Cuando comenzó el confinamiento a mediados de marzo, ningún meridano se imaginó que pasaría más de sesenta días encerrado en casa para no contagiarse de Covid-19.
Las primeras semanas fueron todo un disfrute, sobre todo para las amas de casa, primero porque no tenían que levantarse temprano para hacer desayunos, llevar a los hijos a la escuela, correr para llegar puntual al trabajo, acudir a las actividades vespertinas y después dormirse temprano para continuar el ciclo torturante del día a día.
Incluso dedicaron más tiempo de lo acostumbrado para interactuar con el celular, la computadora y la televisión, además de hacer alguna rutina de ejercicio para estar en forma o para no perderla.
Sin embargo, con el paso de los días, la falta de una rutina, que era parte de la vida normal antes del confinamiento, comenzó a producir estrés, aburrimiento, irritación e incluso conatos de pleito entre los más pequeños y también entre los más grandes de la casa.
El no poder salir a la calle descontroló a más de uno, a tal grado que perdieron la noción del tiempo, pues en ocasiones ni siquiera sabían a ciencia cierta qué día era o en qué mes del año estaban.
Al gastarse los comestibles en la casa, se recurría al tradicional “volado” para determinar qué integrante de la familia podía salir de su encierro, colocarse el cubre-boca, guantes y careta para acudir a un supermercado, donde en los primeros días había que hacer largas colas, tanto para ingresar como para pagar.
Una vez que se llega a casa, hay que limpiar y desinfectar todos los alimentos y empaques para evitar que el coronavirus se introduzca en el hogar.
Con la suspensión de clases presenciales, muchas instituciones y escuelas, tanto públicas como privadas, recurrieron a las clases en línea, lo que obligó tanto a padres de familia como a los hijos a estar pendiente de las transmisiones educativas y de las tareas que enviaban los profesores por diversas redes sociales.
Algunas familias decidieron que después de las clases virtuales se debía hacer un poco de ejercicio, y así organizaron sesiones de aeróbics, zumba, etc.
Parques públicos, plazas comerciales, cines, restaurantes, bares, tiendas departamentales cerraron sus puertas y se cancelaron todas las reuniones privadas y eventos públicos, incluso las misas.
Pocos meridanos llevan a cabo su trabajo desde su casa, pero no sin dificultades, pues tienen que ayudar con el aseo, las compras o las tareas de los hijos.
Los que no tienen esa oportunidad, tienen que tomar todas las precauciones para salir de su casa, abordar el transporte colectivo y llegar a su destino. La mayoría está consciente de que si no se protegen como debe ser pueden contagiarse de Covid-19 y contagiar a sus familias.
Durante el confinamiento algunos meridanos han tenido que hacerle un poco de todo: reparar pequeños desperfectos, hacer labores de jardinería, barrer las hojas, limpiar la piscina, etc., o bien aprender una nueva habilidad. O sea, verle el lado positivo al encierro inesperado.
(Melly Manzanero)