Hortencia Sánchez
No creí que me pasara tan pronto ir agarrando manías, de esto alguien tiene la culpa y, sin duda, la culpable es mi madre.
Alguna vez me platicaba:
—Cuando estoy un poco triste, o con problemas, o simplemente quiero estar sola, manejo mi camioneta hasta el cementerio, me quedo ahí mucho rato y miro a lo lejos las tumbas. Los muertos no hacen ruido y pareciera que los que habitan cerca del cementerio de igual manera intentaran guardar silencio, por lo que lo que se percibe es el ruido del viento o de algún pájaro volando. En este lugar se encuentra la calma y respuestas a las dudas.
De igual manera me cuestionaba:
—¿Cuándo muera irás a visitar mi tumba?
Y siempre tuvo un no como respuesta.
Siempre he considerado que cuando la gente muere habita el cosmos, por lo que se mantienen siempre cerca.
En estos días he soñado mucho con la vieja chula. Sin duda, la extraño, por lo que al ir a mirar antigüedades a una tienda, frente al cementerio en Chuburna, y encontrarla cerrada, se me antojó entrar al cementerio como si mi madre fuera a acompañarme a buscar respuestas, a entender el silencio, a saber que ella sigue costurada a mi existencia.
Veía las tumbas y pensaba en ella. De pronto, al mirar al fondo unas tumbas ya desechas, sentí que respiraba aire muerto. Caminé por el pasillo principal, en ningún momento invadí el espacio de los nichos, ya que en estos no se encuentra nadie de mi familia y, sin duda, es importante el respeto al sueño eterno.
En ese instante comprendí, una vez más, que al no ser eternos, debemos continuar intentando hacer historia a través de nuestros mejores actos para el bien de una comunidad, ya que si solo pensamos en nuestras conveniencias, la muerte llegará de manera más inmediata. Comulgo con el pensamiento popular de que un ser querido muere, y desaparece, el día que es olvidado.
En este panteón, algunas tumbas ya se miran muy descuidadas. Tal vez tendrá que ver con que familias enteras de a poco van desapareciendo, o que existen personas que, como yo, consideran que el tratar a tus seres queridos de la mejor manera en vida fue suficiente.
Esta tarde en el panteón sentí que tragaba vacío, soledad, miedo. En cambio, cuando veía los pequeños ojos de mi vieja chula, el cielo se abría por entero y respiraba la vida.
Hoy mi madre me hizo trampa y encaminó mis pasos al cementerio para recordarme que estamos en la tierra para compartir y luchar todos los días por el bien común.
Cuando me preguntó el señor que cuida las tumbas: —¿Busca a alguien? Negué con la cabeza. Cómo le explico que quería sentir la presencia de mi madre que está enterrada en el cementerio de Xoclan y este es el de Chuburna.
Cómo le explico a mi compañero de vida que las manías ya llegan, que extraño a mi madre y que tengo miedo de la muerte inevitable.
Me alejo de la casa del algodón amarillo, mi alma y mi espíritu encontraron por un rato donde sostenerse.