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Yucatán

Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

Los mendigos viven de ser pobres. La miseria es su industria, que, a veces, se eleva a la categoría de un arte. Viven de ser pobres, y si esto es duro, ya que les obliga a ir sucios, ligeros de ropa en invierno y mal calzados en toda estación, no es menos duro el calvario del falso rico, que, sobre un almuerzo, adopta el lenguaje y la expresión de un señor a quien acaba de caerle el gordo le dice: “yo pagaré la próxima…”.

Quizá algunos mendigos sean verdaderamente pobres -¿en qué ramo de la industria prospera todo el mundo?-, pero la mayoría van viviendo y no faltan quienes, al morir, dejan fortunas considerables dentro de viejos colchones, mientras que un escritor, por ejemplo, no deja nunca nada más que su hamaca. En general, los mendigos podrían, por tanto, pagar perfectamente sus multas; pero ¿por qué prohibir la mendicidad? ¿Por qué acabar con una industria tan típicamente?

Al suprimir la mendicidad, millares de personas quedarían sumidas en la miseria, y entonces, ¿qué recurso les quedaría más que el de fingirse caudalosos? Por mi parte, yo prefiero al profesional de la pobreza al profesional de la fortuna. Prefiero a los modernos tipos de mendigo, el mendigo clásico, que no tiene gastos de representación, y gracias al cual, por el precio de un periódico o una caja de cerillos, puedo olvidar mis pequeñas infamias y hacerme la ilusión de que soy un hombre excelente, dotado de un corazón generoso y animado de los mejores sentimientos hacia mis semejantes.

Jorge A. Mijangos H.

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