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Yucatán

El Paisaje Cultural y los cambios urbanos impuestos al modo de vida campesino

Jorge A. Franco Cáceres

Si algo ha cambiado en Yucatán durante las últimas tres décadas, aunque no lo parezca desde la perspectiva hegemónica de las ciudades y los pueblos, ha sido el paisaje cultural de muchas comunidades agrarias y ejidos campesinos. Se trata de un convulsivo fenómeno territorial que casi nadie ha asumido a plenitud con el propósito de realizar análisis profesionales.

Si regresamos a los recuerdos infantiles sobre el paisaje henequenero circundante de Mérida, Umán, Kanasín, etc., podremos imaginar el avasallador camino de urbanización indiferenciadora que han recorrido los asentamientos rurales y las unidades agrícolas, pecuarias y forestales en relativamente poco tiempo. Todo se precipitó mucho más a partir de la contrarreforma agraria salinista.

El mundo de hoy de las comunidades y los ejidos es simplemente un paisaje discontinuo de enclaves dispersos en proceso de urbanización privada y baldíos temporales bajo los peores usos públicos imaginables, que dependen de las ciudades y los pueblos en todo lo concerniente a los resguardos y los servicios. Un caso digno para esta revisión es el corredor cerverista de Mérida-Progreso.

El proceso indiferenciador de los asentamientos agrarios y las unidades productivas no ha sucedido del mismo modo en todo Yucatán. En áreas extensas del Sur y el Oriente, prevalece aún el paisaje rural tradicional -ese que se pretende desde el folclorismo comercial como arquetípico de la cultura maya, tiene aún una presencia notoria frente a la discontinuidad urbana.

No sabemos cuándo sucederá en los municipios menos comunicados y más distantes de la capital yucateca, pero sí podemos anticipar que, en el futuro más inmediato que remoto, las comunidades y los ejidos de esos rumbos caerán también en situaciones paisajísticas indiferenciadas, similares a las correspondientes al mundo próximo a las ciudades y los pueblos.

Decimos eso con seguridad porque es evidente que se pierde a diario la distinción entre el paisaje rural de las comunidades agrarias y los ejidos campesinos y el paisaje urbano de las ciudades y los pueblos. Cada vez son menos reconocibles unos de otros por aspectos tradicionales de la cultura, pero sí son más diferenciables por indicadores económicos y sociales de la pobreza. Ningún poder quiere reconocer que el paisaje cultural que predomina en el interior yucateco es un paisaje de pobreza.

Nuestra hipótesis de la indiferenciación paisajística en Yucatán remite esencialmente a los cambios urbanos impuestos al modo de vida campesina a partir de las carencias materiales y los abandonos sociales de los comuneros y ejidatarios. Hay tres indicadores antropológicos de los cambios impuestos a la vida campesina durante tres décadas que resultan ineludibles para certificar esta indiferenciación paisajística.

Se trata de las relaciones superficiales, anónimas y transitorias que los campesinos adoptan a partir de sus contactos serviciales con las personas de las ciudades y los pueblos. La consecuencia ha sido que la vecindad comunitaria, el trato tradicional y la convivencia ancestral sean ahora menos determinantes de lo que sucede en las comunidades y los ejidos. No hay espacios comunitarios y ejidales que mejor ilustren los impactos paisajísticos de este proceso desintegrador que las comisarías de Mérida.

Así las cosas, los vínculos de parentesco y las relaciones de vecindad así como los sentimientos forjados durante generaciones de vida comunitaria, de acuerdo con una tradición popular, brillan por su ausencia o son cada vez más débiles entre los campesinos.

Las comunidades y los ejidos no son más agrupaciones humanas cuyos miembros son de orígenes, antecedentes y niveles educativos similares sino cada vez más distintos, como sucede con los que llegan a vivir entre ellos desde las ciudades y los pueblos e, inclusive, a registrarse como ejidatarios.

Y bajo tales circunstancias, los mecanismos de la competencia individual y del control formal sustituyen a los vínculos de solidaridad colectiva, que se establecieron como parte de una sociedad tradicional que preservaba paisajes culturales muy suyos para mantenerse cohesionada e igualitaria.

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