Las iglesias en Yucatán que datan de los siglos XVI al XIX tienen un profundo significado para la gente, tanto cultural como histórico, así como para la identidad, y más cuando la población del lugar es eminentemente católica, pues desde la época colonial significaron tanto como el cenote y donde había un cuerpo de agua también se levantaba una capilla, por lo que se deben buscar mecanismos para restaurar los recintos que están en malas condiciones, expuso el arquitecto e historiador Carlos Alberto Cosgaya Medina, presidente de la Asociación de Cronistas e Historiadores de Yucatán.
Sin embargo, dijo que este problema de afectaciones a las iglesias coloniales, más cuando corren tiempos de lluvia, es un fenómeno nacional y tiene muchas aristas, como la tramitología misma ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que es el órgano de vigilancia, pero a la vez, el que debe de asignar fondos para estos recintos es la Secretaría de Desarrollo Social, además de que también tiene que ver el resguardo que hace cada una de las Arquidiócesis.
“Las afectaciones a las iglesias son problemas de toda la vida, a veces también porque no hay mantenimiento preventivo que marca el propio INAH y que se debería llevar en cada una de las parroquias, así como incluye el cambio sistemático que se hace de los sacerdotes y el mismo paso del tiempo”, señaló.
El también integrante de la Dimensión de Arte Sacro de San José, que abarca la Península y el Estado de Tabasco, dijo que en este caso se debería de hacer, por ejemplo, un procedimiento de entrega donde INAH y Sedesol puedan exigir un reporte de cómo se encuentra el inmueble, pero señala que también sería muy importante la participación de la sociedad civil.
“Creo que al final falta coordinación entre tantas instituciones que participan, así como mecanismos efectivos para poder atender y rescatar estos recintos y, al final, los que pagan son los feligreses. Es penoso recorrer algunas poblaciones de la entidad donde las iglesias están en abandono y hay algunas que están a punto de perder el techo y sus fachadas, mientras otras que están en el olvido desde hace décadas”, dijo Cosgaya Medina.
Puntualizó que la misma Ley de Monumentos Históricos contempla la participación de la ciudadanía para buscar mecanismos a fin de atraer recursos. En este sentido, dijo que en el Convento de Valladolid se hizo una fundación “Convento de San Bernardino” y un convenio con el INAH para atender el recinto, donde también se cobra una entrada y todos los recursos que se obtienen se destinan a su mantenimiento.
Esto se podría hacer –comentó– en Izamal, por ejemplo, donde incluso hubo un tiempo en que estuvieron en riesgo de derrumbe los arcos de la fachada principal.
“En definitiva se deben buscar los mecanismos para poder atender y rescatar estos sitios, porque el valor que tienen estos inmuebles es tan importante como el que tienen los cenotes que son el origen de los pueblos”.
En la colonización –agregó–, lo primero que hicieron los encomenderos de los pueblos fue construir una parroquia como parte del proceso de conversión y evangelización, pero así como perdió importancia el cenote con la llegada del agua potable, también fueron perdiendo importancia las iglesias.
Los primeros templos religiosos que se construyeron tenían sólo un presbiterio, una sacristía y un bautisterio, incluso eran de techo de paja y más adelante se fueron ampliando y se les hicieron muros, bóvedas e incluso hasta el XIX se continuaron las modificaciones.
“Las iglesias son un hito de la población, un tesoro histórico, desde el siglo XVI al XIX. Tiene un valor de identidad importantísimo y más si la población es fuertemente católica”, expuso.
Por David Rico