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Otros hábitos curiosos del Gobernador Campero

Roldán Peniche BarreraYucatán Insólito

Hemos dicho que era extremadamente supersticioso, fácil de horrorizar, atento a las observaciones malévolas de la gente, se creía todo lo que escuchaba por allá, y a la larga, en términos actuales, quizás devendría un “cultivado” del siglo XVII. También explicamos que lo custodiaba un soldado fidelísimo llamado Juan de Herrada (según don Justo Sierra), que lo era tanto que velaba el sueño de su amo y aún cocinaba los alimentos que éste deglutiría diariamente.

Se dice que, siendo un severísimo católico, rezaba el rosario todas las tardes, mas cuando lo hacía, en compañía de Herrada, “no dejaba de ensartar entre misterio y misterio algunas ristras de ¡por vida de…! Sin guardar miramientos en este punto ni a su confesor mismo”. O sea, que Campero mezclaba palabrotas durante el rosario y aún cuando llegaba la hora de confesar: “Sin embargo, el confesor, que conocía la piedad de su penitente y su fe sincera, toleraba aquellos deslices de la lengua…”.

En especial, el Gobernador se mostraba en extremo temeroso de la sola mención de almas en pena. Se dice que su confesor, quien se burlaba de sus infundados temores, disfrutaba señalándole a Campero el lecho donde habían sido asesinados el Conde Peñalva, que era el lecho donde debía dormir el gobernador, pero ya hemos visto que éste prefería pasar la noche en un catre antes que dormir en el mullido lecho donde unos pocos meses antes, había sido cosido a puñaladas su predecesor. El confesor y Campero dialogaban sobre el particular:

“-¡Ya se ve!, en este sitio mismo asesinaron cruelmente al difunto Conde de Peñalva de una manera misteriosa e inexplicable hasta hoy”.

“-¡Ah! ¡Ah! Ciertamente -murmuró el Maestre más muerto que vivo- ¡Así dicen, por vida de…! Que le dieron de puñaladas allá donde está su cama.

“-O tal vez se dio a sí mismo la muerte, que todavía no hay nada averiguado sobre el asunto”.

“-¿Y qué cree usted?

“-Yo no creo nada, señor Gobernador, sino que tarde o temprano se ha de averiguar la verdad. Los que mueren de muerte violenta y desapercibida, suelen volver al mundo de orden de Dios para revelar su género de muerte a fin de que no se persiga al inocente, ni se deje de castigar al criminal, si por acaso esa muerte ha sido la obra de un crimen”.

Y ante tales razonamientos, Campero palidecía, “respiraba con dificultad y angustia, bañábale la frente un sudor helado y sus ojos desencajados se fijaron en la cama de colgaduras, en cuyo sitio era fama haber sido asesinado el conde de Peñalva, temiendo ver aparecer de un momento a otro a un fantasma sangriento”. Tal era el horror que las palabras del religioso provocaban en el ingenuo Gobernador. Nosotros, como don Justo, sospechamos que el confesor “tuviese alguna oculta mira en atormentar de esa suerte al Gobernador, predisponiendo su ánimo para hacerle recibir alguna fuerte impresión”, lo cual se haría realidad unos meses más tarde con la inexplicable muerte de Campero después de visitar la Catedral a eso de la medianoche.

Gobernante honestísimo

Así se dice del Abog. D. César Alayola Barrera, asunto que nunca se ha puesto en duda, ni aún por sus enemigos. Y es que D. César ocupó altos puestos oficiales, incluyendo el de gobernador del Estado y Senador. Vivía modestamente y así murió. “Como él mismo decía con orgullo -dice el Abog. Manuel Pasos Peniche-, desde su primer sueldo ahorró un porcentaje de cada peso devengado. Separaba lo indispensable para vivir y con el saldo compraba monedas de oro. A eso llamaba ‘aurificar’ el dinero”.

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