Hace dos décadas, apoyé un proyecto científico del Grupo de Tecnología Alternativa (GTA) en el Estado de México, que se titulaba “Bosques parlantes”. Puedo decir que en ese tiempo el concepto ecológico en inglés “talking forest”, era uno de los más atractivos y espectaculares para los científicos avanzados y los humanistas integrales.
El atractivo de “talking forest” para la planificación integral en México, surgió desde las investigaciones ecologistas universitarias, como la tesis doctoral de la norteamericana Suzanne Simard. Estas descubrieron que los árboles comunican sus necesidades y se envían nutrientes a través de redes aéreas de hongos que alcanzan a otras que están enterradas en el suelo. Así, ellos mismos anunciaron al mundo global que habían descubierto que los árboles hablan o, mejor dicho, que se comunican entre sí.
Desde entonces, los ecologistas más destacados han sido pioneros de investigaciones sobre cómo “conversan” los árboles de los bosques templados y las selvas tropicales, incluidas las formas en que les sirven las filigranas fúngicas para enviar señales de advertencia sobre el cambio ambiental, buscar afinidades entre sí y transferir nutrientes a las plantas vecinas antes de morir.
Un importante ejemplo de las filigranas fúngicas destaca que los hongos conectan un árbol a otro a través de sus redes, lo que les permite defenderse de manera más efectiva ante invasores letales. Los árboles que son atacados por insectos, liberan señales químicas en los hongos, que los árboles vecinos recogen para aumentar sus resistencias a las amenazas.
Mediante el uso de frases que se hicieron globales desde la película “Avatar” de James Cameron, como sabiduría forestal, flujos energéticos y árboles maternos, hablan de este elaborado sistema como un conjunto similar a las redes neuronales en el cerebro humano. Sus trabajos han ayudado a cambiar la forma en que los científicos y los humanistas reconocen las interacciones entre los individuos del universo vegetal. “Un bosque es un sistema cooperativo”, dijo Simard en una entrevista con Yale Environment 360.
Comenta la investigadora en esa entrevista: “Para mí, usar el lenguaje de comunicación entre los árboles tenía más sentido, porque estábamos analizando no sólo las transferencias de recursos, sino cosas como la señalización de defensa y la señalización de reconocimiento de parentesco”.
Las nuevas investigaciones buscan comprender cómo estas redes de comunicación que son vitales, podrían ser afectadas por amenazas económicas y sociales, como la tala de la industria global y los embates del cambio climático, u otras ambientales, como las infestaciones de insectos. Pocos ecologistas avanzados dudan que estas redes continuarán, sea porque son beneficiosos para las especies de plantas nativas, para las exóticas o, incluso, para las malezas invasoras.
No cabe duda que la gente que sigue intentando la silvicultura de retención desde la extracción planificada o no de especies, es decir, la siembra impetuosa de árboles para la presunta protección del bosque y la preservación de especies en peligro de extinción, no ha entendido que no es suficiente.
No se reconoce que no se trata de sembrar árboles simbólicos que quedaron atrás, desconociendo los nuevos proyectos científicos y humanísticos de la ecología avanzada. El asunto es contar con proyectos que sirvan para probar diferentes tipos de retención, que sean idóneos para proteger los árboles maternos y las redes transmisoras.