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Cultura

El arte, y por ende la cultura yucateca

Víctor Salas

Hasta mediados del siglo XX, la capital de Yucatán era habitada por cerca de 500 mil habitantes y para esparcimiento espiritual de esa sociedad había una enorme cantidad de teatros: Baratilleros (enfrente del mercado San Benito), La Casa del Pueblo (local del PRI), Círculo de Camioneros (Tanlum), Cine-Teatro Maya (colonia Alemán), el STIC (56 x 57), el de Molineros (63 x 68) y el teatro Yucatán (61 entre 64 y 62). Aparte de ellos funcionaban el teatro de la Universidad y el Fantasio. Los antiguos eran el Peón Contreras, el Principal y alguno que otro ubicado en Santiago o Santa Ana.

En pleno siglo XXI, con una población urbana que rebasa al millón de habitantes, en la misma capital yucateca, sólo funcionan el Peón Contreras, el Foro Rubén Chacón y el Armando Manzanero. Apenas tiene actividad el de la Universidad; se trata de revitalizar el Fantasio y de manera casi oculta trabajan de vez en vez el Libertad (65 con 70 y 72) y el Colón, ubicado en las cercanías de esa famosa avenida.

Esta realidad nos deja claro que cuando eran menos, muchos menos pobladores, la salas teatrales eran más numerosas, y hoy, mientras más pobladores, apenas se encuentran en actividad dos de ellos. ¿Avance o involución? A decir verdad, como aquí ni siquiera a los “cultos” les importa o toman en cuenta el significado del concepto desarrollo cultural, pues todos son felices diciendo que somos una ciudad muy culta. Ese concepto significa crecimiento evolutivo de algo. En este caso debería ser la cultura. Significa, de manera realista, que el concepto es crecimiento que evoluciona y lo sigue haciendo de manera interrumpida, porque si no perdería su sentido desarrollativo y evolutivo.

La realidad involutiva del arte y por ende la cultura yucateca, ha provocado que algunos seres activos de la escena funden teatros en domicilios particulares. La Camarita, Le Cirque (que en una casita se hace de todo), Casa Teatro Tanicho, El de Raquel Araujo, el espacio de Lourdes Luna, otro ubicado en la calle 47 cerca de la 62, y lo último que ha surgido es el concepto de micro-teatro que se realiza en una casa de Ciudad Caucel, donde la sala, el comedor y la recamara son usados como escenarios itinerantes, pues los asistentes son invitados a cambiar de zona habitacional, según la escena. ¿Ingenio? ¡No! Eso es realismo trágico porque significa ir para atrás. Significa hacer las cosas igual que a principios del siglo XX, cuando en algunas casas particulares se efectuaban funciones teatrales, por no haber teatros en la ciudad. Imposible dejar de recordar como dato comparativo, que el cine también era domiciliario en Mérida. En otras palabras, estamos regresando al pasado y… muy remoto.

A propósito no mencioné el Héctor Herrera, porque surgió después de mediados del siglo XX. Ese espacio hizo historia para el teatro regional, de manera exclusiva. Después de fallecido el Cholo, que sostenía económicamente una orquesta, un aparato administrativo, técnicos de iluminación, escenógrafos, cuerpo de actores y de bailarines, nadie ha vuelto a realizar una proeza semejante. Perdón. Cuxum lo hace muy dignamente, pero de manera reducida.

Muerto el gran actor, ha salido una pléyade de “continuadores” que no desarrollan su actividad en teatro, que tampoco siguen los patrones que definieron a dicha manifestación artística, pero que se asumen como hacedores del teatro regional. Tener el apellido Herrera significa continuidad teatral. Válgame esa trágica realidad. Imitar a Jojo Jorge Falcón significa hacer lo mismo. Ponerse un hipil con calcetines, tenis y el diente pintado de negro, también. Y en los personajes contemporáneos que dicen representar al yucateco, podría dar mil ejemplos de la tragedia en que han convertido la comedia yucateca con enorme felicidad y el aplauso de críticos, quienes aseguran que “hacemos todo por mantener con vida esa expresión definitoria de la cultura yucateca”.

Aquí, los poetas de hoy son los que hicieron poesía en su pubertad, y los escritores ni ganan premios ni publican obras y ni escriben lo significativo como para justificar lo de “culta sociedad yucateca”.

¿Cuántas obras de prosa o poesía se publican anualmente en la entidad? ¿Cuántas se lo hace de temas históricos o gastronomía? Esos son los temas más relevantes en nuestra comunidad de escritores. ¿Por qué? Pues porque no hay capacidad para la fantasía, para jugar con la imaginación o ficcionar. Esa terna establece la existencia de la literatura. Entonces, ¿hay literatos en Yucatán? ¿No es realismo trágico esa realidad artística y cultural?

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