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Yucatán

Al dar a conocer ayer el nombramiento de los canónigos Alberto José Avila Cervera y Raúl Kemp Lozano, como presidente y secretario del Cabildo Metropolitano, respectivamente, el Arzobispo Gustavo Rodríguez Vega recordó que no todas las Catedrales conservan este organismo.

Deseó, asimismo, que sea un estímulo y un signo que reciban dicha encomienda precisamente en el día de la fiesta de Nuestra Señora María Reina de los Cielos.

Resaltó que es necesario reaprender el valor de ser fieles a nuestra palabra, especialmente en nuestra relación con el Señor.

Este es el texto de su homilía ofrecida en la Santa Iglesia Catedral:

–Es de veras un privilegio que hemos de agradecer el que nuestra Catedral conserve su Cabildo Metropolitano, que ha desaparecido en la mayoría de las Catedrales del mundo y nosotros lo conservamos. La función del Cabildo era en otro tiempo ser los consejeros del obispo para todas las actividades de la Iglesia. Después del Concilio Vaticano II se ha creado el Consejo Presbiteral, pero donde existe el Cabildo podemos todavía escuchar a los miembros de ese Cabildo para algunos consejos, para alguna opinión, especialmente para la vida de la Catedral que es la madre de todas las iglesias, pero también para asuntos de nuestra Iglesia diocesana.

Función primera

La función primera del Cabildo es la oración. Todos los sacerdotes y diáconos tenemos el compromiso de orar por la Iglesia, en privado o en público, pero orar por la Iglesia con la liturgia de las horas. Hoy en día muchas religiosas, muchos laicos, nos acompañan en esta oración y, a veces, hasta con más fidelidad al resto de la liturgia de las horas, pero el Cabildo Metropolitano lo hace aquí en la Santa Iglesia Catedral, en la madre de todas las iglesias y, por lo tanto, su oración es más importante, más valiosa, de más peso, para la labor del obispo, para la vitalidad de la Iglesia, especialmente me refiero a la pastoral, pero también para todas las necesidades de la Arquidiócesis.

Por eso yo agradezco al Cabildo su constancia, agradezco su aceptación de esta encomienda tan importante y hoy, en especial a ti padre Alberto, que después de haber pasado por una enfermedad muy penosa, muy difícil, te vas recuperando gracias a Dios y nos das muestra del valor, del entusiasmo que tienes, al hacerte partícipe de tantas actividades de nuestra Arquidiócesis. Nos dio mucho gusto a todos verte participar en la Basílica de Guadalupe en nuestra peregrinación, así es que el hecho de que ahora recibas esta encomienda de ser presidente del Cabildo Metropolitano, ojalá sea para ti un estímulo para recuperar la salud integral, total, para servir mejor a tu Iglesia.

Y también que sea para ti un estímulo y un signo el recibir esta encomienda precisamente en este día de la fiesta de Nuestra Señora María Reina de los Cielos. Todavía más significativa esta fiesta cuando hoy se cumplen 70 años de la Coronación Pontificia de Nuestra Señora de Izamal, donde estaremos, Dios mediante, esta tarde para celebrar este gran acontecimiento.

Así es que, pues que sea ese signo: María que te acompañe para que desde ahora por tus acciones, por tu sacerdocio comprometido, reines y hagas reinar a Cristo con tu vida sacerdotal.

Evolución de la Sagrada Escritura

En esta parte, el Arzobispo abordó el tema de la evolución de la Sagrada Escritura:

–Nos puede parecer muy extraño a la primera lectura que habla de un juez en Israel que ofrece al Señor, como sacrificio, al primero que le salga a su encuentro al regresar de la batalla si viene victorioso.

Y que, efectivamente, haya cumplido con esa promesa sacrificando a su propia hija. ¿Cómo es posible que Dios pidiera semejante sacrificio?

Tenemos que advertir, darnos cuenta, de que en la Sagrada Escritura no se puede tomar cada pasaje, cada acontecimiento, cada versículo, como lo que Dios quiere. Hay que ver dentro de la Palabra de Dios también una evolución de un libro a otro, aún dentro del mismo Antiguo Testamento. Con mayor razón cuando llegamos al Nuevo Testamento con nuestro Señor Jesucristo. Los sacrificios humanos quedaron totalmente superados, porque para nosotros los cristianos no hay más sacrificio que el del Hijo de Dios que murió por nosotros.

Fidelidad a la palabra

¡Ah!, pero mil años antes de Cristo, así entendían los hombres de aquel tiempo, los miembros del pueblo de Israel, su fidelidad al Señor. Dio su palabra de ofrecer en sacrificio a quien saliera, salió su propia hija, su única hija, y la ofrece en sacrificio. Yo creo que, aunque nos parezca este pasaje muy salvaje e inaceptable en nuestro tiempo, debemos sacar el provecho y el mensaje permanente de la Palabra de Dios, y esto es la fidelidad a la palabra dada. Hoy en día la palabra humana está muy desgastada. Antes no importaban los documentos, bastaba que las personas dieran su palabra para que se confiara plenamente en esa palabra. Y hoy en día los documentos intentan suplir la confiabilidad en la palabra humana, pero es tan fácil cometer también fraudes con los documentos, que perdemos la confianza absolutamente. Fidelidad a la palabra dada. Vemos por desgracia tantas separaciones matrimoniales, hombres y mujeres que habían dado su palabra ante el altar y después se retractan, a veces muy pronto. Sin querer juzgar a nadie que viva esta situación, es una realidad en nuestro tiempo el desgaste de la fidelidad a la palabra humana. Y, claro, también los sacerdotes que fallamos de una u otra forma a la palabra dada en nuestra ordenación sacerdotal. Fallas contra la fidelidad a la palabra dada. Yo creo que tenemos que reaprender el valor de la palabra y el valor de la fidelidad en todas las áreas de nuestra vida, pero especialmente en nuestra relación con el Señor.

La vestidura de María

El Reino de los Cielos se parece a un banquete. Y celebramos hoy a María Reina. Ella reina. Aquel hombre de los últimos invitados fue expulsado porque no llevaba la vestidura adecuada para participar en el banquete. ¿Y cuál es la vestidura de María? “Apareció del cielo una señal, una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de 12 estrellas sobre su cabeza”. Eso nos habla de la gracia plena, de la mujer llena de gracia. El vestido que hemos de llevar es el de la gracia de Dios, pero no sólo cuando lleguemos al Reino de los Cielos, sino desde ahora, el Señor quiere vernos revestidos de su gracia. Que nos encuentre siempre preparados con el vestido adecuado para ir a participar de su reino. Y si queremos participar de su reino seamos como María, que aún reinando baja, y baja hasta los más pobres, hasta los más necesitados, a los más humildes, para elevarlos en su dignidad. Bajemos también nosotros ahora y seguramente alcanzaremos a participar en el banquete del Reino. Que así sea.

(Roberto López Méndez)

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