Pedro de la Hoz
El primer día de mayo de 1869 quedó listo para su inauguración. Veinticuatro horas después abrió las puertas para sus primeros parroquianos. Como hacía esquina con la calle Trevise, tomó de aquella su primer nombre. La dudosa reputación del local, impugnada por la familia Treviso, de nobleza engominada y pretensiosa que no quería verse asociada al sitio, conminó a las autoridades a reclamar un cambio de denominación. No hubo problemas; el salón pasó a llamarse Folies Bergere, también una calle cercana. No debe traducirse literalmente como “locuras de una pastora”, pues “folies”, en este caso, alude a un tipo de casa de campo usual en la época, oculta por el follaje boscoso. Han pasado 150 años desde entonces; nadie recuerda la decadencia de los Trevise, sin embargo. la marca del Folies Bergere permanece incólume como símbolo por antonomasia del espectáculo parisino de variedades, en el número 32 de la rue Richer.
En realidad su fama comenzó a crecer hacia 1886, cuando presentó la revista musical Place aux Jeunes. Ahí definió el estilo que venía tanteando entre números de variedades y operetas de mediano relieve. Plumas, ropas ligeras y, como ya era costumbre, abundante champán.
Uno de los clientes asiduos de la etapa inicial había muerto, no sin antes dejar testimonio imperecedero de la atmósfera que allí se respiraba. Edouard Manet colgó en el Salón de París del año de su muerte, 1883, un cuadro revelador, Un bar del Folies Bergere. Meses antes convenció Suzon, joven empleada de una de las tres barras del local, para que posara en su estudio y sirviera de modelo para la composición de lo que para él resultaba el Folies Bergere. Fue su última obra maestra. Todavía impresiona el juego de espejos, la distante mirada de la muchacha y, más aún, la del hombre con sombrero de copa que la observa.
Hacia fines de siglo, otro genial artista concurrió con frecuencia a los espectáculos. Henri Tolouse-Lautrec tomó apuntes al natural y fijó varios de ellos en la piedra de grabar. De modo particular clavó sus pupilas en Loie Fuller, actriz y bailarina norteamericana que lo deslumbró con sus vestidos flotantes y los efectos visuales que explotaba en sus performances. El pintor dividió su atención entre el Folies Bergere y el Moulin Rouge, abierto en 1889, en Pigalle, como intuyendo la eterna competencia entre los que quizá sean los más famosos cabaretes de París.
La fascinación por la Fuller también tocó a Auguste Rodin, quien exageradamente escribió: “Loie Fuller ha abierto una nueva vía al arte del porvenir. París y todas las ciudades en las que actuó le deben las emociones más puras; ha despertado la grandeza de la Antiguedad. Su talento siempre será imitado ahora y su creación volverá a ser realizada siempre, pues ha sembrado efectos, luz y puesta en escena, y todas esas cosas serán estudiadas eternamente”.
Por el Folies Bergere desfilaron figuras aún no establecidas. En 1909, un año antes de desembarcar en Estados Unidos, Charles Chaplin, a la sazón integrante de la tropa de Fred Karnó, actuó en las tablas del cabaret. Un hombre notó su talento y lo felicitó, nada menos que el gran compositor Claude Debussy. Por esos días descubría en París las maravillas del cine a lo Max Linder.
Maurice Chevalier, arrastrado por la sicalíptica Mistinguett, dio las primeras zancadas de su brillante carrera de chansonnier. Un jovencito Jean Gabin, en los albores de su extraordinaria carrera actoral, fue contratado para recitar poemas. La cubana Rita Montaner comenzó la toma de París por este sitio.
Pero sin lugar a duda la gran figura de los años de la primera posguerra fue la norteamericana Josephine Baker. El 24 de abril de 1926, la vedete negra, instalada en Europa para estar a salvo de la cruda discriminación sufrida en su país natal, estelarizó el estreno de la revista La Folie du Jour: El público la bautizó como la Perla Negra. Su provocadora mínima pieza conformada con imitaciones de bananas causó furor. En el plano artístico, la impronta de los aires de la canción popular norteamericana, felizmente contaminada de jazz, fue mucho más importante que la insinuación de su desnudez.
El Folies Bergeres ha tenido altas y bajas. En 1993, por ejemplo, estuvo a punto de cerrar sus puertas. Incombustible siempre, sus propietarios han hallado al manera de mantenerlo a flote. Ahora mismo se ha anotado un éxito rutilante con la revista Jean Paul Gaultier Fashion Freak Show. El polémico diseñador francés, uno de los gurúes actuales de la industria de la moda, repasa sus sueños de grandeza con un delirante espectáculo autobiográfico que rinde honores también al valor simbólico del cabaret de la calle Richer. De Josephine Baker a Lady Gaga todo cabe en la cabeza de Gaultier y en la pista del Folies Bergere.