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Edgar Rodríguez Cimé

 

“Como me porté mal” el fin de semana, el lunes en la mañana, llegando de Ticul, estaba que “me mataba la gastritis”. Casi lloraba en el camión de la ruta 82 García Ginerés, cuando escuché lo que presentí iba a ser “la mecha prendida que quemara Roma”: los acordes de un músico callejero presente en la parte de atrás del autobús (no existe algo que me altere más estando así que el ruido “tracaloso” de un “músico” desafinado).

Entonces, comenzó la canción. Para mi sorpresa no era el típico joven humilde sin conocimientos de ritmo, melodía y armonía, dando como resultado un sonido escandaloso, sino se escucharon unos acordes de percusión (bongós) bien hechos, algo inusual para los músicos callejeros, casi siempre con la guitarra de palo.

Y comenzó una mezcla de melodías clásicas (¿Quién será la que me quiera a mí? / Bonita / Sabor a mí) aderezadas con el ritmo afrocaribeño, movido y sabroso, despertando la parte de nuestra naturaleza latinoamericana alimentada con los sonidos antillanos, lo cual motivó rápidamente un ambiente “bonito y sabroso”, como cantaba el cubano Benny Moré, dentro del autobús urbano.

El poder del arte musical bien transmitido popularmente por este músico callejero, vino no solo a alegrar el ambiente al interior del camión garciagineresco, sino –para mí, lo más importante– también a mejorar mi estado de ánimo, haciéndome sonreír, recordando, junto con pegado, las letras de los mencionados boleros conocidos por medio mundo.

Para no hacerles largo el cuento, cuando el músico concluyó, después de varios trozos de canciones íconos de la cultura popular mexicana, mi estado de ánimo era diferentemente positivo, y, con ello, también mi deteriorada salud en el estómago había mejorado considerablemente. Por lo cual, cuando este aludió a ponerse con “unas moneditas que no afecten su economía”, “de volada” saqué unos pesos para mostrarle mi agradecimiento por su “terapia musical” con su “arte callejero”.

Me gusta ser de los primeros en aportar unos pesitos para la economía del payasito o músico callejero, para invitar a los demás pasajeros a “colaborar con lo que sea su buena voluntad”. Por lo tanto, fui siguiendo con la mirada el quehacer del bongosero que agradecía las muestras de solidaridad con su arte y su economía.

Y entonces sucedió la inaudito: cuando el joven músico callejero se acercó al chofer del autobús (tipo moreno malencarado que siempre nos niega la parada a quienes esperamos el camión en el cruce de la calle 59 x 80: El Nido, aun cuando tenga espacio para más gente, cuando todos necesitamos llegar a tiempo a nuestros empleos) para pagar su pasaje, este increíblemente, conociéndolo en su forma de ser, ¡no se lo cobró!, en una de dos cosas: agradecimiento por su rato de buena música o igualarse con los pasajeros en su solidaridad hacia el discípulo de Tito Puente, el mítico tumbador de la salsa norteamericana.

El caso es que la música de percusión del joven alegró el ambiente dentro del autobús, me mejoró el humor y la salud, y hasta realizó “el milagro” de hacer más humano al malencarado del chofer moreno de la ruta 82 García Ginerés.

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Colectivo cultural Felipa Poot Tzuc

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