Yucatán

Madres mayahablantes de Yucatán, enfrentan obstáculos para sacar adelante a sus hijos: HISTORIAS

Madres de comunidades indígenas de Yucatán, a pesar de haber quedado viudas, han buscado la forma de que sus hijos continúen con sus estudios
La edad promedio en que empiezan a procrear en Yucatán es de los 15 a los 20 años / Martín Zetina

En Yucatán hay 525 mil 92 personas mayahablantes y en las comunidades indígenas el 57 por ciento son mujeres, de éstas, el 80 por ciento son madres de al menos dos hijos que enfrentan limitantes económicas, sociales y educativas.

Un sondeo realizado en cinco municipios de la Entidad: Kanasín, Umán, Sotuta, Chocholá y Samahil reveló que la edad promedio de las mujeres que empiezan a procrear es de 15 a 20 años, y de 20 mujeres entrevistadas en este rango de edad, el 60 por ciento tiene más de un hijo. Con respecto al nivel de educación, sólo el 20 por ciento terminó la secundaria y el 2 por ciento la preparatoria. Todas concluyeron la primaria.

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Sin embargo, con el fin de darle a sus hijos un buen futuro hacen hasta lo imposible para que estudien y se superen, pese al rezago social y académico que ellas vivieron. Margarita Dzul Catzín, de Kanasín, y Faustina Coyoc Flores, de Sotuta, han tenido que vender casi de todo, recorriendo las calles de sus municipios para darles un mejor futuro a sus hijos, porque no quieren para ellos una vida de carencias como las que ellas han tenido que pasar por falta de estudios.

“He tenido una vida muy dura, pues me casé a los 16 años; siendo todavía una chamaca ya me había embarazado de mi primer varón; mi marido se dedicaba al campo y sólo sacaba para la comida y los gastos de la casa. Hubo un año en que por la sequía la mitad de la cosecha se perdió, pues no tenía sistema de riego, todo era manual, me tocó aventurarme a trabajar. A él no le pareció, pero ya teníamos tres bocas qué alimentar y tuve que ver qué hacer, entré a trabajar a una casa como doméstica, veía a los niños bien vestidos y yendo a la escuela, estudiando y decían que querían ser doctores o ingenieros, me llenaba de tristeza que mis hijos no pudieran hacer lo mismo”, recordó. En ese momento decidió que no quería para sus hijos una vida como la suya.

“Al más grande, que tenía siete años, lo metí con un año de retraso a la escuela, pero me lo aceptaron; era un gasto que no tenía contemplado, pues aunque no me exigía cosas había que pagar cuotas en la escuela, que si una camisa del uniforme, que si la mochila, no teníamos ni para comer pero me propuse que ellos tendrían que salir de la pobreza donde nosotros crecimos y no sufrieran carencias como las que nosotros estábamos pasando sólo porque no estudiamos”, detalló.

Margarita dijo que ahora uno de sus hijos está estudiando en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) para ser ingeniero agrónomo; otro tiene beca por promedio en la preparatoria y se prepara para estudiar en la Facultad de Enfermería, el menor está en el cuadro de honor y quiere ser deportista de alto rendimiento.

Por su parte, Faustina Coyoc Flores, quien es viuda desde hace casi una década, señaló que ha tenido que lavar ajeno, vender en un tianguis y limpiar casas para sacar a sus hijos adelante; también ha tenido que echar mano de las becas del Gobierno, apoyos de la sociedad civil y otros recursos para darles una buena educación.

“Tengo 38 años, pero hace nueve años que soy viuda; mi esposo sufrió un derrame cerebral cuando el más chico de mis hijos tenía sólo dos años de edad; mi hija, la más grande, tenía nueve y su hermana solo siete; fue un duro golpe, todos mis hijos estaban pequeños. Soy una persona de campo y humilde, pero tengo dos buenas manos para trabajar, así que mientras las dos niñas estaban en la primaria, cargaba al bebé y me iba a vender gelatinas o flanes y hasta desayunos en la puerta de las escuelas, a la hora del recreo, vendía comida en las tardes y me dedicaba a lavar y planchar por las noches. Siempre les dije a mis hijos que lo mejor que pueden hacer es estudiar mucho para que no terminaran como yo, ahora me siento orgullosa, porque aunque me he partido el lomo luchando por ellos son unos jóvenes de bien, que trabajan y estudian; yo no sé leer ni escribir y a veces no entiendo lo que me dicen, pero ahora ellos me enseñan la vida de otra manera”, concluyó.

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CC