Luis Carlos Coto Mederos
Juan Cristóbal Nápoles y FajardoXI572El amante despreciado
Por la deliciosa orilla
que el Cauto baña en su giro
iba montado un guajiro
sobre una yegua rosilla:
Una enjalma era su silla
trabajada en Jibacoa,
de flexible guajacoa
llevaba en la mano un fuete,
y puesto al cinto un machete
de allá de Guanabacoa.
Fuera de sus pantalones
mecíale la fresca brisa,
las faldas de su camisa
guarnecida de botones.
Llevaba unos zapatones
de pellejo de majá,
flores de Guatapaná
en la cinta del sombrero,
y era el tal hombre un veguero
de las vegas de Aguará.
Embelesado del río
en la corriente de plata,
de una guajirita ingrata
recordó el infiel desvió:
Su ademán era sombrío
y triste aquella ocasión;
y herido su corazón
de mal vengados agravios,
se escapó de entre sus labios
el nombre de Concepción.
Conchita fue la que un día
debajo de unos ciruelos
puso fin a sus desvelos
diciendo que lo quería.
Tuyo será, le decía,
mi dulce y primer besito…
Pero ésta que amor bendito
juró en pláticas sucintas,
tuvo dos caras distintas
como la hoja del caimito.
Su pobre amante rendido
que se llamaba Apolonio,
se entregó como un bolonio
a aquel amor fementido.
Otro joven del partido
por su Conchita suspira,
y ella ardiendo como pira
entregóse a sus halagos,
cual se rinde a los estragos
del huracán la jejira.
Era Concha una beldad
donosísima, aunque pobre,
como la que está en el Cobre
Virgen de la Caridad.
En lo mejor de su edad
silvestre flor peregrina,
su boca dulce y divina,
húmedos sus labios rojos,
y seductores sus ojos
como los de mi Rufina.
Por eso el que la adoraba
aspirando ser su esposo,
buscó su rival dichoso
que Camilo se llamaba.
A la sombra de una yaba
se vieron los mozalbetes
y entre dimes y diretes
rencorosos se injuriaron,
y al punto desenvainaron
sus relucientes machetes.
Camilo quedó vencido
con una herida en el pecho
y Apolonio, satisfecho,
de emigrar tomó partido.
Descarriado, perseguido
de la justicia severa,
del Cauto por la ribera
se alejaba lentamente,
y con voz triste y doliente
cantaba de esta manera.
“Adiós ingrata beldad,
coqueta sin sentimiento
y voluble como el viento
que vaga en la inmensidad.
Tu inesperada crueldad
de furor mi sangre enciende;
te amé como aquél que entiende
del amor la santa ley,
como quiere el curujey
al árbol donde se prende.
”Cifré en tu amor mi ventura,
soñé mil veces contigo,
y en mi corazón di abrigo
a la esperanza más pura.
Tú con fingida ternura
diste fin a mi pesar,
me juraste idolatrar
con firme constancia, en suma,
y fue tu amor cual la espuma
que forma el viento en el mar.
”Por ti, perjura hechicera,
abandona este cubano
la alegre choza de guano
donde vio la luz primera.
No alces luego lastimera
la voz pidiendo perdón,
pues no soy en la ocasión
ni tu amante ni tu amigo,
ni quiero cantar contigo
debajo del marañón.
”Adiós; y ya roto el hilo
de mi amor en mil pedazos
vive feliz en los brazos
de tu amoroso Camilo.
Yo voy a buscar asilo
al pueblo de Camagüey,
y ojalá, mujer sin ley,
que, pese a tu dulce arrobo,
te suceda como al jobo
cuando lo enreda el jagüey”.
Dijo; y dando a su rosilla
unos cuantos latigazos,
se perdió entre los ramblazos
que hay de aquel río en la orilla.
De una elevada llanilla
susurró la ramazón,
del céfiro al blando son,
los guáranos se mecieron
y los montes repitieron
el nombre de Concepción.