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Cultura

¿Morricone se despide?

Pedro de la Hoz

Dice que es la gira del adiós, que nunca más se subirá al podio batuta en mano y no va a aceptar ni un encargo más de los directores de cine. No sé hasta qué punto Ennio Morricone sea capaz de cumplir esto al pie de la letra. Cierto que está al borde de sus 91 años y también que saca mal sus cuentas: ha puesto el periplo bajo el palio de seis décadas dedicadas a la música, cuando en verdad sus primeros arreglos y composiciones datan de antes. Asimismo el itinerario que inició el año pasado se prolonga con nuevas fechas y continúan lloviendo las solicitudes. Atrás quedaron Bruselas y Londres, Cracovia y Budapest, Praga y Verona. En el horizonte inmediato una plaza entrañable, las Termas de Caracalla.

Estos primeros días de mayo España está pendiente del maestro italiano. Bilbao y Madrid.

Excepcional oportunidad para disfrutarlo de cerca al frente de una orquesta y coro desgranando una selección de las cerca de 600 partituras escritas para la pantalla. Morricone ha vivido para esta. Lamenta que su otra obra, la que no está inscrita en bandas sonoras, sea menos conocida. Piensa es el destino de la música en la era audiovisual. Al menos el público escucha una melodía, un pasaje, mejor aún una partitura compleja, y asocia imágenes. Esto lo escuché en tal o cual película, comenta y muchas veces comparte, sin darse cuenta de que esa melodía, pasaje o partitura quedó para siempre grabada en su acervo cultural.

Para Morricone eso es tan natural como beber un vaso de agua. Le ayudó haberse formado en la romana Academia de Santa Cecilia, pero más que todo hallar trabajo como arreglista casi anónimo de varios cantantes populares en los años 50. Fórmulas para el oficio, sin encerrarse en recetas. No en balde asimiló las clases de uno de los maestros de la vanguardia italiana de la postguerra, Gofredo Petrassi. Tenía alas propias y ello lo percibió en 1961 Luciano Salce cuando le propuso la música incidental para el argumento del filme La federal.

Sergio Leone valoró lo que podía aportarle Morricone y lo invitó a formar equipo en la realización de una trilogía que oxigenaría la tradición de uno de los géneros clásicos de la narración fílmica, el western. Como Leone era italiano, las viejas nuevas historias de pistoleros, tabernas, diligencias, alguaciles y caballos vendrían con apellido, western spaghetti, y músicas para no olvidar, las de Morricone.

Por un puñado de dólares (1964), El bueno, el malo, el feo (1966) y Erase una vez en el Oeste (1968) sellaron uno de los estilos Morricone, el de la armónica en solitario y los tapices instrumentales que desembocan en melodías memorables cuando Charles Bronson, Henry Fonda o quien sea están al borde de ultimar al rival de turno. Con el paso del tiempo han derivado en músicas legendarias. En la misma España que recibe con vítores al compositor, el muy esperado concierto primaveral de Metallica, paradigma del heavy metal, abrió con la versión rockera de Ectasy of Gold, que el italiano incluyó en la banda sonora de El bueno, el malo, el feo.

Leone fue por más y consiguió otra colaboración épica. La banda sonora de Erase una vez en América (1984), fresco de la migración italiana a Estados Unidos, complementó el discurso de evocaciones nostálgicas, acentuado en el adagio que acompaña al personaje de Deborah.

Ahora bien, ese no es el único Morricone. A cada película calza el lenguaje que conviene. Sin estridencia y mucha eficacia se deslizan acordes meritorios en la trama de La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, sobre la resistencia de los habitantes del país norafricano contra la ocupación francesa y los desmanes de sus fuerzas represivas. El tiempo lento y ajustado de la partitura de La misión (1986), de Roland Joffe, matiza la construcción histórica de la presencia de los jesuitas en el Paraguay colonial. Las variaciones sobre un tema original envuelven la atmósfera de Cinema Paradiso (1988), la conmovedora cinta de Giuseppe Tornatore.

Hollywood reverenció a Morricone con un Oscar honorífico en 2006, luego de haber sido nominado en varias ocasiones anteriores sin que pudiera tomar en sus manos las estatuillas en disputa. Estaba lejos de imaginar que años después, en 2016, le llegaría el galardón por un trabajo particular, para Los ocho más odiosos, de Quentin Tarantino. De nuevo el western pero distinto. Cuando se esperan efectos grandilocuentes, sorprenden ciertos pasajes minimalistas, a tono con el desenfado postmoderno del director.

La prensa sensacionalista tiende una emboscada al maestro. La edición alemana de Playboy pone en su boca cosas que nunca dijo de Tarantino. La revista admite el atroz desaguisado. El maestro confirma lo que ha dicho más de una vez: estar cansado de conceder entrevistas a periodistas estúpidos y medios inescrupulosos.

El disco de la gira del adiós se vende bien; ya van por las 500 000 copias. Elocuente modo de intuir que Morricone no se despide.

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