Ana María Ancona Teigell
La mayoría de las veces cuando tenemos una epidemia o pandemia, desde nuestra trinchera toda la atención se centra en lo que están haciendo los gobiernos para frenarla, cuántos contagiados hay, qué posibilidades tenemos de contagiarnos, los cuidados que debemos de tener, y más.
Pero hay una trinchera que valoramos poco y en la que hay héroes anónimos que están todos los días arriesgando su vida para salvar la nuestra. Los doctores, enfermeras, trabajadoras sociales y todo el personal de los hospitales que trabajan las 24 horas del día para atender a los pacientes contagiados.
Pocos son los que piensan en ellos, porque saben que su obligación es hacer lo que están haciendo. ¡Sí!, pero también ellos bien podrían cubrir sus horas de trabajo e irse a descansar, y no lo hacen porque el corazón que sigue latiendo necesita de su apoyo y cuidados para salir adelante y superar la enfermedad. Quizás, se pasan semanas sin ver a sus esposas, hijos, padres, amigos, ni convivir con los miembros de sus familias que los esperan en casa para poderlos abrazar; se duermen sin verlos llegar y se despiertan preguntándose si vivirán o morirán.
Muchos de ellos, sin darse cuenta de doctores y enfermeras, pasan a ser pacientes contagiados que acaban en una cama del hospital porque ya están enfermos y no saben si sobrevivirán.
El dolor de ver a uno de sus colegas de trinchera presas de la enfermedad, se queda con ellos, nadie de afuera se entera, solos en ese lugar ellos también ganan o pierden una batalla como cualquiera de nosotros, porque están expuestos constantemente al contagio. Nosotros no, y eso no lo valoramos, ni lo lloramos, ni lo sufrimos, porque son desconocidos que se quedaron en el camino y sólo los que los aman los lloran y extrañan.
Son nuestros ángeles blancos que siguen dando cuidados en primera línea, peleando contra este virus, sin un momento de descanso y con medios cada vez más escasos. Ellos son los héroes de esta historia que hoy abate a todo el mundo.
La responsabilidad que tienen en sus manos, el cansancio y el miedo, son enormes, porque son humanos como nosotros y también se rompen, se quiebran. Porque cada vez que un paciente muere, lo lloran, lo sienten, lo lamentan por haber perdido una batalla, aunque hayan ganado miles. Muchos de ellos se sienten desamparados, colapsan y se desmayan, porque toda persona tiene un límite, pero siempre son atendidos por sus compañeros de trabajo porque son un equipo y, si uno cae, el otro lo levanta y lo suple.
Nos olvidamos que ellos también tienen familiares que pueden estar contagiados, pero ahí siguen, salvando vidas.
¡Gracias eternas! Por su humanidad que emociona y alivia el sufrimiento, cuando entrelazan sus manos con las de un enfermo para darle ánimos, brindarle cariño, paciencia, empatía, les devuelven la esperanza de la mejoría. Son los que llevan de la mano, hasta el final de su recuperación a los pacientes, los que muchas veces con un comentario o gesto gracioso hacen sonreír al enfermo.
Por todos los que trabajan de acuerdo a los principios de la ética y con el pleno respeto al juramento de Hipócrates. Las palabras nunca serán suficientes para demostrar el nivel de gratitud que sentimos por los doctores, enfermeras y todo el personal de los hospitales de México y de todo el planeta.
No sabemos quiénes son, ni como se llaman, pero nunca olvidaremos cómo nos hicieron sentir cuando estábamos enfermos, nos cambiaron la manera de ver la vida y, también cambiamos sus vidas, nos enriquecimos mutuamente y nos llevamos una parte de ustedes en el corazón y una parte nuestra se queda en sus corazones.
Nuestro enorme reconocimiento por la extraordinaria labor que realizan por los demás, por cumplir rigurosamente su trabajo y marcar la diferencia en los hospitales donde trabajan. Por su valentía al enfrentarse todos los días con el dolor y tener las fuerzas para seguir adelante, de recuperar y reconstruir lo que se pueda, por vivir con la sensación de que cualquier esfuerzo que hagan, siempre beneficiará a otros.
Aprender a vivir con ese coraje les da la oportunidad de ver bajo una luz totalmente diferente la naturaleza de los retos a los que se enfrentan y, a nosotros, el agradecerles el amor y la pasión que los impulsa a ser nuestros ángeles blancos. Ángeles buenos y solidarios.
Y termino este homenaje a nuestros héroes anónimos con parte de una publicación que hizo el padre Álvaro Sáenz, de España, a todos los que trabajan en hospitales, realmente conmovedor: “¿Quién ha dicho esas historias, que el Cristo este año no sale?, si está vestido de blanco, de azul, en los hospitales.
¿Quién dice que el Nazareno no puede hacer penitencia, si están todos atendiendo a enfermos en las urgencias?
¿Cómo que Jesús Caído no saldrá el Miércoles Santo?, mírale tú en nuestros médicos que caen rendidos, exhaustos, con humildes cirineos ayudando a cada paso: “Celadores, enfermeras, administrativas, codo a codo, sin descanso”.
¡Gracias desde lo más profundo de nuestros corazones! Son un ejemplo de amor, sacrificio y entrega para el mundo entero.