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Yucatán

ECO, Escuela de Conciencia

Dr. Gaspar Baquedano López

Año Nuevo

En estas fechas nos invade un sentimiento de que algo está terminando, va quedando atrás, mientras que a la vez, esperamos la llegada de lo nuevo. Nuestro ingenio nos lleva a representar al año viejo con la figura de un anciano de barbas blancas, encorvado por el peso del tiempo, y al nuevo como un bebé recién nacido. Al año viejo lo miramos atrás, como algo pasado, decrépito y a veces nos referimos a él como “el año viejo que agoniza”.

Pero tal vez no nos hemos preguntado si dejamos atrás nuestro dolor, temores y angustias. En el supuesto casos de que, efectivamente, hayamos dejado atrás todo esto, ¿hacia dónde dirigimos la mirada? Con seguridad que hacia el futuro representado por el año que está por llegar. En otras palabras, lo que mentalmente pretendemos hacer es dar un brusco salto pasando de largo por el presente, desde lo que llamamos el pasado hacia lo que imaginamos como futuro. Nos urge el Despertar de la Conciencia en el presente.

Mitos

El pasado es el “lugar” donde se encuentran nuestros condicionamientos, prejuicios y deformaciones acerca de la realidad. Es frecuente encontrar culpa en esas creaciones. A su vez, el miedo al futuro tiene sus raíces en lo que imaginamos podríamos perder. Este miedo no es otra cosa que la continuación de la programación que construimos en el pasado. Ese pasado viene a nosotros al través de imágenes y nos lleva al sufrimiento anticipado de muchas situaciones que tememos y no deseamos se repitan. Vivimos culpa por el pasado y estamos atemorizados por el futuro. Cuando celebramos y brindamos por el Año Nuevo, ¿hemos acabado con estas fantasías?, ¿lo hacemos con libertad interior? O tan sólo repetimos exteriormente un patrón tradicional, un formulismo social pero, en realidad, a veces por dentro tememos al primero de enero, es decir, al futuro.

Es típico en nosotros que en las celebraciones de fin de año, hagamos nuevos propósitos que son tan amplios y variados como las necesidades que nos acongojan. Nos proponemos poner orden en nuestra vida, estudiar mejor, cuidar nuestra salud, construir una mejor relación de pareja, o liberarnos de los apegos que nos atormentan. En todos estos nuevos propósitos de Año Nuevo, no puede faltar Dios al través de esa imagen distorsionada e infantil que construimos. Por ello lo involucramos en nuestras abundantes promesas para hacer o dejar de hacer ciertas cosas. Si fallamos, se lo reprochamos por no habernos ayudado en nuestros buenos propósitos.

Cambio y vida nueva son unos de nuestros mitos favoritos para no llevarlos a cabo, porque los ubicamos, precisamente, en un futuro que nunca llega. La vida nueva que deseamos y nos merecemos, se encuentra rodeada de creencias e imágenes. Vale la pena mencionar algunas.

Una de nuestras fantasías consiste en pensar que para cambiar necesitamos tiempo, que esto sólo es posible poco o poco, pues es necesario analizar una y otra vez cómo vamos a conseguirlo. En ese minucioso y exhaustivo análisis, no es raro que nos tomemos todo el año siguiente, pero eso sí, en el próximo brindis de Año Nuevo reafirmaremos otra vez nuestras promesas de cambio y de una vida nueva y mejor. En otras palabras, creamos mito tras mito.

El deseo de cambio, que puede derivar en algo más profundo que es nuestra transformación, no puede ser pospuesto para un futuro nebuloso e indefinido, ni puede quedar en promesas de Año Nuevo. Este cambio de actitud, ante nosotros mismos y ante los demás, tiene que ser hoy, no admite un mañana, a menos que se trate de otro de nuestros mitos favoritos para comodidad de nuestra mediocridad.

Esperando milagros

Si decimos que el año pasado nos fue “muy mal”, pensamos que el próximo tiene que ser diferente ¿Es ésta una actitud realista, o más bien se trata de un pensamiento mágico? ¿Por qué tiene que ser diferente? Si tuvimos problemas y sufrimiento en nuestras vidas, en lugar de esperar milagros, ¿por qué no mejor revisamos nuestro interior, buscando sin moralismos ni enjuiciamientos la comprensión de nuestros errores y aprender de ellos humildemente? Eso podría producir un resplandor de sabiduría.

Si consideramos que fue un año afortunado, no está de más que reflexionemos a qué llamamos éxito, fracaso, fortuna, felicidad e infelicidad. Y lo más importante, ¿de dónde sacamos esos criterios para calificar nuestra actuación en el año que termina? Reflexionemos si estas ideas son nuestras o las tomamos prestadas de la opinión de los demás que recitamos obedientemente.

El encanto de lo nuevo

Si estamos despiertos, el presente, el momento, es extremadamente intenso si lo vivimos a plenitud, con novedad. Las festividades de Año Nuevo son ciertamente agradables pues, entre otras cosas, permiten la expresión de afectos que normalmente no dejamos aflorar debido a la enorme censura que nos aprisiona. En estas celebraciones, nos damos permiso para ser un poco más nosotros mismos y abrazar y estrechar a seres queridos, amigos y hasta personas que consideramos poco agradables. Es, por así decirlo, un “juego” que disfrutamos alegremente. Pero si somos adultos, comprenderemos que todo juego termina para dar paso a la realidad.

En Año Nuevo, al igual que en Navidad, nos mostramos un poco más ante los demás, bajamos las defensas, pues entre todos hemos acordado que se trata de una época de “paz y amor”. Tal vez sea éste uno los aspectos rescatables de estas fechas: el retorno a nuestra sensibilidad anestesiada por convencionalismos y temores sociales.

Sin embargo, estas fechas pueden servirnos también para dar salida a nuestros sentimientos de inferioridad que brotan cuando nos comparamos con los demás.

Es aquí donde pervertimos la tradición que tiene una razón de ser y es portadora de mensajes ocultos que es importante descubrir:

El Año Nuevo podría simbolizar al Espíritu Nuevo que todos deseamos día con día. No son los años, sino a la persona vieja y a la nueva que hay dentro de nosotros a la que resultaría fascinante descubrir y celebrar en estas fechas. Nuestros mejores deseos de Año Nuevo pueden quedarse en tan sólo palabras huecas y trilladas, en un fastidioso y machacón formulismo, si no van acompañadas de una actitud de fondo, dinámica, inquieta y rebelde.

Pueden quedar en frases sin fuerza, cargadas de chocante palabrería si no están concebidas en la dimensión de nuestra relación sincera y comprometida con los demás. Todos los días e instantes de nuestra vida pueden ser nuevos, sin la carga culpable del pasado y sin los miedos que depositamos en eso que llamamos futuro. Con el Despertar de la Conciencia, cada momento de nuestra vida puede estar impregnado de ese entusiasmo que nos embarga en el Año Nuevo. Pero más que promesas, requerimos de acciones armónicas y eficaces. Acciones enmarcadas y enriquecidas en la dimensión social, esto es, en la interrelación transformadora con los demás.

ECO, Escuela de Conciencia.

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