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Cultura

Cenicienta

Pedro de la Hoz

Los clásicos requieren ser desempolvados para ocupar el puesto que merecen en el imaginario de las nuevas audiencias. Eso siempre lo tuvo bien claro Alicia Alonso en su extraordinaria obra de fundación y desarrollo del Ballet Nacional de Cuba, visión heredada y plenamente compartida ahora por la primera bailarina Viengsay Valdés, quien recién se estrena al frente de la Subdirección Artística de la compañía.

Por estos días el colectivo danzario tiene en cartelera La Cenicienta con seis funciones en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, luego de llevarla a principios de este mes al centro de la isla, en el teatro La Caridad, de Santa Clara, acontecimiento sobre el que volveremos más adelante por su valor emotivo.

La peripecia del ballet no difiere en esencia del cuento homónimo, escrito por el francés Charles Perrault y que formó parte de la colección Los cuentos de Mamá Oca en 1697. Su historia transcurre en el Gran Ducado de Luxenstein, en Europa Central. El Gran Duque Ottokar organiza un baile de máscaras en los salones del palacio. La viuda Léontyne ha conseguido invitaciones con el propósito de presentar en la alta sociedad a sus dos hijas: Yvette y Fanchon, en busca de pretendientes acaudalados.

Apartada de ellas se encuentra la “oveja negra” de la familia, Greta, apodada la Cenicienta, hija de un primer matrimonio del difunto esposo de Léontyne. La muchacha vive relegada para cocinar y limpiar la casa y no tiene derecho a nada. Con la ayuda de Rava, el Hada de la Justicia, Cenicienta puede escaparse de la casa y acudir al festejo para conocer a Gustav, el príncipe heredero, quien se enamora de ella nada más verla. Pero debido al encantamiento, Cenicienta debe volver rápido a su hogar, perdiendo por el camino una zapatilla de cristal.

El baile es otra cosa. Originalmente esta Cenicienta vio la luz el 2 de mayo de 1901 en Berlín, por el Ballet Real de la capital alemana: la coreografía se debió a Emil Graeb, a partir del guion del austriaco Heinrich Regel y la música de Johan Strauss hijo (1825-1899), quien por cierto escribió la partitura especialmente para la obra –la única que compuso con tales fines– y tuvo la mala suerte de morir antes del estreno. El ballet prácticamente cayó en el olvido, mientras otra Cenicienta, con música de Serguei Prokofiev, fue la que se impuso a lo largo de casi todo el siglo XX.

La idea de reanimar la antigua Cenicienta con la música del segundo Strauss surgió en la mente creativa de Pedro Consuegra, artista cubano que en 1988 reinventó la coreografía para el repertorio del Ballet de la Ópera de Marsella. En 1996 Alicia Alonso llamó a su compatriota para que en la isla montara esa versión con el Ballet Nacional de Cuba, que la estrenó en 1996.

Ese mismo año, al ser presentada durante la temporada madrileña del BNC, el crítico español Julio Bravo escribió: “La versión de la compañía que dirige Alicia Alonso la ha realizado el coreógrafo Pedro Consuegra, con escenografía y diseños de Armin Heinemann. Los dos han querido, lógicamente, subrayar el carácter infantil del cuento de hadas, escapar de cualquier interpretación, y poner sobre el escenario la historia tal cual. Consuegra cuenta, para la coreografía, con la ventaja de que el público conoce perfectamente el cuento, pero aún así su narración es sencilla y clara; y pone al cuento el epílogo de un divertimento al estilo de los grandes ballets clásicos y un paso a dos final arriesgado, brillante y elaborado”.

De regreso a las funciones villaclareñas que en este marzo precedieron a las de La Habana, Consuegra cumplió un sueño personal: “Yo quería ver La Cenicienta en el terruño donde nací, a pocos kilómetros de Santa Clara, el poblado de Camajuaní. Me fui de Camajuaní para la capital del país siendo un niño, y me hice doctor en Filosofía y Letras en la Universidad de la Habana, lo cual me ha servido de mucho en la confección de mis libretos. Todos los años regreso a Cuba para participar en el Festival Internacional de Ballet de La Habana, y siempre me doy un saltico por Camajuaní, pues siento gran admiración por sus parrandas. La obra que más me satisface es Los millones de Arlequín, que montó el Ballet de Marsella en 1980, aunque el público la que más le gusta es La Cenicienta, tal vez por las escenas y personajes simpáticos que presenta. Siento orgullo de que los papeles protagónicos de La Cenicienta han sido interpretados por prestigiosas bailarinas del ballet cubano, como Lorna Feijóo, Viengsay Valdés, Svetlana Ballester, Galina Álvarez y Anissa Curbelo. ¡Cómo no sentirme a gusto entre los míos!”.

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