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Antes de la pandemia, un profesor de Flamboyanes asegura que las 'pedradas' en medio de las clases eran recurrentes, incluso, la aspiración de los niños era ser pandillero, siendo testigos de trifulcas y linchamientos

Los menores de edad de Flamboyanes, comunidad perteneciente a Progreso, se han posicionado como el sector poblacional más afectado por la problemática que envuelve a su comunidad, la cual ha atravesado desde hace 15 años un alto nivel de inseguridad, rezago educativo, pobreza y marginación social, según un estudio demográfico del Programa de Intervención Comunitaria Integral y Participativa (PICIP), la cual indica que apenas el 10 por ciento de los estudiantes logra entrar a la universidad, manteniendo a 2 mil 200 bajo el rezago educativo.

“Las escenas policíacas en Flamboyanes son el resultado de una serie de carencias que tenemos aquí, tal como lo es la oferta educativa y el factor socioeconómico, es por ello que me atrevo a decir que la violencia no es el principal problema de la niñez, debemos empezar primero por una marginación social enorme que sufren los pequeños y jóvenes en la comisaría, del 2012 al 2015 sí había una ola de inestabilidad con grupos que pasaban caminando y demostraban hostilidad, calles con grafiti y enfrentamientos, hoy podríamos decir que los pequeños sufren los calificativos que les dan sus compañeros si estudian afuera, lo mismo un joven que pide trabajo, prefieren decir que no son de Flamboyanes”, aseguró Renata Barrionueva, argentina de nacionalización que tiene a su cargo el programa PICIP.

“Los estudiantes preferían ser pandilleros”

Profesores y activistas en pro de la comunidad infantil consideran que la población más afectada en medio de esta 'ola' de violencia son los 3 mil menores de edad que forman parte de un censo en dicha comunidad que consta de 8 mil 552 personas en áreas oficiales y mil 500 más ubicadas en terrenos con asentamientos ilegales, el 40 por ciento de ellas proveniente de otros estados. El 50.1 por ciento son hombres y el 49.9 son mujeres, según consta un diagnóstico comunitario hecho por la PICIP.

Los números en cuanto a la educación son agravantes, la exclusión en la etapa preescolar es del 65.5 por ciento, su educación básica marca un rezago del 59 por ciento, mientras que la etapa secundaria registró un 71 por ciento. Respecto al bachillerato se mantiene un 89 por ciento. También se puntualiza que el 35 por ciento de la población adulta no tiene la educación primaria completa.

Curiosamente, Flamboyanes es la comisaría con más planteles educativos, pues tiene dos primarias, una telesecundaria, salones de telebachillerato, dos maternales y un jardín de niños.

Un par de maestros de la escuela “20 de Noviembre” ofrecieron otorgar su testimonio en torno a la educación en la comisaría, proceso que califican como prosperar a paso lento. Algo llamativo, es que en uno de los salones de segundo año estudia en aquel plantel estudia el hermano menor de Pollito, joven asesinado el sábado 29 de enero.

“Antes de la pandemia, más o menos por ahí del 2015 eran recurrentes las pedradas en medio de las clases, la aspiración mayor que tenían varios niños era ser pandilleros. Esto consideramos que era por ejemplo de algunos de sus familiares, incluso había enfrentamientos porque los menores se sentían representados por varias bandas, al ser contrarios de alguno de sus compañeros había discusiones. Esto ha disminuido luego de que la Secretaría de Educación Pública (SEP) volteó a vernos y se dio cuenta que estábamos en una especie de crisis, siempre teníamos nuestras instalaciones con grafitis, esto por supuesto afectaba el rendimiento escolar”, explicó el profesor de tercer año, Ángel Gutiérrez Pech.

Georgina Ramos León, subdirectora de este colegio que contempla una matrícula de 218 niños, expresó que la ola de violencia puede repercutir en el desarrollo no solo educativo, sino también en un estado psicológico de los infantes, mismos que, por su experiencia de tan solo dos años en la escuela, ya sabe distinguir.

Enseguida nos dábamos cuenta cuando alguno tenía problemas, se mostraban más callados y casi no participan en clase, hay infinidad de pequeños que de manera sorprendente relataban los enfrentamientos que veían desde sus casas durante los fines de semana”, aseguró la docente.

En el caso de este plantel, se cuenta de manera recurrente con el apoyo de Centro de Prevención Social del Delito, donde se han vinculado diversos casos a fin de que el menor no cometa un suicidio, pues Flamboyanes mantiene también el récord del suicidio femenino más joven que se suscitó en 2021, cuando Ayda. Y.P.N. 24 años de edad terminó con su vida por la vía de la suspensión dentro de su domicilio, el 14 de diciembre ubicado a solo una cuadra de las oficinas del actual comisario.

Por último, la subdirectora relató el testigo de su estudiante “Marcelino”, del cual menciona con la voz entrecortada, tener varios comentarios en medio de las añejas clases presenciales donde el pequeño decía que su casa “temblaba”.

A la salida del colegio varios menores se encontraban en medio de la calle simulando un enfrentamiento con pistolas y admitiendo pasar miedo por la inseguridad de la comisaría. Parte de las declaraciones son las siguientes: “aquí te miran muy feo, mi papá me dice que golpee a quien me lastime. Aquí te matan muy feo, mi mamá tiene las fotos de los señores que asesinaron hace unos días, la tengo en mi celular, pero ella no lo sabe”, sostuvo M.R.T.O. de sólo 7 años de edad.

“Pasan cosas a cada rato, por mi casa asaltaron a un panadero y él pidió que no dijéramos nada, que lo dejáramos así, yo corrí porque luego sueño todo lo que miro en la calle”, opinó A.L.T.L de nueve años de edad y prima del otro infante.

“No sabemos porque pasan tantas cosas malas, un amigo de mi hermano vive en Progreso y me dice que todo ahí hablan mal de nosotros, que somos gente peligrosa, no es cierto”, argumentó L.U.D.F de igualmente nueve años de edad.

Sabe que es un homicidio a sus seis años

En unas calles donde la hostilidad es la que manda y las fotografías no son permitidas, en un sondeo con 15 familias a las cuales se les pidió entrar a su hogar para conocer el entorno en el que viven sus niños con lo acontecido por la comisaría, más de una docena accedió con la condición de recibir dinero. Una de las moradas que si permitió el paso del corresponsal en turno fueron los papás del Chicharito, de apenas seis años de edad y quien se ganó su apodo por tener siempre la cabeza rapada a consecuencia de los piojos, Entrevistado a un par de cuadras de la zona de invasión, en un hogar hecho con lámina y cartón, el pequeño relató haber sido testigo de balaceras, trifulcas vecinales, operativos por asesinatos y hasta linchamientos en los alrededores de su hogar.

“No te voy a decir que no, nos duele que haya tantos problemas entre nosotros, porque lo ven los niños. Mi hijo sabe que es un suicidio o una violación, nunca le hemos preguntado de que se trata, pero si lo repite cada vez que hablamos de los problemas que pasan cerca de ´cartolandia´ con los invasores. No es normal, pero podría decirte también que ya nos acostumbramos”, indicó el padre de familia, quien llegó a la comisaria hace seis años desde Frontera, Tabasco, y que pidió no dar a conocer su identidad.

Actualmente, Chicharito aún no entra a la escuela primaria, pues su familia se dedica al comercio y a la pesca por parte de su padre. Sólo alcanzó un año de preescolar que se detuvo hace dos años por el cierre de actividades presenciales en el kínder “21 de marzo”.

La jornada del pequeño, hijo único, pues su hermanastro se encuentra en el Estado mencionado, empieza desde las 9:00 horas con un desayuno que consta de una torta de kibi y un refresco de cola, para después acudir a recorrer las calles con su madre para vender los mismos alimentos hasta el mediodía, topándose con los conatos y peleas vecinales de su rumbo.

“La primera vez que se detonó una bala mi hijo lloró como cualquier niño, ahora reconoce que sólo debe esconderse debajo algún mueble sin tener miedo, aunque claro está que una bala perdida o un grupo de pandilleros que entren a la casa podrían hacernos daño, estamos expuestos, pero creo que se mantiene como una cotidianidad con eso por parte de todos los que vivimos por acá”, añadió el pescador ribereño.

Otro aspecto que se denota en las calles de la comisaría más joven del puerto, es el tránsito de panaderos y kiberos, de entre 12 y 17 años de edad, afianzando al adolescente de esta zona su juventud para adentrarse de lleno a las labores para el sustento de la familia.

Uno de los pocos lugares para la recreación infantil y juvenil es la cancha de usos múltiples que se sitúa en la calle 60 por 57 a, a menos de 30 metros del último suicidio y el último homicidio que tuvo lugar en Flamboyanes. Ahí mismo, un grupo de adolescentes también confirmaron haber vivido bajo la sombra de la violencia desde sus primeros años.

“Bastante nos ha tocado ver aquí de lo que ponen en las noticias, ahora no se meten contigo. La gente de las bandas es más tranquila, lo que sí nos topamos mucho son los asaltos, el último que vi fue el de un arresto que tuvo un señor por haberle pegado a su esposa. No es divertido, pero estamos ahí siempre, van los policías y me voy en bicicleta a ver qué pasó, eso pasa mucho en Flamboyanes”, expresó Elías C. B. de sólo 12 años.

José. E. C., de 14 años, amigo del entrevistado, reafirma el comentario, constatando que los partidos entre los presentes por indicaciones de sus padres ahora no deben durar después del anochecer para evitar algún conflicto.

“Nunca me han hecho nada, pero sí mantengo distancia porque me da miedo que me suceda algo, salimos a la calle y sentimos miedo a veces de que algo pase”, puntualizó.

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CC

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