Johana, una joven de 21 años de edad, exestudiante universitaria del primer semestre de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), tuvo que dejar el Estado para irse a radicar a la Ciudad de México por el constante acoso sexual que sufrió por parte de uno de sus compañeros.
En el testimonio que dio para este medio, platica en detalle sobre los sucesos que a principios del año pasado padeció por parte de un compañero de clase, oriundo de Campeche, quien constantemente la acosaba cada vez que tenía oportunidad, en la escuela, vía telefónica, incluso, el agresor cambió su número de teléfono para seguirle llamando y que no fuera identificado.
Esta situación la obligó, primeramente, a solicitar el apoyo de los coordinadores, quienes le aseguraban que platicarían con el perseguidor, con la finalidad de que la dejara de molestar, pero la situación fue inútil.
No obstante, debido a la insistencia de su condiscípulo, tuvo que denunciarlo ante los directivos de la UADY, quienes lo llamaron y le hicieron una observación de que podría ser expulsado de la Institución, en caso de no tener un comportamiento apropiado.
Las cosas no se relajaron, a decir de la universitaria; tan es así que, después de un mes, tuvo que notificarle a su mamá lo que estaba sucediendo, porque era demasiado el cansancio emocional y psicológico al que se enfrentaba.
Levantó una denuncia ante las instancias correspondientes en el municipio de Ticul y, de acuerdo a su declaración, una vez más fue llamado a comparecer su compañero de clase, pero esta vez ante una autoridad competente.
Después de este acontecimiento, detalla que el victimario llevó a cabo una contrademanda de difamación y negación, por supuesto, de los hechos.
“Como ya no se me podía acercar, entonces, tuvo que valerse de tres amigos diferentes para hacerme llegar recados y amenazas. Diciendo que retirara la demanda, porque entonces me iba a perjudicar con la denuncia que ya había interpuesto”, señala.
Sin embargo, comenta que, al recibir estos mensajes, solicitó la asesoría legal a través de una abogada, quien le sugirió que no retirara la denuncia porque entonces procedería la del victimario.
Narra que la misma situación que vivió, de estrés, tensión, de inseguridad e intranquilidad, sucedió lo mismo con una de sus amigas, por parte del mismo personaje, pero ella decidió no hacer nada, por miedo y temor. Aún cuando ya existía un antecedente en contra del compañero y ya no sería sólo una voz, sino un par de voces que serían escuchadas.
Y en pláticas diversas que tenían con sus amigas, le sugerían que dejara las cosas así, que ya no continuara con los procedimientos porque al compañero lo podrían expulsar de la UADY y eso sería feo.
“Me decían, no te preocupes, no pasa nada, esto es normal, incluso, mi amiga que también fue violentada, me dijo que le platicó a su mamá y se quedó muda, no recibió ninguna respuesta favorable, sino que terminó diciéndole: estás loca”.
“Fue muy desagradable, aún recuerda, me dejó un mal sabor de boca, por lo que tuve que darme de baja de la universidad e irme a radicar a la Ciudad de México. Fue el 19 de marzo del año pasado cuando dejé Mérida. Solo así me dejó de buscar y, por lo tanto, de acosar”.
Asegura que esta situación le cambió la vida, la dejó marcada porque, de ser una joven segura y confiada, ahora ya desconfía de todos los hombres que se le acercan, aunque sabe de antemano que muchos no tienen una mala intención.
Con cierta melancolía, hace un llamado a sus compañeras que han sido víctimas de acoso sexual a que levanten la voz, que dejen de vivir en el miedo, que dejen de pensar y creer que, porque así las educaron, esta situación tenga que ser una práctica normal entre los hombres.
“No se vale que cambien nuestras vidas de esta manera. Que levanten la voz, que no se queden calladas”, aludió.
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Jg