Joaquín Tamayo
No puede evitarlo: el ortopedista que el escritor Edgardo Arredondo lleva dentro siempre termina por tomar el control de su prosa. Se advierte lo rápido que detecta los desgarramientos innecesarios o las fisuras en la sintaxis; sólidos y fuertes están la tibia, el peroné y firmes los tobillos cuando sus relatos apoyan los pies en la caprichosa tierra de la trama y de cada uno de sus personajes. No hay lesiones en la articulación de sus textos.
Por el contrario: la ironía, el humor, el dilema del ser y las dramáticas paradojas de la realidad constituyen lo mejor de la musculatura de su imaginación. Los profanadores, esta colección de cuentos que ahora nos ocupa, están consumados gracias a un riguroso diagnóstico sobre las heridas emocionales y las cicatrices de la contradicción entre hombres y mujeres que pueblan sus narraciones.
Si continuamos con el parangón entre su profesión de médico y su vocación literaria, podríamos señalar que por lo regular sus relatos arrancan con una descalcificación del alma, una amargura, una frustración, un miedo encerrado que a veces logra liberarse con vuelcos sutiles y brutales a la vez.
Ernest Hemingway decía que solo alcanzaba a escribir del entorno que le era conocido, de lo que había “cazado” en el difícil safari que fue su existencia. Edgardo Arredondo proviene de esa escuela, de esa estirpe de escritores: la del testigo de excepción, la del autor que sabe escuchar y vivir desde los otros y desde sí mismo. Esto no es un elogio; es una definición de principios en su carrera literaria. Lo demuestran, además, sus obras antecedentes: Detrás del horizonte, De médico a sicario y Me llamo Juan, novelas que revelan la expansión de un narrador con solvencia técnica y, sobre todo, que se preocupa por sus “pacientes”, los lectores, a través de un factor que determina lo generoso de su estilo: la amenidad.
En esos libros no hay momentos de transición vana, tampoco de elucubraciones filosóficas ni espacios inmóviles. Son los personajes los que se encuentran y desencuentran y solos acaban por recetarse el medicamento que les conviene, la cura para el lastre de sus demonios. De médico a sicario es el mejor ejemplo de lo dicho arriba.
Se trata de una pieza que habría que revalorar entre tanta literatura que hoy se publica sobre el tema de la violencia y el crimen organizado en México, pues su premisa es totalmente distinta en comparación con lo que hasta el momento se ha editado. Aquí la historia no se aborda mediante la crónica de los delincuentes ni de las víctimas o de los policías, sino de alguien que está en medio del fuego cruzado. Precisamente un testigo de excepción. He ahí el dilema, el compromiso del que sabe escuchar, porque saber compromete. ¿Se debe negar un médico a salvarle la vida a un asesino? ¿Lo convierte ese episodio en un cómplice? ¿Hay una ética para la muerte?
Si la poesía es una ordenación del lenguaje en busca de la música de un nuevo significado, en el caso de Arredondo la poesía estriba no tanto en el verbo, sino en la mirada, en los ojos que descubren en la anécdota el prodigio de la paradoja, la amenazante sensación de que el destino es siempre circular.
El libro Los profanadores deja a un lado la precariedad de los dilemas y entra de lleno en el espíritu de los cuentos clásicos: aquellos que nacen del malentendido y con ese recurso también llegan al humor y al remate inesperado.
No obstante, las sorpresas son, como las operaciones eficaces, casi imperceptibles, y por lo mismo conducen a la sonrisa, a ratos a la carcajada, que hay en el fondo de toda farsa. Los dieciocho relatos que componen este volumen poseen estas características: son una apuesta por la construcción de personajes bien delineados en escenarios absurdos a pesar de su aparente cotidianidad.
La descripción dosificada, desprovista de artilugios, y la aplicación del diálogo como herramienta de avance sistemático, inagotable, sin desperdicio en las voces, proporcionan agilidad y coherencia. Ya se ha dicho muchas veces: cuentos claros conservan lectores.
El diálogo en Edgardo Arredondo es como su bisturí en el quirófano: corta, aligera y profundiza. No hace falta explicar quiénes son cada uno de las figuras que ahí desfilan; ellos por sí mismos nos lo muestran. “Los profanadores”, “Paranoia”, “El pie de Teresa”, “El confidente”, “La última cena” y “Manita de gato”, entre otros relatos, cumplen su camino. Son cuentos que desde ahora han de ir para adelante en la literatura local y nacional. No necesitan muletas, no hay por qué recurrir a las prótesis del artificio. Tienen sus 206 huesos en su lugar. Para concluir, solo unas cuantas contraindicaciones: quien se abisme en ellos es posible que en algún momento sufra una fractura del corazón.
*Los profanadores, editado por Felou, se presentará en la Filey 2019 el próximo martes 19 de marzo en el estand de Sedeculta, a las 19 horas.