericano la patrulla fronteriza ya los esperaba para trasladarlos a Texas. Lo separaron de su madre y lo metieron a lo que llaman la “perrera”, a su hermano por ser mayor de edad lo apresaron por 5 meses hasta que lo deportaron. Hoy Mateo trabaja de mozo en un restaurante y estudia su secundaria, pero declaró que lo que vivió no lo recomendaría porque “sufrió mucho”.

Muchas son las historias, todas tristes, algunas desgarradoras del alma como la foto que se hizo viral de una pequeña de escasos 2 años, a quien el fotoperiodista John Moore capto mientras lloraba desconsoladamente mirando al agente que detuvo a su madre en McAllen después de un viaje agotador de un mes desde su natal Honduras y la obligaron a separarla de sus brazos y dejarla en el suelo mientras la revisaban, de acuerdo con Moore, quien ha capturado con el lente de su cámara varias escenas, inclusive de guerras, esta es la que más le ha impresionado

Honduras es uno de los países más pobres del hemisferio occidental, con altos niveles de crímenes y violencia. En el siglo XIX se convirtió en lo que los norteamericanos llamaron una “república bananera”, ya que literalmente se dedicaron grandes compañías de ese país a explotar la industria del banano o plátano, estableciendo tanto la United Fruit Company como la Cuyamel Fruit Company entre otras, quienes obtuvieron tierras, exenciones y grandes ganancias a diferencia de los pocos beneficios que obtuvieron los hondureños.

Después, en el siglo XX los hondureños han sufrido diversos males, como grandes huracanes como Fifí en 1974 y Mitch en 1998, guerras con sus vecinos salvadoreños, golpes de estados, recesiones económicas, presencia de cárteles de la droga, desforestación de sus tierras por la excesiva tala, contaminación de sus aguas por las actividades mineras, etc.

Son muchos también los problemas y retos a los que los mexicanos nos enfrentamos, pero como seres humanos debemos tender la mano al hermano más desprotegido y en el caso de los yucatecos corresponder con un pueblo que cuando se le solicitó, con prontitud tanto su gobierno, como su pueblo brindó su amparo y ayuda.

¿No existe alguna sociedad del bien común en el Estado, que responda al clamor de los hondureños?

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