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Cultura

México, arpa y canción

Pedro de la Hoz

En vísperas de la culminación del Premio Literario Casa de las Américas 2019, cuyos resultados se daban a conocer al cierre de esta edición y merecerán un próximo comentario, hubo un toque de auténtica y muy actual mexicanidad en el ambiente de la institución habanera.

La compositora, cantante y arpista Verónica Valerio llenó la sala Ernesto Che Guevara con su arte. Desgranó obras suyas de reciente creación y revisitó algunas de las piezas infaltables en su repertorio. Transitó de la extrañeza a la intimidad y tramó coordenadas cómplices con un público que a los pocos compases comprendió que asistía a una experiencia única, aventurada y grávida de interrogantes a la vez, pero en el fondo visceral.

Yo mismo guardaba algunas no tan lejanas referencias de lo que había logrado en el tiempo esta singularísima creadora mexicana. Alguien me pasó unos dos años atrás el video de un concierto –más bien descarga abierta– que ella ofreció con un trío en su Veracruz –guitarra y decimista– donde advertí el fuego de una convicción: hacer de la música un medio para conjurar fantasmas y desatar la imaginación.

Entonces estaba muy metida en el bolero. En La Habana apenas rozó esta zona de su creación. Sé que le gustaba repasar temas de los cubanos José Antonio Méndez y César Portillo de la Luz, y del mexicano Alvaro Carrillo. Y poner a consideración boleros de su propia cosecha.

Ahora optó por exponer sus más recientes criaturas, de lírica directa y diáfana, a la medida de su propia intensidad.

Ella recordó que “el bolero en el siglo pasado fue uno de los géneros característicos en la música mexicana y gracias a la época de oro del cine, grandes orquestas cubanas se arraigaron en nuestra cultura; tenemos una hermandad musical con Cuba”.

Esos vasos comunicantes se reflejaron en el recital habanero. Presentó sus últimas composiciones, canciones inéditas que hablan del amor, la cura y la sorpresa, y que han sido fruto de sus inspiraciones en viajes personales, pasajes de la infancia, el mar, la familia y la vida costeña, algo que ya se intuía en el álbum Canciones de Puerto, estrenado no hace tanto en el Lunario del Auditorio Nacional de México.

“México –afirmó– es un país de ritos e historia, nuestra música, con sus variantes regionales, es muy bien acogida en el mundo, pues hablamos de nuestras batallas y de cómo nos levantamos”.

Luego está el arpa, instrumento que en ella se ha vuelto estandarte de tradición y modernidad. Lo tañe como la tradición manda, pero cuidado, porque no es el arpismo folclórico apegado únicamente a fórmulas virtuosas de añejo linaje, como las que alimentan el son jarocho, sino un discurso que evoluciona y asimila influencias diversas, como la muy ostensible huella de la vecindad espiritual con los usos del instrumento en Colombia, sin olvidar que, como mujer joven del siglo XXI, se le pegaban los acentos del rock.

Ese mismo mestizaje se advierte como factor inspirador en los temas concebidos por ella. Valerio se reconoce en la encrucijada de múltiples fuentes y destinos. Ello lo aprendió desde la raíz, cuando en su entorno primigenio debutó con el grupo Juventud Sonera.

Verónica, definitivamente, para su auditorio será la voz de Ayotzinapa. Canción nacida del alma, y desde una formación sólida que sirve de vehículo estructural de lo que desea transmitir, la cadencia con que comunica el sentir de muchos conmueve: “Corazón, no estás vencido…”. Es mensaje que llega contundente, sin artificios. Es arpa, canción y un México muy vivo.

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