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Yucatán

Roldán Peniche Barrera

Según las sabias palabras de don Justo Sierra, el nombre del actual Palacio de Gobierno era el de Palacio Real (o Real Palacio) en la época de la Colonia. En realidad, a todos los edificios públicos se les aplicaba lo de “real”, la real cárcel, el real hospicio, la real contaduría, etc. En aquel tiempo el Palacio de Gobierno (o el Real Palacio, o las Casas Reales si se prefiere) era muy diferente al actual. El edificio se hallaba destinado para servir de residencia a los capitanes generales (o gobernadores) de la Provincia.

El Palacio no sólo servía de despacho al gobernador sino que -ya lo hemos comentado alguna vez- de residencia del mismo y de sus familiares. Claro que los gastos de reparación y mantenimiento del inmueble corrían a cargo del Cabildo, pero lo más oneroso era el amueblar el edificio, pues los gobernantes exigían lo mejor en este rubro, y a veces lujos que dejaban muy mal parada la pobre economía del Cabildo de la ciudad. Hacia 1743, se acordó que, en lo sucesivo, el amueblamiento del Palacio sólo consistiría de lo siguiente: una cama con su colgadura fina (para el gobernador) y cuatro (para sus familiares) de colgadura ordinaria, tres docenas de sillas, cortinas para las puertas principales, cuatro mesas, cincuenta cargas de maíz, cincuenta gallinas (sí, porque es preciso explicar que el Palacio contaba entonces con varios patios y en alguno de ellos se criaban gallinas y aún otros animales domésticos); bancos y piedras de moler, loza para la cocina, servicio de ella, batea de lavar y otras menudencias (como señala don Justo, así se lee literalmente en el acuerdo tomado por el Cabildo al respecto).

Sin embargo, el Cabildo tuvo que apechugar con los gastos de las reparaciones del edificio, siempre sometidas al capricho del gobernante en turno. “Primitivamente -nos recuerda nuestra fuente- fue un mal caserón de gusto morisco, que dominaba en algunas provincias de España al tiempo de la conquista. La parte exterior daba a la Plaza Mayor y calle del Jesús, como ahora (don Justo habla al mediar el siglo XIX); pero comprendía desde el primer arco del portal de la cárcel hasta la plazuela misma del Jesús”.

En aquellos tiempos coloniales todavía no existían las galerías exteriores “y en su lugar veíanse veinticuatro pequeñas y elevadas ventanas de madera, con espesas celosías del mismo material. En el centro del frente, es decir, en el sitio mismo donde está situada hoy la entrada principal, se veía una puerta pequeña sobre unos cuantos escalones, a manera de pretorio, que daba a la plaza. Esta era la puerta pública, y como si dijéramos oficial; porque había además otras dos: una reservada para el Gobernador en el costado de Palacio, y otra destinada a la servidumbre en la parte posterior de la huerta”.

En realidad, hoy todavía existían en el Palacio dos puertas o entradas: la principal sobre la calle 61 y la lateral a que hace alusión don Justo, sobre la 60, que es estrecha y viene a ser una puerta de emergencia, de la cual puede salir el gobernador sin que la gente se dé cuenta. Al desaparecer las viejas huertas, también desaparecieron sus respectivas puertas coloniales, a las que hace alusión don Justo.

¿Pero cómo era en sus interiores el Palacio? “Un gran patio cubierto de naranjos -escribe don Justo- y algunos otros árboles tropicales era lo primero que se presentaba a la vista. No había corredor, ni galería alguna en los cuatro lados de aquel paralelogramo rectángulo: pero todos ellos estaban decorados de estrechas puertas y elevadas ventanas correspondientes a los salones, oficinas y cámaras de la casa”.

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