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Canción con todos

 

 

 

 

 

 

Pedro de la Hoz

En medio de las tareas y los desafíos urgentes que se le presentaban a una revolución recién estrenada en el poder –aún no se había puesto en marcha la Reforma Agraria y ya se entreveía la hostilidad de la administración norteamericana, que dio abrigo a los batistianos en su seno, mientras las fuerzas opuestas al cambio conspiraban abiertamente dentro y fuera de la isla-, Fidel Castro tuvo la idea de crear una institución que serviría de puente entre la nueva Cuba y los pueblos de América Latina y el Caribe.

Nació así la Casa de las Américas el 28 de abril de 1959, en una edificación de líneas art deco levantada a pocos metros del Malecón de La Habana. A cargo de la naciente obra, los rebeldes triunfantes situaron a una figura icónica, Haydée Santamaría, heroína del asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Ella, por sus valores y carisma, merece una crónica aparte, que entregaremos a POR ESTO! en las próximas horas. De momento interesa transmitir impresiones de la celebración anticipada el viernes en la noche, en áreas aledañas a la institución, acontecimiento que devino fiesta singular y sentida evocación de artistas, intelectuales, vecinos, amigos de la Casa y gente muy diversa que desafió la lluvia del anochecer habanero para asistir y disfrutar de la ofrenda que Silvio Rodríguez dedicó al aniversario.

A nadie sorprendió que en primera fila estuviera el presidente cubano Miguel Díaz Canel Bermúdez en compañía del canciller Bruno Rodríguez y la vicepresidenta de la Casa, Marcia Leiseca. Díaz Canel pertenece a una generación cuya banda sonora se nutrió de lo mejor de la nueva canción latinoamericana y sus figuras tutelares domésticas. El gran poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, presidente de la institución, se hizo presente mediante un mensaje audiovisual, calificado por Silvio como el más hermoso prólogo de los 101 conciertos que a lo largo de casi una década ha destinado a comunidades habaneras y de otras ciudades de la isla en lo que todos llaman “la gira interminable”. Retamar pronunció una metáfora luminosa: “Los invito a recordar el porvenir”.

Pocas horas después, Díaz Canel escribió en su cuenta de Twitter: “Por Haydée, por Retamar y por todos los grandes de América y el Caribe que hicieron de la Casa de las Américas su casa. Por los sueños acumulados de escuchar a Silvio en los barrios fue un placer compartir el concierto 101 bajo el aguacero”.

El adelanto de un frente frío en disipación dejó caer lluvia sobre el litoral habanero. No pocos se preguntaban si el concierto iba o no. Salieron a relucir paraguas y después de algún que otro repliegue, el público firme se animó a esperar por la música y no salió defraudado. Entre los que aguardaron que cesara el chubasco se hallaban el poeta Miguel Barnet y la escritora Marta Rojas, ambos amigos de la Casa y de Haydée, varios de los participantes en la XIII Bienal de La Habana, y moradores de esa parte baja de la barriada de El Vedado, frecuentemente azotada por temporales e inundaciones costeras y por lo mismo con el espíritu acerado en el enfrentamiento a esos embates.

La Casa ha sido por antonomasia la casa de la canción que rebasa las instancias del éxito fácil, las fórmulas comerciales, los lugares comunes y el brillo de las lentejuelas. La del memorable Encuentro de la Canción Protesta de 1967, entre La Habana y Varadero, simbolizada en el desafiante y vigente cartel de Alfredo Rostgaard que todos conocen como la imagen de la rosa y la espina. La que acogió a los jovencísimos Silvio, Pablo y Noel a finales de los años 60 cuando con la canción querían, y todavía quieren, cambiar el mundo.

Indudablemente esa era una motivación más que suficiente para que Silvio decidiera homenajear a la Casa. Y para que antes de ocupar su puesto en el escenario diera la alternativa al joven trovador Roly Berrío, a quien conocimos en Santa Clara, la ciudad liberada por el Che al centro de la isla, y nos conquistó con su irreverencia y lozanía.

El trovador recorrió estaciones de su fecunda y larga cosecha. Abrió con Yo te quiero libre y desgranó una veintena de canciones de ayer, de hoy, de siempre. No podían faltar Ojalá y El necio y la estremecedora Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena. Canciones de combate y amo, coreadas por la multitud. La poesía se adueñó de la noche.

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