Diabetes y mareos son dos de las enfermedades que a sus 73 años de edad aquejan a doña María Guadalupe Dzib Beh, anciana que vive en el asentamiento Invasión de Dzununcán, situado en el Sur de la ciudad.
Estas enfermedades las adquirió ya grande, pero hay otra que trajo de nacimiento: la enfermedad de la pobreza que, en Yucatán, como todos sabemos, aqueja a más de la mitad de la población. Sin embargo, no pierde el ánimo, en parte porque tiene alma de guerrera y en parte porque su fe, fortalecida diariamente en la oración, es a prueba de decepciones.
Y es tanta esa fe que cuando estamos adentro de su casa, hecha de retazos de cartón y bolsas de plástico, y con dos cobertores viejos a modo de puertas, nos dice: No es casual que ustedes estén aquí, yo sé que son ángeles que me mandó Dios para que vean cómo vivo y se lo vayan a decir”.
En ese momento vemos el rostro de su nieta de 12 años, que la ayudó a caminar desde la casa de su hijo, tan pobre como la de ella, y el de su nieto de 9, y nos damos cuenta de que esa niña y ese niño están convencidos de las palabras de su abuela, y nos miran como si en realidad fuéramos seres de una dimensión celestial.
Entonces nos vino este pensamiento: “Qué poca cosa somos, Señor, qué poca cosa somos que no podemos aliviar hoy mismo el dolor, la necesidad, la enfermedad y la pobreza de todas estas personas que viven en Invasión Dzununcán. Y qué poca cosa son quienes pudiendo hacerlo, viven ajenos a esta dolorosa realidad que tenemos en Mérida”.
Atropellado en el Periférico
Doña María nos cuenta que su esposo era jardinero y tenía muchos patrones, pero murió hace 7 años atropellado en el Periférico, vía que se especializa en matar pobres. Dice también que, de sus 8 hijos, murieron 4 y 4 más viven, pero los hombres son muy pobres y las mujeres tienen esposos e hijos que las mantienen atareadas y alejadas.
Luego relata que vivió varios años en otra casita de Invasión Dzununcán situada a unas calles, pero se la dejó a uno de sus hijos, y para no estorbar, desde hace un año se pasa todo el día y toda la noche entre las 4 paredes de ese cuartito que tiene un foco, pero no prende porque no puede cooperar para la energía eléctrica y tampoco tiene agua corriente, ni baño. El piso es de tierra y normalmente allá se pasa las semanas y los meses, pero en estos días, como ha llovido mucho y el agua se cuela por todos lados, por las noches ha tenido que irse a la casa de su hijo que ya tiene el techo un poco mejor.
Cuenta, asimismo, que ha tenido dos triciclos que compró descompuestos y fue arreglando, pero se los robaron, y ahora con un carrito para llevar bebés se dedica a juntar los envases que le regalan sus vecinas. “No voy a la calle por ellos, sólo voy a las casas de las personas que me llaman para regalármelos”, comenta.
No conoció a su mamá
Recuerda que no conoció a su mamá porque murió al nacer ella y, a los 19 años, se fue de Espita para venir a vivir a Mérida. También dice que ya le llegó la pensión federal 70 y Más y que su hija, que trabaja en el Hospital de la Amistad, la inscribió en el Seguro Social.
Hace 15 días se enfermó y fue a ver a esa hija para que le diera medicinas para el mareo, porque estaba caminando con su carrito lleno de botellas de plástico vacías cuando vio que todo giraba. Desde eso no puede caminar sola, por eso la guían la niña y el niño, que (además) desde hace 3 años no están inscritos en alguna escuela, pero tienen la esperanza de que cuando se reinicien las clases, los inscriban por fin.
Al despedirnos de doña Mari y de los menores, sentimos que en estos días de tanta lluvia tampoco deberían estar allá de día, porque en esa casita no sólo se filtra el agua, sino también, como si quisiera llevarse todo, entra el viento silbando con mucha fuerza.
Pero esa es sólo nuestra apreciación, porque ella, que está tan cerca de Dios, se queda contenta de saber que la han visitado sus ángeles.
Roberto López Méndez
Por Redacción Digital Por Esto!