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Conrado Roche Reyes

Trabajaba en un nosocomio de gobierno. Alrededor de las tres de la madrugada nos llamó una señora mayor diciendo que no se encontraba bien. Intento obtener más información de los síntomas como indica el protocolo, pero ella solo decía “es que no me siento bien, ¿pueden mandar a alguien para que me ayude?”. Dio su dirección y sus números y dijo que no había nadie en su casa, pero que la puerta estaba abierta, así que podrían entrar los médicos. Al cabo de un minuto dijo que se iba al baño y que dejaba el teléfono un momento. Se le pidió que contara qué le ocurría exactamente mientras se le mandaba una ambulancia. Repitió que iba al baño un minuto, y no volvimos a oír más.

Pasaron dos minutos más y llamó uno de los auxiliares que ya había llegado a casa de la mujer, y su tono de voz me dio mala espina enseguida.

“Emergencias… cómo se ha recibido la llamada exactamente”. Se le explicó que había sido la paciente desde su teléfono fijo, y él no me contestó directamente, sino que usó su celular para llamar a la oficina como si no quisiera que le oyeran por radio. “¿Estás seguro de que no ha llamado otro miembro de la familia o algo?”. Le expliqué que la llamada la había hecho la paciente hacía ocho minutos, y aluciné con lo que me dijo. “Está en el baño, pero esta mujer lleva muerta al menos doce horas. Necesitamos que venga aquí un agente”.

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