Roger Aguilar Cachón
No cabe la menor duda que nuestra ciudad está llena de festejos y de conmemoraciones, ya sea de carácter social, histórico o religioso, siempre tenemos una fiesta en puerta, pero en el mayor de los casos, éstas no inciden de manera directa en los más pequeños de la casa, es decir, en los niños, ya sea de Mérida como del interior del Estado y de otras partes.
En este caso me referiré a uno de los lugares que tiene un lugar muy especial entre nosotros, el parque zoológico del Centenario, llamado así porque se inauguró en la conmemoración de los cien años de la Independencia de México. Y fue en 1910 cuando abrió sus puertas por primera vez en los terrenos que ocupa en la avenida Itzáes cruzamiento con la 59. Teniendo como vecinos los edificios de la ahora ex Penitenciaría Juárez, el Centro Anticanceroso, el Neuropsiquiátrico y el ex asilo Leandro León Ayala.
Es el Parque del Centenario un lugar sin igual ya que combina los espacios tranquilos, el histórico, un lago con su restaurante que tuvo mejores épocas, el trenecito, los juegos para niños y el sector, hoy dividido, de los animales. El Centenario ha sido también testigo del desarrollo de nuestra ciudad, así como también de escenas románticas, de juegos, risas y convivencia familiar.
A la entrada nos reciben dos esculturas de garzas, quienes nos dan la bienvenida. El espacio histórico nos lleva a rememorar parcelas de la historia local plasmadas o mejor dicho labradas en piedras de diferente tamaño que de seguro muy pocas personas se han detenido a leerlas. Este espacio nos regala la quietud y no pocos estudiantes pasaron allá horas enteras estudiando para sus exámenes.
Es en el Parque del Centenario donde conocimos las paletas en forma triangular y cilíndrica que se vendían en un puesto que copia la forma de un iglú, los algodones de azúcar, y también fue hogar por mucho tiempo de la Sidra Pino. El lago, en tiempos de la niñez del de la tinta, tenía un restaurante que brindaba comida regional y desde donde se apreciaba en su magnitud el lago y sus lanchitas. Lugar para el paseo y el beso robado. Por un tiempo se puso un teleférico que daba vueltas por una parte del lago y del parque.
En su explanada se dieron bailes (los miércoles) de carácter popular que arremolinaba a personas de todas las edades, a un lado se encuentra el parque de juegos infantiles, desde donde nos lanzábamos de la resbaladilla, casi siempre quemándonos por lo caliente de la misma. Estaba el cohete y el avioncito que también eran preferidos. Uno de los juegos que nunca pudo dominar el de la letra fue el del barril. No pueden olvidarse las quemadas que los visitantes se daban cuando se atrevían a deslizarse desde lo alto de la resbaladilla del parque.
El trenecito, símbolo del parque, nos permitía ir de cabo a rabo por el parque y ver desde lejos a los animales que habitaban el sitio. El trenecito fue también la excusa preferida de los enamorados para el abrazo y el beso. En el mayor de los casos y sin que la necesidad lo exigiera, todos los pasajeros del trenecito ante la entrada al túnel bajaban la cabeza, por aquello del golpe. Y los gritos no se hacían esperar.
El sector más bonito del Centenario sin lugar a dudas lo constituye el área de los animales, es en este sitio donde por vez primera vimos de cerca a la jirafa, a los inmensos hipopótamos, a la famosa mona Susy, quien deleitaba a los mirones cuando ésta les arrojaba sus heces. Los leones, la pantera, los tigres fueron siempre los preferidos de los visitantes.
Los monos, de todos tipos causan admiración, desde los monos arañas, pasando por los titís, los papiones y demás. Recuerdo que en un momento tuvo un gorila como inquilino. No podemos dejar de mencionar la famosa tortuga de más de cien años, los cocodrilos que con sus fauces abiertas causaban admiración.
Conocimos las serpientes, tanto locales como otras como la pitón y la boa, los pájaros de plumajes coloridos también fueron punto de regocijo y admiración, hace algunos años se puso asimismo un acuario que era muy visitado cuando el de la nota iba de vez en cuando.
El Día del Niño es la fecha que llena el parque con la llegada de muchos infantes de todas partes de la ciudad y del interior. Es el sitio preferido para pasar el día jugando, comiendo y conociendo animales, es un sitio de convivencia familiar, de estudio, relajación, entretenimiento, cultura y esparcimiento.
El Parque del Centenario ha sido también escenario y lugar apropiado para los enamorados, quienes en busca de soledad, siempre hallaban algún sitio para sentarse a conversar muchas horas. Los estudiantes acudían desde temprana hora para pasear una vez que hicieron putz escuela y tenían que hacer tiempo para regresar a sus casas.
Los que ya peinamos más de una cana, podemos recordar las visitas para ver al nuevo hipopótamo que había nacido, saborear las paletas en forma de cilindro o triangular con sabores diversos que se vendían en un puesto en forma de iglú.
Sin lugar a dudas mis caros y caras lectoras recordarán sus visitas al Zoológico del Centenario, en donde pasaron horas agradables con la familia o con algún visitante y también el miedo que implicaba el subirse a las lanchitas para pasear por el lago, siempre había alguien que cayera en sus verdes aguas.
En este aniversario CIX, hago una invitación a mis caros y caras lectoras para que se den una vuelta y revivan aquellos momentos que fueron de importancia en alguna parte de su vida y se sientan orgullosos de tener un zoológico a la altura de los mejores del mundo.