Pilar Faller Menéndez
La resurrección de Cristo muestra la esperanza de salvación y es la muestra más grande de su divinidad que nos llena de regocijo y nos mantiene con una fuerte luz de fe de que en realidad él es Dios, y que sobre todas las cosas es nuestro padre, quien sacrificó a su hijo para el perdón de nuestros pecados.
La ciencia, en su búsqueda de la verdad, al margen de cualquier creencia religiosa, no se explica este glorioso momento y han querido desestimar este acontecimiento con la teoría de que Jesús se desmayó, fue llevado a una tumba, en donde el aire de ésta lo revivió cuando ya se encontraba en un estado crítico.
Desgraciadamente para la ciencia, existen contradicciones por las que no pueden tomar como válida su teoría, y es que es necesario creer y saber que el hombre no está por encima de todas las cosas, es por esto que los milagros existen y no pueden explicarse científicamente.
Los azotes que recibió Jesús, antes de haber sido clavado en la cruz, hubieran sido suficientes para que un hombre común hubiera sufrido un shock, ya que los látigos que utilizaron para martirizarlo eran cuerdas de cuero que se trenzaban y se entrelazaban con bolas de metal y piezas afiladas de hueso.
Esta cruenta descripción probablemente sea necesaria para quienes todavía dudan de la grandeza de nuestro Dios. Si continuamos con esta sádica descripción, estos latigazos cortaron y abrieron la piel del nazareno llegando seguramente hasta sus huesos. Ante esta condición Jesús necesitó que Simón de Cirene le ayudara con la cruz para llegar al Calvario.
En esta tragedia, Jesús era un hombre, se hizo hombre para venir a salvarnos del pecado, por lo que realmente sintió el martirio que los soldados romanos le infligieron, y para asegurarse de su muerte, uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, para asegurarse de cumplir con la sentencia de su juicio.
Si como dicen sufrió un desmayo, no hubiera podido aparecérsele a los apóstoles, ya que la severidad de su estado se lo hubiera impedido, y hubiera necesitado meses para poder recuperarse de los golpes y las heridas, y es aquí también donde la ciencia no podrá encontrar tampoco una explicación, porque en la tumba donde fue depositado, estaría un hombre agonizando que nadie encontró.
Los testimonios bíblicos de las apariciones de Cristo, después de resucitado, han sido enumerados desde la aparición que vivió María Magdalena hasta el Apóstol Pablo, sin contar que aproximadamente 500 hombres vieron a Cristo después de su resurrección. Los relatos acerca de este hecho, enumeran 12 apariciones, las cuales sería imposible que se hubieran tratado de alucinaciones, ya que involucró a mucha gente en diferentes situaciones, por lo que no podría ser una “alucinación colectiva”. Tomemos en cuenta también que se presentó nuestro Señor, en carne y hueso, al comer con sus discípulos les mostró sus heridas y les pidió que tocaran sus manos y su costado, y aunque era inmortal, se presentaba en un cuerpo humano.
Si esto no bastase para los incrédulos, habría que preguntarse entonces, qué ser humano podría ser capaz primeramente a sobrevivir la tortura antes narrada. Los que tenemos fe no necesitamos poner en duda estos hechos, porque fueron muchos los que lo presenciaron. Esa es la esperanza que nos dejó, “El vendrá de nuevo para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin…” eso rezamos y en eso creemos, y en estos momentos le pedimos con humildad, que esparza su bendición en todos los corazones que hoy sufren.