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Yucatán

Roger Aguilar Cachón

Sin lugar a dudas, la evolución social y el desarrollo de la ciudad traen consigo una serie de cambios que las viejas generaciones extrañan y las nuevas no conocieron. Cambios sociales que implican la extinción de empleos y la entrada de nuevas maneras de solucionar las carencias que puedan ser requeridas, tanto por la sociedad desde el ámbito familiar, como aquéllos que repercuten en la economía de la localidad. Es por eso que el título hace preguntarnos ¿Qué ha pasado con aquellos personajes y oficios?, que poco a poco fueron extinguiéndose en pro de la modernidad. En líneas a continuación, se hará un breve recuento de aquello que ya ha dejado de ser en nuestra ciudad.

Muchos de estos casos se presentaban de manera general por los cuatro puntos cardinales de nuestra ciudad, pero el de la letra tiene referencias de lo que acontecía por el sur, poniente y oriente, ya que varios de sus compañeros que vivieron por esos rumbos y son de la misma edad del de la tinta lo han comentado en varias ocasiones. Por ejemplo, era común que por la mañana pasara por las casas, en el mayor de los casos en bicicleta, los famosos lecheros, quienes llevaban en sus manubrios los recipientes de aluminio de gran tamaño con su vaso dosificador de un litro, el blanco líquido que en aquellos años, ya hace muchos, no se acostumbraba adulterarla, ya que una prueba de ello, es que cuando se ponía a hervir, además del olor que se desprendía, en la superficie de la olla se podía ver la nata que emergía como una garantía de la calidad de la leche. Hay que mencionar que un pequeño grupo de la sociedad consumía leche de chiva, cuyos chiveros tenían la pericia de llevar un buen número de esos animales como si estuvieran pastando por las calles y sólo con un “chilib” les llamaba la atención para que no se perdieran, y a vista y paciencia del consumidor, se ordeñaban a las chivas y había casos en que la persona la tomaba directamente de la botellita. Nunca se supo que enfermaran por tal aventura.

El sonido que se desprendía del choque de un palito de madera golpeando una olla, o de dos ollas, era el aviso que estaba pasando por la casa el reparador de ollas, por lo general este oficio lo practicaban las personas orientales que habían llegado a la ciudad, por el rumbo del de la letra, era un señor chino de apellido Corona, quien practicaba este oficio y dejaba las ollas y sartenes como nuevas. Ahora se puede reparar con soldadura en frío que se puede conseguir en el mercado o bien se tira y se compra otra. El ollero o reparador de sartenes y ollas ha desaparecido por completo.

Sin lugar a dudas, el afilador siempre era esperado por las amas de casa del rumbo y también por las modistas, peluqueros y zapateros, con su sonido especial, que podía ser un silbato como si fuese una flauta de pan, pero en pequeño y de metal, anunciaba su llegada con su armatoste peculiar que soportado por bandas y cuyo motor era la fuerza de sus piernas, no solo afilaba tijeras y cuchillos, sino que en ocasiones hasta las reparaba. Tanto las tías del de la tinta que eran modistas, como don Severo, zapatero, y don Satur, el peluquero, se alistaban a esperar su turno para sacar filo a sus bártulos de trabajo.

Las noticias que se podían escuchar en la radio y poco a poco en la tele con Jacobo Zabludovski, también se podía hacer de manera física con la lectura de los periódicos, que llegaban por la casa ya sea en moto o en bicicleta, aunque se veían algunos periodiqueros o voceadores a pie, en aquellos años no se acostumbraba comprarlos en las esquinas. En sus grandes sabucanes de pita se ponían los periódicos y revista para llevarlos hasta el hogar de las personas. No se acostumbraba el suscribirse.

La visita al mercado grande me hizo reflexionar en torno al uso de las palanganas de peltre, a saber por algunas de las venteras, mencionan que ya no se usan por ser caras y además por el peso que representa llevarlas ya cargadas con mercancía. Había una leyenda urbana que decía que era la misma palangana que servía a las vendedoras para bañarse y lavarse los pies y que por las mañanas eran usadas para el transporte y venta de elotes, tuca, tamales y demás productos alimenticios. Las palanganas las había de tamaño pequeño y grande, las primeras las podíamos ver cuando la elotera o elotero pasaban por las calles pregonando (….) eloteeeees, lotes sancochadoooooooooos. Tapados con una tela que al descubrir los elotes se desprendía un grato olor y vapor de los elotes sancochados que esperaban ser deshojados y servirlos con limón y chile. En aquellos años no se acostumbraba el esquite y menos el ponerles algo que no sea chile y limón. Los eloteros de la calle ya se han extinguido.

Qué ha pasado con los horqueteros, que venían de pueblos cercanos a vender sus productos forestales convertidos en horquetas de diversos tamaños y grosores, en algunas ocasiones esas personas también traían consigo deshollinadores (desoinadores en el habla coloquial) para limpiar los techos y los tuquitos o rincones donde siempre había una telaraña. Ya no se les ve, aunque de manera esporádica por el poniente de la ciudad se les ha visto como una rara avis.

Una persona que siempre pasaba por las calles por la tarde-noche y que desde lejos sabíamos que llegaba porque anunciaba sus productos era el pepitero, (….) pepita y cacahuateeeeeeeeeee, calientitos, también se les encontraba uno en los camiones rojos y ahora no se qué ha pasado con ellos, ya sólo se les encuentra en algunas calles del centro de la ciudad y en las principales avenidas. Con sus blancas bolsas, llenas de paquetitos con sus productos, los anunciaban y de seguro siempre se les “gastaban”.

Qué ha pasado con aquella persona que con su cilindro y triángulo que al golpearlo anunciaba su llegada, el barquillero, con sus abanicos de colores y con su sonido peculiar al mascarlos, las barquillas eran un dulce que siempre esperábamos, no solo por sus variados colores sino también por su bajo costo. Otros vendedores de la calle que no sabemos qué ha pasado con ellos y se les encontraba en un triciclo con una lámpara dentro, donde podíamos ver cómo estallaba el maíz, era el palomero o palomitero, quien con su barquito de silbato nos hacía correr para comprar una bolsita o bien un chicharrón de harina con un poco de salsa de chile.

Para concluir con este qué ha pasado, el de la letra hará referencia de uno de los vendedores, que aunque se les ve pasar de vez en vez, siempre en su triciclo con su nevera de madera y con su producto estrella, el sorbete de coco, el famoso sorbetero hacía la delicia de propios y extraños, había personas, como el papá del de la tinta, que llevaba su vaso para que además del helado le pusieran uno o dos barquillos o conos.

Hasta aquí, mis caros y caras lectoras, algunas notas acerca de lo qué ha pasado con aquellas personas que daban un sabor y un sonido a nuestras vidas en aquellos años de nuestra infancia y adolescencia. Seguramente por alguno de los hogares de los lectores habrán pasado y hoy se extraña a alguna de las personas mencionadas.

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