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Yucatán

Ariel Avilés Marín

Los conciertos dominicales de la OSY, convocan a un numeroso y leal conglomerado de gente que se da cita cada semana en el Peón Contreras. Es verdad que, el lunetario y las plateas se pintan de plateadas cabezas, pero del Primer Nivel, en adelante, la juventud rebosa por los balcones, y eso es muy positivo y esperanzador, esa juvenil asistencia, es la que, finalmente, le da razón de ser a la orquesta, y la persistencia de la misma ha dado lugar a este grato fenómeno. Hay que apuntar que este domingo la sala estuvo pletóricamente llena, como pocas veces.

Cada año, la temporada Septiembre-Diciembre de la OSY, inicia su primer programa, por la cercanía de las Fiestas Patrias, con música mexicana nacionalista, y este año no ha sido la excepción, pero además se ha incluido autores locales, o cuando menos de raíces yucatecas y avecindados aquí; y eso le ha dado un toque especial al concierto. Culminar el programa con el Huapango de Moncayo es ya una tradición, y lo celebramos profundamente, ¡Que cierren cada año con el Huapango! ¡Una y mil veces me voy a poner de pie a gritar y vitorear su interpretación! ¡Y ACOMPAÑANDO CON LAGRIMAS LA OVACION!

Abre programa la “Sinfonietta” de José Pablo Moncayo. Toda la música orquestal y sinfónica de Moncayo es excelente, ahí está también Tierra de Temporal, y la disfrutamos mucho; pero no me gustaría estar en el pellejo de los atriles de la orquesta, pues sus partituras son un verdadero reto para su cabal interpretación; sus armaduras, sus armonías, presentan figuras de la mayor dificultad; pero nuestra orquesta ya está muy madura y supo remontar la prueba con la aprobación rubricada por tremenda ovación. A lo largo de la obra, que tiene un grave inicio, la melodía va transitando entre las secciones, las cuerdas son las encargadas de pasajes melódicos y alegres; los metales, ponen fuertes voces y acentos sonoros; hay verdaderas pláticas entre varios instrumentos, las más deliciosas, entre flauta, oboe y fagot; en otros pasajes, la rica voz de los chelos llena la sala con su grave discurso; pero son las partes en las que entra el tutti, las que llevan la obra a su máxima expresión. La Sinfonietta nos lleva a un alegre y sonoro final, y suena fuerte la primera ovación de la tarde.

Completa la primera parte, “Jig Variations” de un gran orgullo yucateco, el joven compositor Alejandro Basulto. Hace dos años, la OSY hizo el estreno mundial de “Pueblos Mágicos”, de este joven creador, y ahora nos presenta ésta, que es un verdadero concierto para guitarra solista y orquesta de cámara, por lo cual, la orquesta se adecua a la situación y reduce sus participantes. Viene a completar el timbre de orgullo, otra gloria yucateca, el excelente guitarrista Cecilio Perera; autor e intérprete, mancuerna de calidad superior, como para hacer aullar de gusto a nuestro chauvinismo. El concierto está compuesto por una numerosa cantidad de variaciones, que se van interpretando sin descanso entre una y otra, y va pasando por una rica variedad de ritmos de entraña latinoamericana, como cumbia, salsa, huapango, y hasta reguetón. La obra da inicio con aire medieval, flauta, oboe y fagot acompañan al solista algunas veces, y otras entablan diálogos entre ellos; las partes de solista, son interpretadas por Cecilio con la maestría que le caracteriza, delicados arpegios, ágiles escalas, y notas suaves y tersas que son una verdadera caricia al oído; llegan las cadencias, éstas son virtuosas y magistrales, dejan en claro el dominio de Cecilio sobre su instrumento; se regresa al inicial tema medieval y éste nos lleva al alegre final de la obra. Tremenda y sonora ovación sacude la sala, los gritos de bravo resuenan y obligan al autor a subir a escena, y al concertista a conceder un ancore, que es su arreglo al bolero “Quisiera” de Guty Cárdenas y el Vate López Méndez; al terminar hay nuevo y sonoro estallido que hace necesario otro ancore, es ahora la gustada habanera de Chan Cil, La Mestiza, en virtuosa y magistral transcripción de Cecilio, que la ha elevado a las salas de concierto del mundo. Nueva, cerrada, sonora y larga ovación nos lleva al intermedio.

Javier Alvarez, es un yucateco por raíces, vecindad y entraña; no nace aquí, pero su padre, el Arq. Augusto H. Alvarez García, es también un gran orgullo yucateco, pues es nada menos que el arquitecto que diseñó la Torre Latinoamericana en el centro de CDMX y maestro fundador de la Universidad Iberoamericana. Javier es uno de los compositores actuales más importante de México. En memorable entrevista al gran maestro Carlos Prieto, el año pasado, al hablar de los compositores mexicanos actuales, el primer nombre que menciona es el de Javier Alvarez que, además, es maestro de Basulto, así que estuvieron juntos en el mismo programa, maestro y alumno. Definitivamente, me encanta “Metro Chabacano”, pero ahora, la fuerza arrolladora de “Y la máquina va”, me ha llenado de emoción profunda, y cómo no habría de ser así, si encierra una gran celebración por cincuenta años de la fundación de la Universidad Panamericana. La obra tiene una gran fuerza expresiva, desde su inicio, el tutti la aborda con fuerza y energía, hay por toda su longitud acentos del bombo, del gong, el xilófono canta con sonoridad en varios pasajes, melódicos algunos, otros con fuertes disonancias; en otra parte, el acento del timbal es suave, discreto, acariciante; el tutti igual canta con fuerza arrolladora, que baja a una dulzura delicada; el final de la obra es sonoro y alegre. Tremenda ovación y gritos de bravo, hacen subir al autor al escenario. ¡No hay duda alguna, la máquina va… y en qué forma!

Vuelve el alma nacional en el Danzón No. 8 de Arturo Márquez, esta obra forma parte de su serie de nueve danzones, el No. 2, el más conocido. Lo inician las cuerdas en suave pizzicato y en seguida canta dulce y cálido el corno inglés al que pone acentos el arpa; el oboe se une al corno inglés y con ellos el pícolo desarrolla el tema cadencioso y cálido que se va acelerando, se levanta la voz de la trompeta con sordina que es dulce, embriagante, y cantan los cornos con soberbia voz y la fuerza va subiendo; entran las cuerdas y cantan melódicas y se unen trompetas y trombones, las maracas marcan con suavidad el ritmo que se desparrama sincopado por la sala; dialoga el trombón con flauta y pícolo, cantan las cuerdas y entra el tutti con fuerza y canta alegre y cadencioso, suena fuerte y nos lleva al alegre final. Nueva y sonora ovación con gritos de bravo premia la actuación de la orquesta.

Cierra el programa, el inmortal “Huapango” de José Pablo Moncayo. ¿Qué podríamos decir de esta obra, que no hayamos dicho antes? Sólo nos queda desear que la toquen mil veces más, que nos dejen emocionarnos profundamente con su entraña nacional, que el alma se agite y se conmueva como cada vez que la escuchamos, que nos dejen resbalar las lágrimas por el rostro, arrancadas por la emoción que esta obra monumental transmite a raudales. ¡Suena fuerte y alegre el grandioso final! ¡El teatro todo, estalla como una sola garganta en un tremendo! ¡VIVA MEXICO! Y la sala se cae con una de las más tremendas, históricas y retumbantes ovaciones a la OSY.

Salimos del Peón Contreras con una gran agitación que nos llena el alma profundamente.

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