Pedro de la Hoz
¿Dónde está la artista? ¿Por qué sus obras, siendo ideas suyas, son de otros? A estas dos preguntas, el público que asistió a la XIII Bienal de La Habana, vigente hasta el próximo domingo 12 de mayo, trató de responder cuando en el programa tuvo ante sí las propuestas de la mexicana Tania Candiani.
Su proyecto El sonido de la labor se desarrolló en tres instancias. Una de ellas, Cantos de trabajo, en el centro Wifredo Lam, a un costado de la Plaza de la Catedral habanera, desplegó videos, inscripciones textuales y música coral. Imágenes del Valle de los Ingenios, cerca de la villa de Trinidad, al centro y sur de la isla, donde las plantaciones cañeras, hasta bien avanzado el siglo XIX, fueron testigos de la cruenta explotación de mano de obra esclavizada procedente de África.
La siguiente estación, Uno nunca ve lo que se ha hecho; sino que ve lo que queda por hacer, situó en la Casa Simón Bolívar, también en el centro histórico habanero, a la tejedora trinitaria Adriana Martínez, experta en la técnica de bolillo, quien durante largas sesiones abiertas al público tramó un encaje de más de tres metros de largo, calzado por una intervención de la artista mexicana acerca de las rutinas domésticas de la mujer cubana. Tan importante como lo que sucedía a los ojos del espectador era el siseo del hilo a medida que el encaje tomaba cuerpo.
Una tercera parada, La lectora, aconteció en el taller de confecciones textiles El Quitrín, también en el entorno de La Habana Vieja. Allí Candiani insertó entre las costureras a una lectora de tabaquería, quien a lo largo de la jornada laboral por varios días leyó poemas, narraciones y crónicas no solo para acompañar el trabajo, sino para que los transeúntes advirtieran el peso de una experiencia estética traspolada de un ámbito a otro.
Las lecturas de tabaquería, práctica reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación, se remontan a la primera mitad del siglo XIX cuando en las fábricas artesanales de torcido de los puros habanos los trabajadores pagaban por suscripción a un individuo para que a viva voz leyera noticias y obras de ficción con propósitos recreativos y educativos.
¿Cuál fue el papel de Candiani en estas acciones? Por supuesto no era mostrarse a sí misma. Organizar los espacios, concebir una dramaturgia de la representación, inducir a sujetos activos a un cambio de percepción de sus roles y estimular en el público asociaciones insospechadas fue para ella alfa y omega de su gestión creativas. El arte no está en las paredes, ni circunscrito, como es habitual, a un soporte determinado, sino implica un proceso mediante el cual la artista coloca ideas que otros materializan.
De ahí que presente su obra a manera de sonata totalizadora en sus diferentes movimientos, al integrar performances que podrían funcionar con relativa autonomía, pero alcanzan su más elevada dimensión poético-simbólica en la condición de obra única que apuesta a la interacción entre las artes visuales y los sonidos (música o simplemente ruidos) de una o varias labores.
“Me interesa que exista una posibilidad de diálogo con el espectador –confesó a la prensa en La Habana–; no me gusta hacer obras cerradas, demasiado conceptuales. Ni pretendo especular sobre la historia del arte ni teorizar, ni decirle a la gente qué tiene que pensar sobre mi trabajo. Solo aspiro a dejar pistas para que pueda llegarle por algún lugar. Que le produzca algo; ya sea por el olor, la textura, el uso que tiene determinado objeto que empleo. Algo que lo tome de la mano y lo conduzca hacia otro punto”.
En su ficha de presentación la Candiani (Ciudad de México, 1974) exhibe un palmarés considerable. Adscrita al Sistema Nacional de Creadores de Arte de Me?xico desde 2012; recibió un año antes la Beca Guggenheim para las Artes, y en 2018 otra otorgada por la Smithsonian Institution, ambas en Estados Unidos. Su producción ha hallado cabida en varios museos, instituciones y espacios independientes de más de una decena de países.