Síguenos

Volver

ÚLTIMA HORA

México

Normalistas de Ayotzinapa realizan actos vandálicos contra el 27 Batallón de Infanteria de Iguala, Guerrero

Volver

Cultura

“La observaba de ese modo desde mucho antes de conocerla, pero parecía que desde entonces su configuración de privacidad había cambiado; muy recientemente, suponía. Me alarmaba su inhibición, o lo que implicaba que tuviera que esconderse. Antes, cualquiera podía encontrarla. Con tan sólo teclear su nombre se podía obtener una sinopsis instantánea de su vida: la pulcra disposición de sus fotografías, con sus pensamientos y sus sentimientos al pie, etiquetadas con la ubicación y la fecha”.

Párrafo revelador e inquietante es éste que transcribo. Lo he extraído del cuerpo de Una vida que no es mía. Si en el público natural de habla inglesa la novela tuvo legión de seguidores cuando se publicó en 2017 con el título Sympathy, no son menos los que al ser traducida a nuestra lengua se han enganchado con la mañosa prosa de Olivia Sudjic, joven londinense nacida en 1988, que debutó así en el ámbito editorial.

Va quedando claro en la narración que estamos ante un escenario muy actual. La voz que narra en primera persona se refiere a otra que sólo se realiza a través de las redes sociales. Lleno de estas observaciones, casualmente espeluznantes del siglo XXI, Una vida que no es mía desarrolla una trama bajo el principio de la astucia en los planteamientos y giros de su ovillo, por momentos satírica pero en el fondo amarga, que pone al desnudo códigos de comportamientos emergentes, diferencias intergeneracionales, los efectos de la globalización, la hegemonía de las industrias tecnológicas y el abismo que se abre ante ese subsuelo de la navegación por internet que se llama red oscura.

Concuerdo con quienes se erizan ante la telaraña virtual que envuelve a Alice, una chica de 23 años, graduada de Filosofía que decide instalarse en Nueva York junto a su abuela, lejos de la Inglaterra donde ha crecido y vivido sus peores pesadillas familiares: padre en fuga, madre maníaca y manipuladora y dificultades para relacionarse socialmente. Una muchacha que salva,, como único recuerdo amable de su existencia hasta ese momento, una breve temporada japonesa durante la niñez. A esa evocación se aferra de tal modo, que reinventa aquellos días en su memoria.

Precisamente mientras navega por las redes en busca de elementos que enriquezcan la ficción del aquel recuerdo, tropieza con Mizuko Himura, inasible escritora japonesa que sólo conocemos por lo que ella misma expone en Instagram. Mizuko entra y sale de la cabeza a Alice que vive pegada a un iPhone desde donde persigue a la japonesa.

Esta Alice no se parece en nada a la mítica criatura de Lewis Carrol en el país de las maravillas. Obsesiva y delirante, avanza en la narración en una progresión calificada por el diario The Guardian “como una rosa enferma, en el que con cada capítulo damos un paso no hacia adelante sino hacia los lados, pétalos oblicuos de información que dan paso hasta que llegamos al corazón de la historia; advertencia contra la intimidad ilusoria que se ofrece en las redes sociales: una historia de amor que se compone, principalmente, de recuerdos que son en su mayoría falsos, entre personas que raramente se encuentran frente a frente”.

Acerca de lo que la llevó a escribir la novela, Sudjic dijo en una entrevista: “La vida neocapitalista está llena de paradojas, como odiar internet y no poder desconectarlo. Pero es esa misma paradoja la que crea el material de mi escritura, como un reciclaje continuo que me permite profundizar en los problemas”.

En otro momento , abundó sobre el tema a partir de su propia experiencia: “Con internet sentí que algo me invadía, como una especie de adicción, que va tomando forma sin que te des cuenta de que está sucediendo. Piensas que tienes el control y te parece una parte tan normal de tu vida que no lo notas. Me puse a pensar en esto mucho antes de escribir la novela, cuando trabajaba como consultora en una agencia de marcas que ponía la tecnología en el centro. De hecho, mi jefe en ese momento decía: ‘La tecnología es una fuerza para el bien’, y esto fue en 2013. Me fui en 2014, pero recuerdo haber escrito en un blog de acerca de mi comprensión repentina del asunto. Probablemente, somos la última generación que tiene espacio para el pensamiento crítico al respecto, ya que no hemos vivido en ese mundo digital siempre. No digo que las generaciones más jóvenes no tengan la capacidad de pensamiento crítico, pero ellos están más atrapados”.

Olivia Sudjic no paró con Una vida que no es mía. Todos esperaban, ella misma también, otra novela. Marchó a Bruselas para hallar un ambiente propicio para la escritura fuera de los reflectores mediáticos que la abrumaban tras el éxito inicial.

Estuvo días frente a la pantalla en blanco de la computadora sin dar un teclazo. Ni siquiera hallaba sosiego para organizar sus ideas. Hasta que, en un ejercicio de autoanálisis, convino en que lo mejor que le podía pasar era reflexionar sobre las causas de su parálisis creativa. Ese fue el origen de Expuesta (2019), un ensayo sobre la ansiedad en los tiempos de Internet.

SIGUIENTE NOTICIA

Opinión

García Luna los calló.