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Cultura

Luis Carlos Coto Mederos

Ecos de mi tierra

Jesús Orta Ruiz

VII

857

Desalojo íntimo

Compay*, ¡qué triste está el río,

cómo solloza la palma!

Para siempre murió el alma

del guateque en el bohío.

Aquella que en el bajío

endulzó mi amarga suerte

un día se quedó inerte,

¡y yo no sé en qué carreta

se me fue por la secreta

guardarraya de la muerte!

¡Ay! ¿Quién le abrió tan de prisa

la tranquera de otro mundo?

¡En qué pozo tan profundo

se le cayó la sonrisa!

¿Qué mocha oculta en la brisa

cortó de su voz el vuelo?

Mire, compay, el pañuelo

me pesa de tan mojado…

¡Cómo me ha desalojado

la guardia rural** del cielo!

En el patio solo veo

escarbar la tierra al gallo

y renunció mi caballo

a su triunfo en el torneo.

¿Cantar? ¡No! Llorar deseo

el vacío de su almohada.

Deja en la pared, colgada,

la bandurria evocadora,

que su cuerda más sonora

está rota y enterrada.

858

Elegía del buey

Apacible “Grano de Oro”*

es la rumiante quietud

de tu cuerpo, un ataúd

con el cadáver de un toro.

Ya ni el montero sonoro

de espuelas, ni el aguijón,

ni la manta bermellón

de un torero al sol abierta,

arremolinan tu muerta

agua de resignación.

Tus cuernos son como espadas

viejas, sin relampagueo,

en el viviente museo

de tus sienes abrumadas.

La idiotez de tus miradas

dice tristeza y hastío,

y todo tú, por sombrío,

por lento, callado y manso,

te pareces al remanso

–agua castrada del río–.

Disparan los aguaceros

sobre el blanco de los llanos

y se improvisan pantanos

a través de los senderos.

Maldicen los carreteros

tronando su desventura,

hasta que del agua oscura

va emergiendo la carreta

por ti, silencioso atleta

y estibador de dulzura.

Aras, y mientras que aras

te ve la tierra clemente

mirarla profundamente

como si le preguntaras.

Acaso cuentas las varas

de la tierra que has surcado,

cuando, mandante y mandado,

aunque con un solo nombre,

el hombre –buey de otro hombre–

te libera del arado.

Entonces por las orillas

alfombradas de bejuco,

vas, melancólico eunuco,

entre un harén de novillas.

Pero, tierra sin semillas,

tu muerta fecundidad,

como la perversidad

hueca de un viejo cabrío,

se consuela en el vacío

acto de sensualidad.

Mañana vendrá el tractor

a decirte veterano:

cien manos en una mano,

diez bueyes en un motor.

Será tu liberador,

mas no variará tu suerte,

porque tu destino fuerte

clavará como un verdugo

sobre la huella del yugo

la puntilla de la muerte.

*Grano de Oro: nombre pintoresco de un buey.

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