María, una mujer indígena que vive en el municipio de Tetiz, todos los días sale de casa para llegar al mercado Lucas de Gálvez, en Mérida, para comercializar la cosecha de verduras y frutas que junto con su marido siembra en sus tierras.
“Entre los dos sembramos y preparamos la tierra. Aunque él le trabaja más, yo me quedo en la casa haciendo el quehacer y la comida para cuando vuelva”, cuenta, mientras acomoda las limas que está vendiendo en el pequeño tendido improvisado, ya que “por ser mujer me toca venir a Mérida a vender la fruta”.
En el Día Internacional de la Mujer Rural es cuando más se visibiliza esta dinámica entre las familias rurales, en donde el hombre es visto como el productor, aunque reciba ayuda de su esposa, y a ella, además de cuidar de la casa, se le impone el trabajo de vender los productos en los mercados de su comunidad o en los de Mérida principalmente.
También existe el caso de mujeres que son el sustento completo del hogar, como de doña Rosa, quien es viuda, junto con ella viven su hija y sus dos nietos en Kanasín. Ella posee una parcela en la cual tiene naranjas, limas, chaya y espelón.
“Mi hija trabaja en la ciudad, pero gana poco. Mientras ella está fuera, yo cuido a los niños y veo la siembra. Como ahora no tienen clases, me los traigo para no dejarlos solos, no me pesa, porque es mi hija y le tengo que ayudar”, contó.
Doña Rosa sale todos los días de su casa y toma el mismo camión que Juanita, quien también vive en Kanasín, y actualmente vende naranjas, porque dice “es la mera temporada y se venden bien”.
Juanita también tiene un espacio en el mercado Lucas de Gálvez, desde hace 20 años, y es el sustento de su hogar desde los 15 años. Además de las labores del hogar, cuida a sus padres enfermos, y diariamente viene a Mérida para vender la fruta de su huerto, sembrada por ella misma.
Al respecto, el presidente del colectivo Muul Meyaj, Emir Tun Molina, expresó que, pese a que la mujer rural es cabeza de familia en distintos sentidos, no deja de ser violentada, no solo en el núcleo familiar, sino en la sociedad en general.
“Las mujeres rurales son el sector más desfavorecido de la sociedad, no tienen voz, ni derecho a la educación, y muchas veces ni a la salud pública”, mencionó.
Mujeres rurales sufren violencia
Lo anterior coincide con los datos de la investigadora Gina Villagomez Valdez, quien, en un estudio realizado en el 2020, indicó que más del 70 por ciento de las mujeres rurales en Yucatán sufren violencia de género, pero peor aún, es descubrir que las víctimas se creen merecedoras del maltrato, lo cual atiende a un problema social y cultural en el que la mujer está sometida.
En ese tenor, Emir Tun Molina señaló que, además de la siembra, otras actividades entre las mujeres rurales son el bordado y el telar de cintura, sin embargo, lamentablemente no tienen mucha visibilidad, porque son denigradas por la sociedad.
“La mujer rural es mal vista por todos, la señalan por usar huaraches, por vestir huipil, y por hablar maya. Mientras no aceptemos que esto es un problema cultural, no vamos a cambiar como sociedad y ellas seguirán siendo segregadas” finalizó.
Por lo anterior, datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) señalan que, en Yucatán, 139 mil 498 mujeres mayores de 12 años que hablan lengua maya no trabajan y son amas de casas, es decir, el 57.3 por ciento de las 243 mil 570 del total indígenas; mientras que el 42.7 por ciento restante, es decir, 103 mil 511, tienen que laborar para llevar el sustento a su hogar.
En ese sentido, la situación se agrava si 79 mil 455 mujeres que hablan maya y son mayores de 12 años, es decir, el 32.6 por ciento del total, son dependientes económicamente de su marido, mientras que el 22 por ciento, es decir, 53 mil 612 mujeres son mayahablantes, están casadas, pero deben trabajar para completar el sustento familiar.
Tal es el caso de Margarita Santos, quien vive en Sitilpech, un pueblo maya de Izamal, donde trabaja como encargada de un molino y tortillería para completar el sustento de su familia, además de que encarga de preservar la nixtamalización.
La entrevistada señaló que lleva más de cinco años trabajando en el molino y tortillería “El Gavilán Pollero”, lugar en donde se procesa el nixtamal, para que se venda como tortilla, además de que es un espacio para que otras mujeres mayahablantes lleguen a moler sus granos de maíz para obtener masa.
“Nosotros lo molemos acá, lo convertimos en masa y lo pasamos a la revolvedora para que se revuelva con la harina y de allá sacamos las tortillas”, comentó Margarita, quien dijo que la ventaja del nixtamal es que no se echa a perder y se utiliza lo necesario para evitar desperdicios, algo que podría darse con el producto que está listo para revolvedora.
Agregó que, además de que les traen el nixtamal, varias mujeres del pueblo maya se acercan a “El Gavilán Pollero” a moler el nixtamal que extraen de las cosechas que realizan en sus patios o parcelas, lo que convierte a este negocio en un centro de molienda, cuyo costo varía dependiendo la cantidad de producto que vaya a moler la mujer interesada.
“Dependiendo del tamaño del cubo que traigan a moler es lo que cobramos”, indicó la entrevistada, quien agregó que durante semana las moliendas de otros particulares no se dan con la frecuencia del pasado, ya que últimamente las siembras no han dado buena cosecha, lo que ha provocado que menos gente acuda al lugar a moler su nixtamal.
Sin embargo, indicó que un promedio de entre cuatro y cinco mujeres acuden los jueves o viernes a moler su nixtamal, ya que con la masa que obtienen hacen tortilla para panucho, además de que también hacen empanadas y salbutes, debido a que suelen vender estos tradicionales alimentos yucatecos los fines de semana, lo que les generan ingresos.
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aarl