Por Pedro de la Hoz
Mon Laferte es mucho más que el gesto que aportó una piedra de escándalo durante la ceremonia de entrega de los Grammy Latinos 2019 en Las Vegas. Su destape distó de ser un acto de exhibicionismo; el texto grabado sobre su pecho denunciaba una situación ante la cual muchos pasan de lado, políticos y artistas, productores y consumidores, los Trump, los Almagro, los Piñera y el fantasma de Pinochet: el sufrimiento de decenas de miles de chilenos y la disfunción del neoliberalismo.
La que protestó se llama Norma Monserrat Bustamante Laferte y aprovechó el minuto de gloria al adjudicarse su segundo Grammy Latino, esta vez por el álbum Norma, en música alternativa. Sobre la piel se leía: “En Chile torturan, violan y matan”. Para más, como POR ESTO! publicó oportunamente en las páginas de Ático, la cantante compartió unos versos escritos por una colega suya para la ocasión: “Chile, me dueles por dentro, / me sangras por cada vena, / me pesa cada cadena / que te aprisiona hasta el centro. / Chile afuera, Chile adentro. / Chile al son de la injusticia, / la bota de la milicia, / la bala del que no escucha. / No detendrán nuestra lucha, / hasta que se haga justicia”.
Debemos, sin embargo, profundizar más en lo que representa la actitud de Laferte. Entre el pronunciamiento y su obra, rezuma coherencia. En el plano vivencial, ella no ha olvidado haber abierto los ojos en Viña del Mar, no la ciudad del festival de más oropeles en el país austral, sino la obrera, precaria y marginal del “milagro económico” de la dictadura, la que no respondía a las fórmulas de los gurúes del equipo Chicago Boys.
Accedió a los circuitos de cazatalentos y con su voz se impuso. Rock y pop de época pero marcando siempre la diferencia a medida que transitó del anonimato a la fama, camino empedrado por días de cantar en bares y comunidades. Ha confesado que “la música me salvó”, que sin la música hubiera sido una cifra olvidada entre las estadísticas del desamparo, pero como persona, más que artista, su deber es manifestarse.
Aunque, a decir verdad, su arte tampoco es complaciente. Cuando se repasa su trayectoria, advertimos que su rasero pasa por hacer del pop un instrumento abrasivo.
Sigámosla en octubre de 2011 en el concierto por la diversidad sexual en Santiago de Chile; y dos años después con el álbum Tornasol, segundo en estudio, que concilió al público y la crítica. En agosto de 2013 la tenemos en una muy comentada sesión especial de la banda chilena Los Tetas, y en marzo de 2014 en Mon girando por México, proyecto en el cual involucró a sus seguidores para realizar diez conciertos gratuitos a lo largo del país. Poco después la canción Amor completo devino tema cantado y coreado por jóvenes mexicanos.
Cada vuelta de espiral de su ambición artística obedece a una convicción: “Siento que es patético quedarte en tu zona de confort. Me da mucho miedo quedarme pegada a mi personaje, repetir mi fórmula”. Donde quizá lo expresó antes con mayor evidencia fue en el álbum La trenza, grabado entre 2016 y 2017 en Ciudad de México y Santiago de Chile. Uno de sus temas, Amárrame, a dúo con el colombiano Juanes, conquistó el Grammy Latino a la mejor canción alternativa.
La crítica señaló que en La trenza, Mon se acercó más que nunca a los sonidos y las músicas folclóricas de Sudamérica, especialmente los de Perú, Bolivia y, sobre todo, Chile. Ella misma reconoció: “Nunca había estado tan involucrada con la música de mis raíces, de mis orígenes”.
Esto no salta tanto al oído en la cumbia que se desliza a lo largo de Amárrame –eso sí, muy pegadiza– como en la pieza que da título al disco, a caballo entre el vals criollo y el bolero, que sostiene un lenguaje directo con referencias autobiográficas.
Norma rompe el canon de tratar la relación de pareja entre el sí y el no, entre la entrega y el despecho. Ahí sí que ofrece una alternativa a las corrientes dominantes en el pop latino. La canción Funeral da que pensar, como lo fue en su día la transgresora Canción de mierda, que alude al ciclo menstrual. Por cierto, en agosto pasado fue censurada por YouTube, acerca de lo cual dijo la cantautora: “No sé si existe una oficina encargada y son humanos los que ven el contenido o es un algoritmo. Realmente me parece insólito que en el 2019 la sangre menstrual sea vista como algo violento o tabú, teniendo en cuenta la cantidad de contenido musical violento, misógino, de gángster, con pautas millonarias que producen millones de views. Así funciona la industria parece”.
El domingo 20 de octubre pidió junto a otros artistas el retorno de la tranquilidad en Chile, la retirada de los contingentes militares de las calles y la renuncia del Presidente Sebastián Piñera. E hizo más: en un video que muestra banderas chilenas teñidas de negro y el reemplazo de la estrella por una olla y una cuchara, circuló un video en el que interpreta la canción “La carta” de Violeta Parra, originalmente entre 1960 y 1963 y publicada en el álbum póstumo Canciones reencontradas en París en 1971. Mon la versionó y añadió la frase: “Presidente, por favor, escuche a la gente, se lo pido por nuestras familias, ya hay mucha sangre derramada”.
Mon recuerda la actitud de una compañera suya de generación, Pascuala Ilabaca, quien también sigue el legado de Violeta Parra: “El miedo anula la creatividad. Y nosotros estamos libres de miedos”.