Rolando Bello Paredes
Por la crisis sanitaria del coronavirus, el curso escolar 2019-2020 será considerado como uno atípico en la historia de la educación nacional. Se interrumpió cuando faltaban, conforme al calendario escolar, 64 días efectivos de clase, para finalizarlo, en condiciones normales, sin la desgracia del COVID-19.
Las autoridades federales de salud anunciaron ayer martes 21 el inicio de la fase-3 de la pandemia, de “ascenso rápido, donde se acumularán un gran número de casos, de contagios, de hospitalizaciones”. La sana distancia se prolongará hasta el próximo domingo 31 de mayo, y en algunas regiones podría reanudarse la actividad general a partir del 18 de mayo, “siempre y cuando se tenga un buen control de la pandemia”.
Sin embargo, el titular de la SEP señala que el ciclo lectivo “no se perderá”, y que la clases presenciales se reestablecerían a partir del lunes 1 de junio, y que el fin de cursos se extendería hasta el viernes 17 de julio. Así lo dijo: “El 1º de junio todo el país regresará a clases, como ha señalado el señor presidente, y ya desde el 17 de mayo se hará en los municipios definidos como libres de riesgo, como acaba de señalar el doctor José López-Gatell. También rescataremos el ciclo escolar aplazando el calendario escolar para concluir el ciclo el 17 de julio”.
La SEP no abundó en los motivos que le permiten aseverar la reanudación de labores escolares en las fechas señaladas, y augurar que el curso escolar 2019-2020 “no se perderá”. Desde el momento que inició en México el infortunio del coronavirus, el ciclo lectivo de alguna manera se perdió. La normalidad escolar se desvaneció. Además, nada asegura hoy que la pandemia se “terminará” el 31 de mayo.
Es difícil que con 34 días efectivos de clase, a partir del 1 de junio y hasta el 17 de julio, suponiendo que así suceda, se puedan lograr los objetivos educativos contenidos en el plan y programas de estudio en vigor. La SEP no dijo qué sucederá en esos 34 días de clase. Ininteligiblemente, el secretario expresó: “Al regresar, vamos a encontrar también apoyo para remediar rezagos. Centramos el eje del esfuerzo en el aprendizaje más que en la evaluación. El eje será aprender y compartir”.
Tengo mis reparos en la efectividad del programa “Aprende en casa”, que no sustituye, por supuesto, a los contenidos del plan y programas de estudio que se desarrollan en el salón de clases ante la presencia de alumnos y maestros. “Es un auxiliar”, sostienen las autoridades educativas.
El problema es que los canales de televisión promovidos por la SEP no tienen cobertura en algunos estados de la República, como se denunció en Tamaulipas. Aquí no se tiene información suficiente para saber si la señal televisiva llega a todo el territorio yucateco. Ya se sabe que en el caso de Internet, apenas el 56.4% de los hogares cuentan con ese servicio, y que el 44.3% dispone de computadora, según la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2019 (ver “Un curso escolar ¿perdido?” en POR ESTO! 17 abril 2020).
“Aprende en casa” no sigue escrupulosamente los contenidos del plan y programas de estudio. Lo denunció una maestra de educación especial: “Las actividades que venían en Aprende en casa son temas que no vienen en el plan de estudio. Quien hizo las clases de la televisión, no tiene la menor idea de lo que se da en una escuela” (ver “Clases por TV: lugares sin cobertura, temario distinto y sin educación especial, dicen maestros” en Animal Político 21 abril 2020).
Otro. Una tarea pendiente para la SEP y la Segey, en sus respectivos ámbitos de competencia, se resume en la siguiente expresión: “De hecho, la interrupción de la operación de los sistemas escolarizados dejará lecciones importantes sobre cómo adoptar nuevos enfoques para desarrollar sistemas de educación nacionales más abiertos y flexibles en el futuro. Sin embargo, la búsqueda de una mayor apertura y flexibilidad no estará libre de dificultades; la educación a distancia a la que se ha recurrido en las últimas semanas requiere que los países cuenten con personal docente y estudiantes con habilidades digitales, una infraestructura tecnológica funcional y de calidad, modelos de enseñanza específicos y experiencias que permitan una rápida transición hacia su uso generalizado” (ver ensayo de Sergio Cárdenas y Raúl Valdés-Cotera, “La educación a lo largo de la vida en los próximos años”, en portal de revista Nexos, 15 abril 2020).
En el ámbito estatal, la Segey se ha limitado a repetir los dichos de la SEP, sin ninguna aportación educativa que apoye a los docentes y alumnos para obtener los objetivos del proceso enseñanza-aprendizaje. La Segey no puede soportar, menos superar, el peso del centralismo educativo que representa la autoridad educativa federal. El centralismo educativo desfigura, hasta el grado casi de desaparecerlas, a las autoridades educativas de las entidades federativas.
Si, como se pretende, las clases presenciales se reactivaran a partir del 18 de mayo, en los lugares con “baja transmisión” que la mantengan así, la Segey no ha informado cuáles podrían ser esos lugares de “baja transmisión”, cuántas escuelas y de qué niveles educativos se trata, cuántos docentes y alumnos reanudarían sus labores escolares con la normalidad anterior al coronavirus.
Además, nada garantiza que eso signifique que la pandemia haya concluido o que no pueda repuntar, sobre todo con la movilización de personas que no vivan en esos lugares, como sucede con los docentes que se trasladan desde sus hogares hasta las escuelas ubicadas en distintas partes de la geografía estatal.
Habrá temor natural de reanudar las actividades escolares. Ni la SEP ni la Segey, hasta donde se sabe, tiene algún plan o programa especial para generar confianza y tranquilidad en los docentes, en los alumnos y en los padres de familia.
Sin duda: A la tragedia del coronavirus se sumó la tragedia educativa.
Ad litteram. En la novela de Gabriel García Márquez, “Cien años de soledad”, calificada por la Real Academia Española como “obra literaria universal”:
- “Se fijó un mes para la boda. Apenas si hubo tiempo de enseñarla a lavarse, a vestirse sola, a comprender los asuntos elementales de un hogar. La pusieron a orinar en los ladrillos calientes para corregirle el hábito de mojar la cama. Costó trabajo convencerla de la inviolabilidad del secreto conyugal, porque Remedios estaba tan aturdida y al mismo tiempo tan maravillada con la revelación, que quería comentar con todo el mundo los pormenores de la noche de bodas. Fue un esfuerzo agotador, pero en la fecha prevista para la ceremonia la niña era tan diestra en las cosas del mundo como cualquiera de sus hermanas”.