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Yucatán

Víctor Salas

El concierto de la OSY de los días 7 y 9 de febrero del año en gracia, podrían ser considerados un intercambio cultural entre dos países unidos por toda la raigambre histórica hispana, pues un intérprete, un director y un compositor de dicho país se presentaron en el teatro Peón Contreras, para, así, crear vínculos cognoscitivos de suma importancia para los melómanos meridanos. Además, las obras del concierto trajeron hasta los oídos de la asistencia el cuerpo de agua, el viento de antaño contenidos en la obra de Claude Debussy, hombre del sonido de la modernidad, primero de los impresionistas musicales y famoso por haber compuesto el Claro de Luna, aunque en esta ocasión se tocaron su Petit Suite, con cuatro secciones musicales entrañables, tan entrañables como las ejecuciones solistas de Joaquín Melo y Paolo Dorio, el uno en la flauta y el otro en el clarinete, quienes extrañamente, al concluir la obra, no fueron invitados a ponerse de pie y recibir los aplausos que se merecían. Eso no importó. Ellos sabían que habían hecho muy bien la tarea, y se dieron un fuerte y cómplice apretón de mano, rubricado con una sonrisa de placer y satisfacción por haber cumplido cabalmente su responsabilidad ante la partitura debusiana.

El peruano Jesús Puma entró al escenario trayendo entre las manos una especie de vírgula dorada y brillante: su saxofón, instrumento calificado de sensual, pero de cuya garganta brotan sonidos muy alejados de ese concepto y se acercan más a los que el propio músico calificó como exóticos. En tan sólo once minutos el joven intérprete supo dar a conocer la magnitud de su dominio al instrumento y nos paseó por una amplia gama sentimental, de manera sugerente, tan discreta como impecable. Su ejecución fue como los destellos de luz que salían del cuerpo del saxo que domina a la perfección. Al concluir la Rapsodia para saxofón alto y orquesta, el público y los músicos en el escenario se unieron en una sola y larga ovación, que lo comprometieron a regalar una pieza más que también fue muy gustada. Tranquilo, como si nada bueno hubiera hecho, salió del escenario para entre bastidores recibir la calurosa felicitación del director invitado de la noche.

Cuatro Estampas Peruanas, de Armando Ochoa Guevara, es una obra emblemática en el composicional peruano y con la que guarda una especial relación el director y compositor invitado por la OSY, Fernando Valcárcel, quien empleó un lenguaje ecuánime y de viva comunicación con los atrilistas para darle un auténtica veracidad musical a la obra de su paisano, dividida en cuatro partes con títulos muy notables y atractivos: Vilcanota, Qorikancha, Yaraví y Huayno y Danza Criolla.

Tchaikovski, es un compositor siempre del agrado del público, al que hace bailar desde sus asientos o marcar el compás con las manos y pies. El mueve y conmueve, sin importar si se escucha una de sus obras de ballet, sus sinfonías o conciertos. “Tchaikovski es Tchaikovski” dice la gente para reiterar lo especial de la obra del compositor ruso. En esta ocasión Fernando Valcárcel seleccionó la Suite del ballet La Bella Durmiente”, e hizo muy bien, porque la obra se posicionó en el otro extremo del concierto, encendió luces y agitó árboles y campanas sentimentales, y finalmente consiguió que el público, al abandonar el teatro lo hiciera tarareando alguna parte de las contagiosas melodías de la celebérrima obra del compositor ruso.

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