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Diabetes le quitó las piernas y la vista, pero no las ganas de vivir

Don Arturo Romero Vallet lleva cinco años en silla de ruedas y viaja desde Mulsay hasta el centro de Mérida entre los autos para ganarse unas monedas todos los días
Foto: Por Esto!
Foto: Por Esto!

Don Arturo Romero Vallet tiene 78 años y fue un destacado bailador de danzón, deleitó al público en el Peón Contreras, en el Teatro Mérida, en el Olimpo y el Daniel Ayala, ganó dos que tres premios, pero hace 5 años que está en silla de ruedas, debido a que le amputaron las dos piernas a causa de la diabetes, además de que ya perdió la vista de un ojo, pero aún así se la juega día a día entre los autos, en el trayecto de Mulsay hasta el Centro y de regreso.

Narró que sí es peligroso, porque hay gente insensible, y así como también hay personas buenas, otras tantas han perdido el lado humano, como una tercia de jóvenes que lo asaltaron, golpearon e, incluso, por poco le arrebatan su silla y las muletas que traía.

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“Hace como tres años, yendo de aquí para Mulsay era un domingo, ya era tarde, como las 10:30 de la noche, se bajaron tres muchachos de un coche; yo pensé que me iban a ayudar, que me iban a echar la mano, pero no, me asaltaron, me quitaron mi reloj, me quitaron 300 varos que había yo ganado y todavía me dieron un puñetazo en la quijada”.

“Ya iba yo para la casa y uno de ellos dijo ‘vamos a quitarle la chingada silla y las muletas y las vendemos’, pero otro dijo ‘no, ya deja al viejo ese; con los 300 pesos y el reloj ya tenemos para la coca’. Pasaron los policías, pero no dieron con ellos”, comentó.

El trayecto en silla de ruedas, dijo, sí es peligroso, porque de igual manera, como hay quien ayuda, hay otros que le han aventado encima el auto.

“Mucha gente es buena y mucha gente te humilla en la calle. Me gritan ‘hazte para allá viejo, te mato’, ‘cuidado mocho’, pero así todos los días vengo desde Mulsay, ahora estoy rentando un departamento en la calle 67 por 82.

“Es peligroso, pero sí, hasta ahora no me han atropellado, pero sí, muchas veces, una vez uno me aventó el coche, lo paró el policía, y había tomado”, comentó.

Vende lo que puede a los conductores y transeúntes 

En su silla de ruedas, comentó, todos los días se ubica en la calle 60 por 61 y ahí le dan permiso los policías y vende anillos de acero inoxidable, toallitas, maquinitas para rasurar, o lo que pueda.

Don Arturo expuso que hace 5 años perdió una pierna y hace 2 años la otra, pero desde su punto de vista las podría haber salvado si hubiera recibido una buena atención médica.

“Mucha gente no lo cree; en el Centro de Salud te atiende uno y mañana otro y ése no sabe,no te dan seguimiento y para lo que te hacen: una limpiadita, una gasita, y ya, te mandan a tu casa. Creo que con una buena atención tal vez no perdía las piernas”.

Este ojo derecho ya lo perdí también; tenía la cita y me decían ‘vente dentro de quince días’, luego que un mes, que no hay médico y así me trajeron 3 años y cuando fui a ver a la oculista me dijo, ‘Don Arturo, le voy a decir la verdad, su ojo ya está perdido’ y pues, ni modo”, señaló.

Hoy día algo sale de su venta para pagar la renta y también recibe su pensión de parte del Gobierno Federal, es independiente.

“Pues sí sale algo. Me gano 200 o 300, a veces la gente me ayuda y saco más de regalo, o como dicen vulgar, de la limosna, pero me va mejor a veces”, expuso.

Don Arturo no quiso entrar en detalles, pero narró que vivía con su esposa, pero a raíz de su discapacidad de plano lo sacaron.

“La señora, ya sabes, ya no te quiere en casa, vivía con mi esposa, pero ya no te quieren, das pena y vas para afuera”, expuso.

Arturo dice que trabajó en una casa que cuidaba en Pinos, pero se murieron sus patrones y lo liquidaron por 7 años de labor. Le dieron 100 mil pesos, pero poco le duraron.

A raíz de la discapacidad ha tenido también que sufrir en asilos de mala muerte, uno de Sambulá y el otro del Parque de Santiago que ya lo cerraron.

“Estuve en un asilo en Sambulá con una señora que se llama Estela Solís que nos trataba muy mal, nos encerraba, a todos les quita su tarjeta para cobrar, ella cobra el dinero de todos los viejitos”.

“Nos daban una comida pésima, te trataban mal, las camas era un pedazo donde sólo cabías tú, llenas de sangre, el baño todo apestoso, chinches, una cosa terrible y el entenado te regañaba, el ahijado, el hijo, todos te regañaban”, recordó.

De ese lugar lo sacó una profesora y lo llevó a Santiago, pero la situación no cambió mucho.

“Lo único bueno de ahí es que salía, pero sólo nos daban una comida. Muchos se murieron ahí, no había atención, no había medicina, quien te checara la presión, el azúcar, nada, y además te cobraban 2 mil 500”.

“La señora dueña del lugar era alcohólica, todos los días estaba peda, no se fijaba en nosotros; desde que se juntaba a jugar dominó, barajas, a chupar, hasta que salía bien borracha y a veces tenían que irla a buscar. Las despensas buenas a su casa y nos daba lo más malo”.

“Todos los días nos daban de comer lo mismo, un mes puro pollo, nada de atún, ni un huevo estrellado y había un montón de viejitos que ya no caminaban, ya no se podían parar, se ensuciaban, ya no salían como yo, yo era el único que salía”, finalizó.

Por David Rico

CI

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