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Cultura

Antonio Montes y 'Matajacas”, una historia macabra

Conrado Roche Reyes

Antonio Montes Vico nació en Sevilla en el año 1876, en la calle Pureza del barrio de Triana. Fue el primer matador que paraba a los toros para intentar ligar las suertes en un mismo terreno. Es considerado el precursor del toreo del revolucionario Juan Belmonte. Después de exitosa campaña novilleril, toma la alternativa en Sevilla en 1889 de manos de “Bombita”.

Ya como matador suma también grandes éxitos y marcha a México, en donde realiza magníficas campañas triunfales. Pero…

El 13 de enero de 1907 es corneado al entrar a matar en la Plaza México de la entonces calzada de la Piedad por el toro Matajacas de la ganadería de Tepeyahualco. A los cuatro días, Antonio Montes fallece en el hotel Edison de la capital mexicana a causa de infección por cornada en el glúteo izquierdo, penetrando en la cavidad ciática. En la autopsia se encontró que la cornada tenía una extensión de cuarenta centímetros que llegaba internamente hasta el hipocondrio derecho. Una herida mortal de necesidad.

Pero la cuestión no termina ahí en la historia y ya leyenda de Antonio Montes y Matajacas. Después de su fallecimiento, se realizaba el velatorio del desgraciado diestro. En algún descuido, los cirios que rodeaban su ataúd cayeron sobre este y provocaron un incendio que quemó el cadáver de Montes, quedando carbonizado. Sin embargo, como el matador era adorado en su natal Sevilla, se decidió trasladar sus restos quemados en un ataúd a España. Este llegó al puerto de Veracruz, de donde viajaría a Sevilla. En las maniobras de subir el catafalco, por una falla en el mecanismo en los polines, se reventó una de las cuerdas y el ataúd, con el pobre Antonio, cayó al mar. Entonces hubo que rescatar aquellas cenizas del fondo marino en el muelle de Veracruz. Su entierro en Sevilla fue un tumulto popular. Por fin, a lo que quedaba del pobre torero, se le dio cristiana sepultura.

Sin embargo, la maldición de Matajacas no termina ahí. Un prominente empresario de la Ciudad de México adquirió la cabeza del toro que mató a Antonio Montes y la mandó a disecar, colocándola, como un macabro orgullo, en un lugar preferente de su despacho. La cabeza disecada quedó finalmente y como adorno detrás y sobre la cabeza de dicho empresario. Como una maldición, cierto desdichado día este señor se encontraba trabajando en su oficina, algo falla en los tornillos que sujetaban la cabeza del toro asesino y este cayó de su sitial sobre el señor empresario, a quien, atravesándole el hombro, le partió el corazón. Mortal de necesidad.

Todos estos hechos son verídicos, tal como la “maldición de Pozoblanco” en la que murió Paquirri; a los pocos días, también por cornada muere uno de sus alternantes, el Yiyo, y el tercero, el Soro, sufre una cornada que lo deja parapléjico y fallece poco después.

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