Conrado Roche Reyes
Casi todo está ya dicho sobre Paul Morphy, el primer niño prodigio del ajedrez, quien a 182 años de su nacimiento en Nueva Orleáns aún sigue inspirando en todo el mundo a los nuevos adeptos del juego ciencia.
Especial fascinación ejerce entre los aficionados, sobre todo niños y jóvenes, el relato de las numerosas hazañas de este genio estadounidense a quien, pese a una carrera tan breve como meteórica, se le consideró campeón mundial cuando todavía no se inventaba el título.
Una de las que más regocijo despierta es que a sus tiernos nueve años de edad, el pequeño Paul no sólo le dio a un famoso general una verdadera cátedra sobre el arte de la guerra en la palestra cuadriculada, sino que lo retiró para siempre de los tableros.
Así de grande fue la vergüenza que pasó durante una visita a Nueva Orleáns el rudo militar, de nombre Winfield Scott, quien era conocido por destreza en la estrategia combinativa que solía aplicar con éxito frente a los más fuertes en las ciudades que visitaba.
Y fue una humillación por partida triple, pues el general pidió la revancha en dos ocasiones. Tras la felpa que le aplicó el crío, nunca más volvió a batirse en duelo tablero de por medio.
Como Capablanca, otro de los grandes niños prodigio del ajedrez, Morphy aprendió a jugar con tan sólo ver a su padre en su casa con un pariente suyo. Y también, como el genial cubano, corrigió a su progenitor. Fue sobre una partida que se dio por tablas cuando en realidad estaba ganada por uno de los bandos. La sorpresa de su padre, quien ni siquiera imaginaba que su pequeño supiera jugar, fue enorme.
Paul nació en un día como hoy, el 22 de junio de 1837, en la capital de Luisiana en el seno de una familia acomodada y murió a los 47 años, el 10 de julio de 1884. A los nueves años ya era uno de los mejores ajedrecistas de su ciudad natal y a los 12 superó en toda la línea al maestro húngaro Johann Lowental, uno de los más grandes exponentes del mundo en esa época, en una serie de tres encuentros.
Lo más admirable es que Morphy no estudió libros de ajedrez ni tuvo maestro alguno. Su admirable habilidad para el juego era natural y no le dedicaba mucho tiempo. A los 13 años, por órdenes de su padre, se deslindó prácticamente del juego (sólo podía practicarlo los domingos) y se dedicó a cursar la carrera de Derecho, la cual terminó a los 20 años, cuando aún no tenía la suficiente edad para ejercerla. Eso propició que retornara al ajedrez.
Entonces, animado por un tío suyo, aceptó una invitación para participar en Nueva York en el I Congreso de Ajedrez de Estados Unidos (1857), en el que entraron algunos de los más destacados jugadores del país, como Louis Paulsen y Alexander Meek. El joven abogado se coronó y fue proclamado campeón norteamericano.
Ya para esas fechas muchos lo consideraban el mejor jugador del mundo y, para corroborarlo, unos empresarios se ofrecieron a patrocinar el viaje a EE. UU. del británico Howard Stauton, a quien en el Viejo Continente consideraban entre los dos mejores del planeta junto con el alemán Adolf Andersen. Stauton, quien patrocinó el diseño de las famosas piezas de ajedrez de madera que llevan su apellido, dio muchas evasivas para no viajar y pidió que el estadounidense fuera a Europa.
Al año siguiente, Morphy viajó a Europa, donde realizó prolongada gira en la que derrotó a los mejores exponentes internacionales, como Andersen, al que se consideraba el campeón mundial, y lo superó claramente en un duelo de 11 partidas, de las cuales el estadounidense ganó siete, empató dos y perdió dos.
A la vista de esos resultados, menos quiso Stauton enfrentarse al visitante, pero nadie dudó que este era el mejor, puesto que el británico no podía con Andersen, en tanto que Morphy había vapuleado al germano.
Tras su efímera gira por Europa, que constituyó toda su carrera ajedrecística de élite, Paul volvió a Estados Unidos y, sin rival digno de él a la vista, se retiró del juego y se dispuso a ejercer su profesión de abogado, pero entonces estalló la Guerra Civil norteamericana y tuvo que postergar su objetivo.
Poco a poco, Morphy fue volviéndose antisocial y mostró síntomas de paranoia. Llegó al grado de que no toleraba que alguien mencionara la palabra ajedrez en su presencia. Se tornó obsesivo hasta su muerte de un derrame cerebral en la ciudad donde nació.