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Cultura

Sartre a escena, posverdades y fake news

Pedro de la Hoz

En España, el Teatro de la Abadía ha desempolvado una obra de Jean-Paul Sartre no muy frecuentada que digamos en nuestra lengua, con todo que el responsable de llevarla al castellano fue nada menos que el gran escritor guatemalteco Miguel Angel Asturias.

Una puesta de escena del inglés Dan Jemmett, con un elenco español, revive la única comedia escrita por el filósofo, novelista y dramaturgo francés, cuya celebridad teatral pasa por los hitos de La ramera respetuosa, Las moscas, A puerta cerrada y Los secuestrados de Altona.

A Sartre le dio por la sátira en Nekrassov en 1955. La trama gira en torno a George de Varela, estafador que, para evadir la policía y salvar el pellejo de un periodista amenazado de despido por falta de ideas que convengan al director de su publicación, simula ser Nekrassov, un exministro soviético que ha logrado saltar a Occidente y gana el sustento con sus colaboraciones a un periódico sensacionalista parisino. Es así como entra en contacto con rufianes de la política y el periodismo, en medio de la histeria anticomunista de los días de la Guerra Fría.

La noticia de la resurrección en España de Nekrassov me hizo volver sobre el texto, en una edición de la casa Losada de 2008, compartida con otra apreciable pieza de su autor, Las manos sucias. La trama evidencia una crítica feroz a la llamada gran prensa y su posicionamiento ideológico por conveniencias políticas o económicas y un cuestionamiento a la veracidad de la información periodística y la manipulación de la opinión pública.

Si un teatrista lúcido y talentoso de esta parte del mundo se interesara por montar Nekrassov en clave de actualidad, tendría mucha y buena tela por dónde cortar. Los dardos de Sartre apenas podían entrever un escenario mediático plagado de los mitos de la posverdad y las fake news (noticias falsas).

La posverdad no es más que una sofisticada manera de definir la vieja fórmula goebbeliana de vender como auténtica una soberana mentira, a fuerza de reiteración y jerarquía en los canales de difusión. Apela a argumentos y discursos en los cuales la objetividad es menos importante que la forma en que se digan las cosas, siempre que esta encajen con el sistema de creencias que nos han inculcado y nos hagan sentir bien. Como ha explicado el psicólogo español Arturo Torres, “en el mundo de la posverdad literalmente cualquier idea puede dar paso a un discurso válido sobre lo que ocurre en la realidad, siempre y cuando los altavoces por los que se transmite sean lo suficientemente potentes. Saber si es verdadera o no, está de más”.

Hermanas de las posverdades son las fake news o noticias falsas. Una y otras se nutren mutuamente. No hay que ir lejos. ¿Dónde están las armas de destrucción masiva del régimen iraquí de Saddam? ¿Hay que creer que Donald Trump logró la mayor audiencia de televidentes en la historia de las investiduras presidenciales?

Ahora mismo, con independencia de que guste o no el mandatario venezolano Nicolás Maduro, o alguien comulgue o no con el socialismo, el hecho de que Estados Unidos, sus acólitos y los medios hegemónicos hayan presentado a un diputado –fue electo como tal para la cuarta legislatura por el estado de Vargas con el magro 26,01 % de los votantes– como presidente encargado no es más que legitimar una escandalosa violación del Estado de derecho y consagrar una matriz de opinión ajena a la realidad objetiva.

Al estafador disfrazado de Nekrassov por Sartre le vendría como anillo al dedo una frase que Brian de Palma puso en boca Tony Montana (Al Pacino) en Scarface: “Yo siempre digo la verdad, incluso cuando miento. Así que den las buenas noches al malo. Vamos, es la última vez que van a ver a un tipo malo como yo. Vamos, apártense que va a pasar el malo, el malo quiere pasar”.

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