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Yucatán

Leonel Escalante Aguilar *

Crónica

En medio de esta calamidad que azota a la humanidad entera y que nos obliga a quedarnos en casa, el COVID-19 nos permite también hacer una seria y profunda reflexión sobre lo que a la población le espera después de esta experiencia y los hábitos que habremos de seguir en esta nueva cotidianidad que nos acecha. Valladolid, la hermosa tierra que nos vio nacer, que luce hoy desierta y triste por las prohibiciones marcadas por las autoridades de salud, celebra 477 años de fundación en un ambiente poco común, ya que en aniversarios anteriores, se preparaban importantes festejos culturales, sociales y deportivos, para celebrarla y que hoy, para evitar concentraciones de gente, se han suspendido.

No obstante, esta situación no debe ser motivo para olvidar tan significativa efeméride, marcada con tanta precisión y gloria en el calendario de las fechas históricas de nuestra “Sultana de Oriente”. Fundada en Chouac-há, una laguna ubicada muy cerca de las costas orientales de El Cuyo por don Francisco de Montejo “El Sobrino” un día como hoy 28 de mayo pero de 1543. La historia, marcada con sudor y sangre en los diversos episodios que se escribieron, reflejan la valentía y pundonor de todos quienes participaron en ella a lo largo de esos años. Episodios que engrandecen y acrecientan más aún el orgullo de saberse hijos de esta noble tierra.

Fue en el Siglo XVI cuando Francisco de Montejo “El Sobrino” recibió de su tío “El Adelantado” un documento fechado el 13 de marzo de 1542 en el cual se le ordenaba emprender la campaña de conquista y pacificación de los pueblos naturales del Oriente, donde los Cupules eran los principales dueños. El cacicazgo de los Cupules, era territorialmente el más extenso y entre sus poblados de mayor importancia estaba Zací y Tizimín. La ciudad real de Chichén Itzá fue un día su capital y todavía en 1542 acudían a venerarla con solemne religiosidad.

La orden fue fundar una villa que sirviera de fortaleza y baluarte, de la cual él, Francisco de Montejo “El Sobrino”, tendría el cargo de Gobernador y Capitán General.

Después de recorrer por días enteros parte del Oriente, “El Sobrino” estableció su campamento en un extenso terreno alrededor de una laguna a la que los naturales llamaban Chouac-Há, (agua larga) y que a los españoles les pareció el lugar idóneo para establecerse. Este sitio seria la base de operaciones para someter a los Cupules y dominar su capital, Zacihual, que significa “Gavilán Blanco”. Le convenía que se estableciesen en ese lugar por ser un punto estratégico cercano a la costa. Acabar con la rebeldía de los Cupules era lo más importante para los españoles, pues con ella se lograría la sumisión de un gran número de pueblos que reconocían la autoridad de su batalla.

Valladolid fue fundada así como homenaje a la ciudad castellana del mismo nombre (esta fecha de fundación, aunque es inexacta y ha causado controversia entre historiadores, se toma de Diego López de Cogolludo quien la refiere en su Historia de Yucatán). Montejo, después del asentamiento, procedió a la designación de las primeras autoridades. El escribano Juan López de Mena levantó el acta correspondiente, recayendo los nombramientos de los primeros funcionarios de la nueva población en Bernardino de Villagómez y Francisco de Cieza como Alcaldes; y en Luis Díaz, Alonso de Arévalo, Francisco Lugones, Pedro Díaz de Monjibar, Juan de la Torre, Blas González, Alonso de Villanueva y Gonzalo Guerrero, como regidores, quienes juraron lealtad a las funciones conferidas.

Al establecerse una nueva villa, el procedimiento usual era el reparto de tierras a título de encomienda, a fin de que los encomenderos recibieran los frutos de sus tierras y del trabajo de los indios. En Valladolid, 45 españoles recibieron esta recompensa. Se dispuso el trazo de la nueva población tomando como base la ciudad española del mismo nombre.

Un intento de rebeldía por parte de los Cupules es sofocado a sangre y fuego por el capitán Francisco de Cieza, enviado por Montejo a Zací. “El Sobrino” decidió extender su dominio hasta la isla de Cozumel y mandó al soldado Pedro Durán para que obtuviera, del cacique isleño, canoas y remos para toda su tropa. Durán regresa con éxito; entonces Montejo y sus hombres intentaron cruzar, pero varias canoas zozobraron y perecieron numerosos españoles e indios. Esto indignó a los indígenas y decidieron que era el momento para sacudirse del yugo de los españoles. La noticia llegó a Montejo, quien partió de inmediato de la costa y cayó sobre los Cupules. La rebelión quedó aplastada.

Terminada la guerra, los encomenderos decidieron que el sitio donde estaba establecida la villa, era inadecuado para el crecimiento de una población: el clima húmedo, las plagas de insectos y la insalubridad causaron epidemias y muerte entre los pobladores. Por lo tanto, era necesario trasladar el sitio de Valladolid a otro lugar y para ello se habían fijado en Zací. Así lo hicieron saber al “Sobrino”, pero no obtuvieron respuesta favorable. El 17 de marzo de 1544 los pobladores mandaron una nueva solicitud a los conquistadores, pero esta vez con la amenaza de quejarse ante el rey de España en caso de no ser atendidos. Montejo “El Sobrino” cedió y el 24 de marzo de 1544 deciden levantar el asiento de Valladolid y trasladarlo al pueblo de Zací.

Ya establecidos, “Francisco de Montejo discurre el trazo de la ciudad. Las calles tendrían toda la amplitud concebible entonces, es decir, cuarenta pies por cuadra. Él mismo fue quien orientó el trazo de las calles, de norte a sur y de oriente a poniente. Todo se comenzó a hacer desde el principio como en Chouac-há, y tal como si lo hecho en el anterior asiento no valiera nada”.

En este sencillo “capítulo” de la historia de Zací, se percibe la grandeza del nacimiento de lo que hoy es una legendaria y hermosa tierra, orgullo no sólo de los vallisoletanos sino de Yucatán entero.

Hoy, a 477 años de distancia, Valladolid es una ciudad que se ha fijado nuevas metas. Su población trabajadora y responsable sólo espera el fin de este obligado encierro para poder salir a construir, con empeñosos deseos, la nueva vida que permitirá a esta noble tierra, nuestra festejada ciudad, nuevos y anhelados tiempos de desarrollo. Que sea la solidaridad, el buen ánimo, la disciplina y la tolerancia, nuevas insignias para poder lograr esta bonanza que todos necesitamos. Las nuevas generaciones también claman y exigen un Valladolid más sano y justo para todos. La pandemia del Siglo XXI les marcará, sin duda, un antes y un después, y está en cada uno de ellos –con la sapiencia y experiencia de los que mucho han vivido y apostado a ese crecimiento– transformar estos modernos y contemporáneos tiempos en que la vida nos ha puesto muy duras pruebas y que en nosotros está el poder salir triunfantes y fortalecidos.

Que el orgullo de ser vallisoletano nos aliente y nos motive a volver a recorrer hoy esos desiertos y tristes caminos, calles y calzadas tan llenos de fe y anheladas esperanzas.

Cronista de Valladolid *

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