Yucatán

José Díaz Cervera

La canción yucateca puede pensarse de diferentes maneras. Su riqueza abre posibilidades, invita a recorrer caminos muy diversos, alimenta las intuiciones y la creatividad de los intérpretes, los arreglistas y los productores, al tiempo que invita (desafortunadamente a muy pocos) a investigar sus coordenadas históricas, políticas y socioculturales, así como los universos simbólicos en los que se ha desarrollado.

Habrá que lamentar que muchas de las canciones tradicionales, compuestas en ritmo de clave y de bambuco —fundamentalmente—, ahora se interpreten a ritmo de bolero, abaratando así una manifestación cuya riqueza musical sorprendió a todo nuestro sub-continente hispanoamericano en los años treinta del siglo pasado. Habrá que lamentar, también, que la canción popular en general perdió mucha de su frescura y de su calidad, tanto musical como literaria, al quedar decisivamente condicionada por el éxito comercial de una industria discográfica (en la que la Historia dejó inmersa a la canción yucateca) que no ha tenido escrúpulos para ofrecernos casi pura quincalla a cambio de nuestro dinero.

Con todo y eso, la canción yucateca ha tenido un devenir envidiable y ello le ha permitido ofrecer soluciones de continuidad en los diferentes ámbitos de la canción de consumo, y lo ha hecho dignamente dentro de los límites que impone una industria que parece tener (quizá no sólo por razones comerciales) una marcada preferencia por la abyección.

Quizá, la inercia de una sensibilidad que tenía sus pilares mayores en el viejo “Chan” Cil, en Guty Cárdenas, en Ricardo Palmerín y en Pepe Domínguez fue suficientemente poderosa como para impulsar a un Luis Demetrio, a un “Coqui” Navarro, a un Armando Manzanero, a un Guadalupe Trigo, a un Sergio Esquivel, a un Ramiro José Esperanza o a un Jorge Buenfil (sólo por citar algunos), quienes han desarrollado una obra relevante que, no me cabe duda, ha contribuido a dignificar con creces la industria discográfica nacional.

Por eso, regionalismos aparte, al escuchar el álbum “Esencia yucateca sin fronteras”, de Maricarmen Pérez, uno no puede sino dejarse llevar por una estricta marea de entusiasmo.

En el disco se contienen éxitos musicales de autores yucatecos, fundamentalmente de los años sesentas y setentas del siglo XX. Piezas, quizá escuchadas hasta el cansancio, rehenes de una monotonía derivada de la repetición sistemática y hasta abusiva que, sin embargo, parecen rejuvenecer no sólo por la calidad interpretativa de Maricarmen y por los arreglos musicales que las ponen en una dimensión estética más actual, sino porque son canciones que tienen rasgos musicales y giros literarios notables, a pesar de que en algunos casos se trató abiertamente de responder a las exigencias de un mercado para el que la sensibilidad del receptor es una especie de basurero.

El álbum me reconcilia con muchas cosas; me regresa a mi infancia y a mi adolescencia, pone frente a mí a personas, lugares, rincones, aromas, emociones; me recuerda quién soy y de dónde vengo. Además, agita en mí las ganas de reflexionar, de pensar, de analizar, de seguir algunas intuiciones para irles dando forma.

Las culturas interactúan de maneras muy diversas: se oponen, desarrollan mecanismos de defensa, se apropian de bienes ajenos y los reciclan o refuncionalizan, se ven sometidas al poder, etc. ¿Qué ha pasado en ese sentido con la canción yucateca? ¿Qué tanto ha sucumbido a las determinantes de la industria discográfica? ¿Cómo ha emprendido la defensa de sus marcos de referencia? ¿Qué ha conservado y qué ha perdido de su sensibilidad original? ¿Cómo se mira a sí misma? ¿Hacia dónde va? ¿Cuáles han sido las claves que le han permitido sobrevivir a la fugacidad del mercantilismo?

El abanico de canciones, ritmos, tonos y temas del disco de Maricarmen Pérez va más allá de un simple repertorio. Al escuchar el álbum no solamente degustamos una voz expresiva enmarcada en unos arreglos notables, sino también viajamos alrededor de esa entidad espléndida que hemos regalado al mundo y a la que llamamos canción yucateca. El viaje es en el tiempo, el viaje es a través de la marea de la memoria. El viaje es corazón adentro, huesos adentro.

(Continuará…)