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Yucatán

'La Revolución es lucha y también solidaridad”

Por Dianet Doimeadios Guerrero /Ana Álvarez Guerrero* “Cuando mi nieta tenía 10 años, mi hija le dijo que su abuelo era como un ‘Rambo-Superman’. No me agradó el epíteto. No quería que Mariela tuviera esa idea de mí. Tenía que saber que su abuelo tuvo dudas, temores, miedos, como cualquier ser humano. Algún día ella los sentiría igual y debía saber que sí existen, y que cuando aparecen hay que montarse encima de ellos y superarlos”.

Giraldo Mazola Collazo está sentado frente a nosotras en uno de los salones de protocolo de la Cancillería cubana. Viste camisa a cuadros y pantalón gris, calza unos tenis muy discretos. Tiene 82 años. Intenta hablar de sí mismo, pero la historia mayor brota, porque su vida ha estado en ella. Se le aferra tanto a los labios, que debemos descifrar su susurro para no perder su valioso testimonio.

El 30 de diciembre de 1960 –con apenas 23 años– este hombre pequeñito y “de armas tomar” se convirtió en el presidente fundador del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP). Luego, desde 1969 hasta 1974, sería el primer secretario del PCC en Camagüey. En 1980, asumiría como viceministro de Relaciones Exteriores, y durante toda su carrera diplomática representaría a Cuba como embajador en Argelia, Mauritania, Nigeria, Guinea Ecuatorial, Chile y Namibia.

Antes, el jovencito de Luyanó “había corrido detrás y delante de los policías de la dictadura batistiana. No era un acto de valor, sino de entrenamiento, porque los que luchamos aquí éramos gente normal. Solo tuvimos que enfrentar aquel salvajismo con el pecho y los puños. Hubo que hacerlo”.

El instituto Edison, la plastilina y el profe Retamar

Hemos leído que su pasión por la historia es “culpa” de Retamar, ¿es cierto?

–Justo recién graduado, Roberto Fernández Retamar fue contratado para impartir Historia de Cuba al tercer año de bachillerato en el instituto Edison. Yo, de 15 años, tenía cierta habilidad para modelar en plastilina y solía hacer figuras de personas y animales en las clases. Retamar me animó a reproducir una parte de la batalla de Mal Tiempo y consiguió una plancha de plywood para hacerla. Me indujo a estudiar la campaña de Gómez en la invasión de 1895.

“Estudié esa batalla consultando distintos textos. Conocí que el pensamiento político de Maceo era tan firme como su espada. Roberto me convirtió en un insaciable lector de libros de historia, hábito que aún conservo.

“Reproduje la orografía de aquellos potreros, sus cercas… Comencé a hacer decenas de combatientes mambises y españoles a caballo y de infantería. Retamar me alentaba constantemente. Nunca un profesor me había dedicado tanta atención.

“Cuando nos encontramos, después del triunfo de la Revolución, se alegró mucho de verme, pues había conocido de mis trajines conspirativos, mis heridas, torturas y encarcelamiento. Le confesé que me ayudó mucho, inculcándome la devoción por la historia, al punto de que soñaba con el rescate de Sanguily que protagonizó Agramonte e, incluso, en algún momento había discutido con algunos compañeros la realización de algo similar para rescatar a compañeros nuestros que llevaban a juicios al tribunal.

“Al conversar de la reproducción de la batalla de Mal Tiempo, me dijo que al entrar como profesor al Edison indagó sobre el alumnado que tendría y me identificaron como uno de los revoltosos del grupo. Buscó cómo neutralizarnos y, en mi caso, ideó motivarme con mi interés por hacer muñequitos con plastilina. Confieso que me sentí frustrado, pues lo había atribuido al reconocimiento de mis potenciales virtudes de escultor.

“Sin embargo, en efecto, logró que me convirtiera en un guardián voluntario del orden y la disciplina. Exigía a todos el mayor silencio cuando él estaba en el aula. Después, durante muchos años, ya él en la Casa de las Américas y yo como presidente del ICAP o como viceministro de Relaciones Exteriores, forjamos una amistad basada en aquellos recuerdos, en la identidad de pensamientos y objetivos. Siempre me llamaba, por cortesía, ‘mi alumno preferido’”.

“No eran tiempos de estudiar, sino de luchar” ¿Por qué un estudiante de Medicina salió a enfrentar la ‘plaga azul’ de la tiranía?

–A los 15 años, más o menos, ya tenía decidido que estudiaría Medicina y en la biblioteca del Instituto Edison me leí casi de un tirón la obra mayor de Jorge Mañach: Martí el Apóstol. Me marcó cómo el Apóstol, desde su exilio en España, recién operado de la fístula que le causaron los grilletes, denunció la masacre de aquellos ocho jóvenes.

“Los versos del poema A mis hermanos muertos, escrito en Madrid en 1872, me emocionaron tanto que habitualmente solía repetir algunas de sus estrofas. Cuando leí por primera vez La historia me absolverá, además de que todo el documento fue una clarinada impactante, trataba de imaginar cómo Fidel fue capaz de recordar en un contexto tan adverso, sin documentos de consulta y apremiado por el tiempo, los versos de ese poema de Martí y, sobre todo, me conmovía su enorme vigencia.

“La mañana del 27 de noviembre de 1956 había tensión. Desde lo alto de la colina universitaria veíamos a las fuerzas represivas como una plaga azul, apostadas entre patrullas de la policía y carros de bomberos que tenían, prácticamente, bloqueada la esquina de Infanta y San Lázaro, por donde debíamos pasar en nuestra marcha hacia el monumento en La Punta.

“Los estudiantes de Medicina nos habíamos demorado, porque en nuestra escuela, radicada entonces en las calles 25 e I, se había realizado un acto para develar en sus jardines un monumento a los mártires de aquel crimen. Omar Fernández, presidente de la Asociación de Estudiantes de Medicina, nos convocó a unirnos a la manifestación que poco después bajaría la escalinata.

“Ahí llegan las batas blancas; podemos salir ahora’, dijo alguien en el salón de la FEU, cuando los estudiantes de Medicina comenzábamos a unirnos, a través del Hospital Calixto García, a los estudiantes de otras facultades ya congregados alrededor de la estatua del alma mater. A la colina acudieron ese día las brigadas juveniles del Movimiento 26 de Julio, encabezadas por Jesús Suárez Gayol, herido en la refriega.

“Pero no estaban esa mañana los que siempre encabezaban dando el ejemplo nuestras manifestaciones. José Antonio, Nuiry, Fructuoso, Anillo, Faure y otros, algunos de ellos recién llegados de suscribir en México el trascendental acuerdo entre la FEU y el MR-26, pues los cuadros principales del Directorio Revolucionario, casi todos dirigentes estudiantiles, ya estaban sumergidos en la clandestinidad, perseguidos con saña por el reciente ajusticiamiento del sanguinario coronel batistiano Blanco Rico y la muerte del asesino Salas Cañizares, jefe de la Policía, a la vez que preparaban la acción del 13 de marzo, cuando muchos de ellos se inmolarían.

“Esta iba a ser la última manifestación. Ya José Antonio y la FEU habían decidido el cierre de la universidad. No eran tiempos de estudiar, sino de luchar. La marcha fue reprimida con brutalidad y los esbirros subían tirando con sus pistolas sobre los estudiantes que nos retirábamos después de enfrentarlos con el pecho y los puños, como registran las imágenes de aquel salvajismo.

“En esos momentos Fidel navegaba con mar tormentoso en el Granma. Los grupos del MR 26 de Julio en todas las provincias y del Directorio Revolucionario nos preparábamos en rigurosa clandestinidad, para el apoyo al desembarco que tuvo su acción más descollante pocos días después, con el alzamiento en Santiago el 30 de noviembre.

“Aquella mañana, había arrancado la página de la autodefensa de Fidel que tenía esos poco conocidos versos de Martí y se los leí o más bien declamé esa mañana, mientras caminábamos a la colina, antes de la manifestación, a mis compañeros Sergio Escalona y Justino Arrúe. Éramos alumnos del primer año de Medicina y nos parecía que era nuestro deber, pese a cualquier riesgo, rendir homenaje a nuestros antecesores. Los tenía grabados cuando me asomé desde la escalinata al camino bloqueado, y los recité mentalmente después en muchos momentos intensos y riesgosos de la lucha, cuando caía alguno de mis compañeros:

“Cuando se muere

En brazos de la patria agradecida,

La muerte acaba, la prisión se rompe;

¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!”.

¿A qué edad tomó la primera arma en la mano?

–Tendría unos 16 ó 17 años. Cuando estudiaba Medicina, los médicos nos preparamos para salvar y curar vidas; entonces, luchar contra la tiranía era exactamente lo contrario. Pero había que hacerlo, eran unas bestias que nos aplastaban, lo merecían.

“Esas circunstancias me obligaron a coger un arma. Pero tengan algo siempre presente, en esa etapa y después, toda persona que ha sido convocada a combatir por Cuba lo ha hecho y debe hacerlo voluntariamente. No puedes darle un rifle a un hombre para que vaya a pelear si no quiere hacerlo. Hubo muchas personas que, en Cuba, cuando los movilizaron para Angola, dijeron que no querían ir y no pasó nada, siguieron en sus trabajos.

“El cerco en el Escambray… Allí participaron 50 000 obreros de La Habana, todos lo hicieron de forma voluntaria. Todo lo que hemos hecho, que ha puesto en riesgo la vida de alguien, ha sido porque la persona ha estado dispuesta a hacerlo.

“Estudié Medicina hasta que cerramos la universidad a fines de 1956, siempre incorporado a los grupos de acción del 26 de Julio, aunque seguía trabajando en la sala de ortopedia del Hospital Calixto García”.

¿En qué momento sintió más miedo?

–Cuando estuve preso y viví de cerca la masacre del Príncipe. A fines de julio de 1958, el ambiente de la prisión de El Príncipe se estaba caldeando. Más de 600 detenidos en prisión preventiva y una cincuentena de condenados en espera de su traslado al llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos se hacinaban en sus galeras. El coro de cientos de voces con que cantamos al amanecer del 26 el himno nacional y el del 26 de Julio retumbó en el centro de la capital. Los visitantes lo comentaban al siguiente día.

“Eso nos entusiasmaba, pues nos parecía que éramos copartícipes, en lo que podíamos, de lo que hacían los que estaban fuera, pero irritaba a los sicarios. El 31 de julio, la dirección del penal trasladó arbitrariamente a la cárcel del propio Castillo del Príncipe a una treintena de prisioneros del vivac, aludiendo hacinamiento, aunque allí las condiciones no eran mejores. Parecía que querían descabezar la dirección interna que teníamos o poner en condiciones de mayor control a los que sus confidentes consideraban más revoltosos.

“El 1 de agosto, se produjo una situación explosiva por la suspensión de las visitas con el pretexto de un incidente ocurrido en la cárcel. Desde allí, nuestros compañeros nos demandaron que los secundáramos en las acciones que iniciaban, porque habían maltratado a los visitantes que acudieron ese día y la protesta originada abajo se extendió al vivac. Y en ambos sitios se bloquearon los accesos, se empezó a quemar colchonetas, se desarmaban literas para disponer de tubos con que defendernos, y se demolieron paredes internas para tener proyectiles.

“Los esbirros más connotados de la capital acudieron ‘con la flor y nata’ de sus asesinos y arreció la balacera contra los ventanales del vivac y la galera de nuestros compañeros en la cárcel.

“Cuando los sicarios penetraron al vivac, un cabo del SIM, convertido meses después en teniente, asesinó con una ráfaga a quemarropa, en la entrada de la galera dos, a Vicente Ponce Carrasco, penetró en el cubículo rematándolo y disparando a mansalva contra todos. Otros esbirros lo secundaron. Roberto de la Rosa cayó fulminado instantáneamente y Reinaldo Gutiérrez, con varios impactos en el pecho, avanzó hacia ellos hasta que se desplomó. Los sicarios disparaban hacia los parapetos del comedor y se aprestaban a avanzar para repetir la matanza.

“Al fin detuvieron el tiroteo contra los detenidos desarmados y permitieron que los heridos y muertos fueran trasladados a la enfermería. Sacaron a los presos de esas cuatro galeras del vivac, los empujaron hacia el comedor, obligándolos a quitar los parapetos y condujeron a todos hasta el pequeño patio final, donde una decena de policías montaron simultáneamente sus ametralladoras intimidando y amenazando con continuar la masacre.

“Nos mataron a varios compañeros, me dispararon un tiro que me rozó la cabeza. Me asusté mucho, no me oriné de milagro… Fue como si me hubiesen dado un cabillazo en la cabeza, de tanta sangre que solté. Me caí de rodillas, embarrado de sangre; estaba en calzoncillos, daba una imagen terrible, parecía que me habían apuñalado. Sentí miedo de no ver el amanecer, pero lo vi y luego contribuí un poco a consolidarlo”.

La solidaridad con Cuba surgió espontáneamente ¿Cómo llega a ser el secretario de Relaciones Internacionales del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7) y luego presidente fundador del ICAP?

–Voy a decirles algo que quizás no he dicho muchas veces, mi vinculación al trabajo internacional se produce por accidente, a partir del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes de Viena, en agosto de 1959. Me interesaba mucho participar, sabía en qué consistía el festival y, sobre todo, me hicieron la promesa de que, si iba, podía ser invitado a la Unión Soviética. En aquella etapa estaba explorando qué era el socialismo, quería verlo con mis propios ojos y fui.

“Cuando regresé a la dirección del Movimiento 26 de Julio, aquí en la capital, nuestro coordinador, Emilio Aragonés, me dijo: ‘Mira, Olivares (Carlos Olivares Sánchez) salió para Relaciones Exteriores –lo que sería meses más tarde el Minrex–, entonces tú pasas a ser el secretario de Relaciones Internacionales del 26 de Julio’... ‘No sé qué cosa es, no me interesa, no tengo experiencia…’, respondí. Él me indicó: ‘Acabas de ir al Festival de Juventudes, eso es una experiencia. Señala a uno de los que están aquí que haya asistido a un Festival de Juventudes, con miles de jóvenes, que se entrevistara con 40 ó 50 delegaciones’. Me quedé sin argumentos y acepté.

“Realmente no sentía interés, me gustaba estar en los problemas cotidianos en los que se desenvolvía el país, pero lo tuve que hacer. Así empecé a finales de 1959 como secretario de Relaciones Exteriores de la Dirección Nacional del 26 de Julio; estuve ahí como dos o tres meses, hasta que un día Emilio me llamó y me dijo que el Comandante en Jefe quería que le hiciéramos un proyecto de ley para crear un organismo que se llamaría Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Protesté también, dije que no era abogado, que no sabía hacer leyes. Me sugirieron buscar un abogado y eso hice.

“Con la ayuda de Carneado, que era abogado, elaboré el proyecto, que en mi opinión no era perfecto. Realmente, el Comandante explicó a Aragonés cómo debía ser el instituto, pero de ahí a lo que Aragonés me trasladó a mí y yo le pedí al abogado, había un buen tramo. El resultado final no se parecía mucho a lo que Fidel quería.

“Cuando se lo di, Emilio Aragonés me entregó la llave del palacete de la calle 17 No. 301, entre H e I –sede del futuro ICAP–, y me dijo que me habían designado para esa tarea y que Fidel me vería en ese lugar para darme todas las indicaciones. También me dijo que debía ir buscando un grupo de jóvenes que me acompañaran, y que procurara que hablaran algún idioma. Comencé a buscar gente.

“Pocos días después, Fidel llegó a la sede y me explicó cómo él quería que funcionara el ICAP, cuáles eran su objetivo y las tareas. A mí, con 23 años, era algo que se me escapaba de las posibilidades reales, pero en esa etapa la juventud suple a veces, con cierta audacia, determinadas limitaciones. Además, las tareas explicadas por Fidel me ofrecieron aristas, proyecciones que eran muy atractivas, además de las posibilidades de que él mismo lo supervisaba todo. Regresaba una y otra vez hasta que aquel instituto cogió forma”.

El 30 de diciembre de 1960, el Consejo de Ministros aprueba la Ley 901, que en su Artículo 1 refrenda la creación del “Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos” como organismo de carácter autónomo, con propia personalidad jurídica y plena capacidad legal que radicará en la Capital de la República para cumplir los fines que en esta Ley se expresan”.

Y en el Artículo 2 declara los fines de la nueva institución:

a) Estimular y facilitar la visita a Cuba de los representativos de los sectores populares y progresistas de todos los países del mundo que muestren interés en conocer directamente las transformaciones sociales y económicas y las realizaciones producidas por la Revolución Cubana en nuestro país.

b) Propender al fortalecimiento de la amistad con todos los pueblos del mundo, acorde con los postulados de la Declaración de La Habana, con la preocupación sostenida del Gobierno Revolucionario y con la labor de los numerosos comités de solidaridad y de justo trato para Cuba creados en países de América y de otros continentes.

¿Qué pretendía lograr Fidel con la creación del ICAP? ¿Por qué prestarle tanta atención a unir a los pueblos cuando la Revolución tenía tantos problemas que resolver?

–Muchas personas piensan que la idea de crear el ICAP, que ahora atiende a todos los mecanismos y organizaciones de solidaridad con Cuba en el exterior, era la de un aparato que, en medio de una posible agresión –que, además, era ya en 1960 un objetivo delineado de Estados Unidos, porque teníamos información de que estaban preparando mercenarios en Nicaragua, Guatemala–, además de defendernos, promoviera una repercusión mundial de apoyo a nosotros.

“También Fidel avizoraba, desde entonces, la necesidad de prepararnos para enfrentar el aislamiento que se gestaba contra Cuba y poder divulgar nuestra realidad, tergiversada por los medios masivos de información del imperio.

“La idea no era promover solidaridad con Cuba, sino mostrar, particularmente a los amigos latinoamericanos y de otros continentes, lo que habíamos hecho: cómo logramos conquistar el poder prácticamente desde cero. Explicarles la importancia de la unidad de las fuerzas revolucionarias, un problema que lamentablemente han seguido arrastrando las fuerzas progresistas de nuestro continente; demostrarles cómo habíamos logrado unir las organizaciones que participaron en la lucha y que no se fragmentaran. Exponer lo que empezábamos a hacer, las primeras medidas de corte social, la Reforma Agraria; advertirles sobre nuestros errores; dar, no pedir; compartir lo que teníamos y no lo que nos sobraba, porque no nos dejaron mucho.

“Esa es la filosofía de la creación del ICAP: no reclamar solidaridad, sino ofrecer información de cómo un pequeño pueblo había logrado derrotar a un Ejército peligroso, armado y financiado por los Estados Unidos. Ese fue el origen del ICAP. Por lo que les digo, podrán comprender que me apasiona. Y la tarea también apasionó a todo el colectivo, que fue creciendo, básicamente integrado por jóvenes que comenzamos allí en los primeros días de 1960”.

Pero, se lo hayan propuesto o no, la primera y mayor red social de la historia nació. El ICAP agrupa hace 59 años la gran red de solidaridad de los pueblos del mundo con una pequeña nación.

–Desde luego, la solidaridad con Cuba surgió espontáneamente. Se fue creando un movimiento de solidaridad con nosotros, había que atender a todas las brigadas, tener relaciones con sus integrantes. Básicamente, ahora el ICAP se dedica a ello. Pero nunca pretendimos apretar un botón y que en el mundo rechazaran la agresión que ya estaba en curso contra nuestro país.

“Recuerdo que en medio del primer día de la agresión, vi un cable que hacía referencia a la reunión de unos mineros en un pequeño poblado de Argentina, en la provincia de Salta. Se reunieron en la plaza y 300 de ellos comenzaron a firmar un documento para venir a Cuba a pelear y empezaron a ver cómo se transportaban para acá. No les dimos tiempo, porque la invasión por Girón la logramos liquidar en menos de 72 horas, pero hubo una reacción de ese tipo en el mundo y no fue promovida por nosotros. Surgió espontáneamente, como ha sido siempre la solidaridad con Cuba.

“Históricamente hemos brindado nuestra solidaridad, pero también la hemos recibido. Por ejemplo, miren para aquel cuadro (señala a la pared), el general del Ejército Libertador Máximo Gómez Báez, y centenares de patriotas de otros países, vinieron a contribuir con nuestra liberación. Asimismo, en medio de la tiranía, cuando la Guerra Civil Española, el mayor contingente de combatientes internacionalistas fue el nuestro. Más de 1,478 combatientes salieron desde Cuba de forma clandestina hacia España, con Pablo de la Torriente como figura insigne, al igual que varios dominicanos vinieron a pelear con nosotros en la Sierra. La Revolución es lucha y también solidaridad”.

¿Qué oportunidad agradece de aquella década como presidente del ICAP?

–Haber tenido la posibilidad, siendo tan joven, de poder participar en decenas de reuniones de Fidel y el Che con líderes y delegaciones extranjeras que nos visitaban. Saben, me arrepiento de no haber tomado notas de cada una de ellas, tuve esa lamentable deficiencia.

“Si bien Fidel era el jefe victorioso de la Revolución que conquistó el poder, ejemplo para el mundo, jamás le dijo a nadie ‘en tu país deja de hacer esto o lo otro’ o ‘hagan esto o aquello’. Más bien, aun cuando conocía los problemas de ese otro Estado, sólo hablaba de nuestra experiencia, de la importancia de la unidad en Cuba, de las virtudes y defectos de nuestro proceso. Eran clases magistrales.

“Aprendí mucho en esos contactos, sobre todo a comprender la inteligencia y sagacidad de Fidel, su prodigiosa memoria computarizada, abordando todo tipo de temas, analizando la situación en Cuba y en nuestra región, con un lenguaje y argumentos proyectados acorde con las características de sus interlocutores.

“Además, tuve la posibilidad de participar en muchos encuentros con otras personalidades como Raúl Castro y Osvaldo Dorticós. Me sentía parte de un equipo de dirección fabuloso e irrepetible. Ellos robustecieron en mí los sentimientos e ideales por los cuales había luchado.

“Las entrevistas con el Che eran igualmente maratónicas y también se efectuaban generalmente por la noche y la madrugada. Siempre protestaba y decía que tenía mucho trabajo, pero acababa recibiendo a casi todo el que solicitaba verlo.

“Cuando supo que jugaba ajedrez y después de que medimos nuestras fuerzas varias veces, casi me ponía como condición, para recibir a las delegaciones, que yo personalmente las acompañara, y habitualmente terminábamos jugando unas partidas en su despacho por la madrugada.

“Tampoco tomé nota de las entrevistas del Che, y también lo lamento. Era un excelente expositor, de muy sólidos argumentos y hablar mesurado, con su peculiar acento. Valoraba con mucha profundidad los fundamentales hitos históricos de nuestra patria. Lo subrayo, porque no era un conocimiento libresco, sino una reflexión permanente.

Entonces, cuéntenos la historia real de su “patinazo” con el Che.

–Mi primer y nunca olvidado “patinazo” con el Che. Tras el triunfo de la Revolución, quise volver a mis estudios de Medicina, pero el ajetreo intenso de aquellos años hizo inevitable que asumiera otras responsabilidades. Estaba en la dirección del 26 de Julio en la provincia de La Habana y acepté participar en la intervención de varios laboratorios farmacéuticos al mismo tiempo. Ya había sido designado secretario de Relaciones Exteriores del MR-26-7.

“Con cierto apresuramiento, un día tuve que explicarle al Che la intervención de la fábrica de botellas y lo que hicimos, que se necesitaba designar un interventor y que acababa de ver, al entrar en su oficina, a un compañero que podía ser el candidato apropiado durante unos meses hasta que se encontrara la persona idónea.

“Era Alipio Zorrilla, se preparaba para una misión en una fábrica que empezaba a construirse y podía servirle de entrenamiento práctico. Aunque mi explicación no fue suficientemente coherente, el asunto le interesó y dijo dos veces: ‘Alipio Zorrilla’, sin recordar quién era. Para ayudar a que identificara a mi amigo, le mencioné varias características de Alipio: ‘Es un compañero alto, de los grupos de acción de La Habana, corpulento, de color...”. Y no pude seguir. Me hice la idea de que con esos datos lo había recordado, pues se echó hacia adelante y me dijo bajito, mirándome a los ojos: “De color somos todos, blancos, amarillos, negros. Si es negro, di que es negro. ¿O es que no llamas a las cosas como son?”.

“Realmente me sorprendí y hasta me molesté. Nunca me había referido a Alipio ni a otro negro de esa forma, pero queriendo ser cuidadoso y fino me salió la condenada expresión. Me sentí abochornado –como parece que quería que me sintiera–, y traté de salir de ese entuerto explicando que fue una frase involuntaria que no acostumbraba utilizar. Como concluyendo y dirigiéndose más a Mario Zorrilla que a mí, dijo que estaba de acuerdo y que lo podíamos utilizar en esa tarea. Nos despedimos, también cordialmente, y salimos.

“Buscamos a Alipio en una oficina contigua y le dije que recogiera sus bártulos. Mario le comunicó la decisión del Che y le sugirió que se fuera con nosotros para ir directamente a su oficina y hacer los trámites de su designación y llevarlo después a la fábrica. En el camino le conté lo sucedido. Enseguida me corrigió. Mario agregaba otros elementos y los dos se reían.

“Toda historia tiene su moraleja. Removíamos los cimientos de la discriminación racial que se enraizó cuando éramos una neocolonia yanqui y, para ello, además de hacer una verdadera y profunda revolución que la erradicara para siempre, era necesario enfrentar aquellas expresiones que tenían un sentido racista. Yo no era racista, pero sin darme cuenta, repetía frases de ese tipo. Nunca más le he dicho a un negro que es ‘de color’”.

“A mí el marxismo me entró por ósmosis”

Increíblemente, en 1969, solicita dejar el ICAP e irse a pastorear vacas…

–Cuando llevaba nueve años en el ICAP, percibí que ya no tenía las mismas iniciativas que al principio, que caía en la rutina, y consideré que era el momento de cambiar. Ya el organismo existía y toda su estructura estaba funcionando. Me satisface cómo ahora estamos estableciendo ciertas normas en la ocupación de los cargos del Estado cubano, en función de que no sean vitalicios.

“Ya yo era capaz de identificar cuándo el Comandante estaba contento, cuándo era el momento de comentarle algo… Un día, en la habitación 420 del hotel Riviera, le comenté las ideas que tenía en la cabeza: que a mí el marxismo me entró por ósmosis, que nunca había trabajado por méritos ni comodidades y que la idea del pastoreo me atraía. Él nunca esperó que le planteara eso. Entró Piñeiro (Manuel Piñeiro Losada) y se lo dijo. Comentó: ‘Comandante, si quiere proletarizarse, que se vaya a cortar caña’.

“Después insistí y me mandó para la brigada comunista de construcción y montaje de lo que iba a ser la fábrica de fertilizantes en Cienfuegos. Fui para allá molesto, porque el cemento y el ladrillo no eran lo que quería. Lo mío era meterme en algo de ganadería.

“Y Armando (Hart) me dijo: “Te saco de ahí”. Efectivamente, así lo hizo. Él quería que viniera a trabajar con él para el Comité Central, donde era el organizador, pero Fidel manda a Armando para Camagüey, en medio de toda la situación compleja que había allí, a cargo de la provincia. Entonces, él me mandó a buscar, por eso fui para esa provincia.

“Con el paso del tiempo he analizado mi decisión y, realmente, no tenía las mismas motivaciones e iniciativas; por eso considero que fue justo y necesario cambiar próximo a los diez años, como hoy, que casi es una norma. Sentía que era el momento de salir y refrescar. Otros vendrían con nuevas ideas. Mucha gente me lo criticó, pero creo que hice lo correcto”.

No fue a pastorear vacas, pero sí para Camagüey. ¿Le satisfizo ser secretario del Buró Ejecutivo del Comité Provincial del PCC en una provincia?

–El trabajo en una provincia es muy bonito, interesante, fabuloso. Tiene la ventaja de que todo lo que hagas lo puedes constatar de primera mano. A veces, en el trabajo nuestro internacional son muchas las personas que participan, pero en una provincia tienes tareas concretas.

“Cada vez que voy a Camagüey y visito la casa de Ignacio Agramonte, recuerdo cómo me metí a repararla. Estaba dividida en cuatro pedazos y hoy es uno de los centros culturales más importantes de la provincia. Me costó mucho trabajo, pero la veo, la toco, está ahí. Además, cuando te dedicas a solucionar la diversidad de problemas sociales, económicos y políticos, puedes ir viendo los resultados de una forma tangible y directa.

“Camagüey era una provincia muy rica, pero carecía de mano de obra para hacer la zafra. Durante el capitalismo, eran miles de cubanos que iban por su cuenta a cortar caña a aquel territorio. Luego del triunfo de la Revolución, cuando empezamos a hacer obras en todos los municipios, tuvimos que hacer movilizaciones con los sindicatos, con las Fuerzas Armadas, hasta que apareció la máquina que cortaba la caña.

“En esa etapa tan bonita estuve en Camagüey, cuando la provincia pudo valerse por sí misma. Si bien al principio un municipio no tenía los 10,000 hombres que necesitaba para cortar la caña, con la máquina 300 operadores podían resolverlo… Viví ese proceso que se desarrolló particularmente en Camagüey. Me sentía muy motivado.

“Por eso, cuando me sacaron no me sentía como que debía cambiar todavía. Todavía tenía iniciativas e ideas. No obstante, me mandaron para Argelia como embajador; según supe, fue una idea del Comandante. Hubo un acuerdo del Buró Político vinculado a mi salida, donde él pidió que esperaran a la constitución de la Asamblea Provincial para anunciar mi liberación, porque yo no era camagüeyano y si el pueblo me elegía como su representante era una manera de evaluar y reconocer mi trabajo en la provincia. No era justo, después de seis años, sacarme justo antes de esa asamblea.

“Me quedé con la satisfacción de que, sin ser camagüeyano, de los 45 miembros del Comité Provincial salí el séptimo en votación. No recibí un premio en metálico ni un diploma, pero sí el mejor estímulo, la satisfacción de ser reconocido con el voto del pueblo”.

Contar la historia, tal como es

Llegó a Argelia en 1974 y comenzó su carrera como diplomático. ¿Por qué desde entonces África se adueñó de sus memorias? Tres de sus cuatro designaciones como embajador han sido en ese continente.

–Cuando llegué a Argelia ya se había realizado un proceso de acercamiento con el continente africano. No podemos olvidar todo el periplo africano del Che, bajo la guía del pensamiento de Fidel, conectando a los Estados que comenzaban a ser independientes. El sistema colonial se empezó a descomponer. Las potencias colonialistas no aceptaban que esos pueblos conquistaran la libertad y la democracia. Reprimieron ferozmente los intentos de alcanzar la justicia.

“A los países que pelearon, nosotros los apoyamos siempre. La guerra de Argelia fue una de las más cruentas. No había familias que no tuvieran a alguien en aquella lucha. Combatieron prácticamente en los mismos escenarios que nosotros, en ‘el llano’, en las ciudades, al mismo tiempo que nosotros. Surgió una gran simpatía en los combatientes cubanos por los argelinos.

“Recuerdo que una de las primeras cosas que hicimos en Revolución de manera audaz fue, en medio de la relación compleja y difícil con los Estados Unidos, reconocer al Gobierno provisional argelino, algo que no había hecho nadie en el continente, muy poca gente lo hizo. Por Argelia comenzó también la primera colaboración médica cubana, el 24 de mayo de 1963. En aquella época teníamos solo 6,000 médicos y los compartimos. También, desde Argelia, atendía a Mauritania. Así empezamos a acercarnos a África.

“Estando en Argelia se produjo la promoción de Raúl Roa a vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular y designaron el 3 de diciembre de 1976 a Isidoro Malmierca Peoli como canciller. Venía también del Partido, ya lo conocía. Como a los dos años de ser ministro me pidió que, en vez de volver al Partido, viniera para el Minrex. Fui director de África Norte y No Alineados de 1978 a 1980, y luego viceministro durante 13 años, de 1980 a 1993. Accedí porque ya aceptaba mejor este tipo de trabajo dentro de las relaciones internacionales. El tiempo pasa rápido, ya llevo en el ministerio más de 40 años.

“Cuando estuve de viceministro de Relaciones Exteriores atendía también el área. Te digo más rápido los países de África que no conozco que los que conozco. Tenía que hacer muchas visitas, recorrer aquellos lugares en los que básicamente no teníamos representación. También, en ese periodo había una población nuestra considerable en África; nuestro apoyo a Angola se fue volviendo uno de los objetivos más importantes de la política exterior cubana.

“De esa etapa guardo uno de los recuerdos más entrañables de mi vida como diplomático, cuando acompañé al Comandante Juan Almeida en el primer encuentro con Mandela en Namibia, el día que ese país alcanzó su independencia. Escuché a ese insigne líder africano decir, recién salido de la cárcel, que Namibia era independiente porque un país tan pequeño, lejano y valiente como Cuba había estremecido los cimientos del Apartheid en Cuito Cuanavale. Fue conmovedor y un gran e inolvidable homenaje a nuestro caídos en combate.

“En 1993 me designaron en Nigeria, concurrente en Guinea Ecuatorial, adonde tuve que ir en varias oportunidades, porque el presidente pidió al Comandante que lo ayudara a abrir una Universidad de Medicina. Allí fueron a colaborar 160 profesionales nuestros.

“En mi trabajo internacional, las vivencias más hermosas las tuve en África. Son emociones irrepetibles que tengo la necesidad de contar, de escribir”.

¿En qué circunstancias llegó a Chile en 2005?

–Fui a Chile cuando Bachelet asumió la presidencia. Chile es un país de muchos contrastes, de gran desarrollo, pero donde se acentúan más las diferencias entre los que tienen mucho y quienes nada tienen.

“Conocí a Allende en el ICAP, hablé con él muchas veces. En su país, el de sus hijas, hay mucha gente solidaria con Cuba. Hay muchos detalles curiosos de nuestra historia que se entrelazan con Chile. Si observas la bandera que usó por primera vez Céspedes, verás que es igual a la de Chile, pero con colores distintos, porque el patriota tenía noticias de que los chilenos nos habían apoyado, y a la hora de hacer la bandera buscaron una que se le pareciera”.

Protagonista de la lucha clandestina, dirigente del MR-26-7, fundador del ICAP, secretario del PCC en Camagüey, diplomático, viceministro, embajador... ¿Periodista también?

–Por la necesidad de contar la historia y tal como es, sin ocultar nada. A veces hay quien pretende reflejar un hecho histórico haciendo omisiones imperdonables. Si hay alguien que ya no forma parte del grupo de dirección o traicionó, lo quieren omitir. La historia hay que escribirla con H, porque llegamos hasta aquí así, diciendo todo lo que había que decir.

“En muchas de las historias que se hicieron de las columnas del Segundo Frente, Raúl siempre insistió en que se fuera, exactamente, justos a la verdad. Por ejemplo, hubo un teniente que hizo una acción audaz en un combate que permitió tomar el cuartelito; con los años, ese hombre traicionó, pero existió y fue él quien protagonizó el hecho.. No puedes tergiversar la realidad, con todos sus defectos, porque por él también llegamos hasta aquí”.

* “60 años de diplomacia revolucionaria” es una serie del Ministerio de Relaciones Exteriores y Cubadebate

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