Cultura

La Necrópolis de Colón

La Habana 500

Texto y fotos de Enriquito NúñezEspecial para POR ESTO!

La Necrópolis de Colón de La Habana es el más grande y famoso de los veintiún cementerios de la ciudad por ser una suerte de museo funerario, pero sobre todo por la cantidad de personajes ilustres que encontraron allí un lugar para el último descanso. La cifra de personas de Cuba y el extranjero enterradas en Colón ronda los dos millones en unas cincuenta y seis mil tumbas. Fue inaugurado en El Vedado capitalino, el 30 de octubre de 1871 y está considerado como uno de los más importantes a nivel mundial, junto al del Staglieno, en Génova, Italia, o el de Montjuic, en Barcelona. Sus 57 hectáreas lo convierten en el mayor de Cuba y América. La planta de la Necrópolis de Colón se divide en cuatro grandes áreas o cuarteles, resultado del corte en cruz de dos ejes formados por las avenidas principales. Este diseño se repite al interior de los cuarteles. Las cruces dividen la superficie del cementerio a partir de una jerarquización social y el precio de las parcelas según la ubicación: Zona de monumentos de primera, de segunda, o tercera. Desde el punto de vista estilístico, son abundantes los monumentos eclécticos, neogóticos y neo-románicos, aunque también encontramos algunas capillas Art Decó y casos muy contados de un matizado racionalismo, mucho más modernos en su concepción arquitectónica y decorativa

La entrada principal es un imponente pórtico de 21 metros de altura, rematado por un magnífico conjunto escultórico, obra del cubano José Vilalta de Saavedra, realizada en mármol de Carrara, y que representa las tres virtudes teologales de la religión católica: Fe, Esperanza y Caridad. Al dejarlo atrás se adivinan las dos principales avenidas que se intersectan en forma de cruz y en cuyo centro se erige la Capilla donde se les da una misa y el último adiós a muchos difuntos y se ofrecen otros servicios religiosos. Al caminar por la avenida principal nos espera una verdadera colección de arte funerario y arquitectónico en los majestuosos panteones dedicados a las familias más adineradas de Cuba. Pero algunas no fueron construidas para una familia o un encumbrado personaje, siendo ese el caso del bellísimo mausoleo de diez metros de altura dedicado a los bomberos fallecidos en 1890 en el pavoroso incendio de la ferretería Isasi, en el que destacan los retratos en mármol de los caídos.

La Necrópolis de Colón está llena de curiosidades, leyendas y obras de arte. Una de ellas es que su primer inquilino fue precisamente Calixto Aureliano de Loira y Cardoso, quien fuera el arquitecto encargado de diseñar el camposanto, y que falleció sin ver concluida su obra. Curiosamente, su sucesor al frente de los trabajos, el también español, arquitecto Félix de Azúa, fallece un año después, y ambos reposan juntos en la necrópolis. Muchos próceres de nuestras guerras de independencia, hasta el número de 72, reposan en la Necrópolis de Colón. Tales son los casos del Mayor General Calixto García Íñiguez o del Generalísimo Máximo Gómez Báez. Otros cubanos ilustres que yacen en la Necrópolis de Colón son: Juan Gualberto Gómez, Antonio Guiteras, los veteranos de las Guerras de Independencia y otros, como el campeón mundial de ajedrez José Raúl Capablanca y el novelista Alejo Carpentier. El Panteón de las Fuerzas Armadas Revolucionarias guarda los restos de numerosos jefes y oficiales caídos en el cumplimiento del deber, pero también de muchos héroes civiles que se ganaron con su vida ejemplar el honor de descansar allí. Un bello conjunto escultórico con banderas cubanas realizadas en acero inoxidable atesora a los combatientes caídos en el asalto al palacio presidencial en 1957, durante la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista, quien, por cierto, y para alegría de los habaneros, está enterrado a mil millas de aquí.

Cuantiosos símbolos del vasto código funerario son visibles en los ricos panteones: Antorchas invertidas acompañadas de ramas de laurel y de relojes de arena alados que indican lo irreversible de la vida terrenal. Entre las esculturas más notables está una reproducción de La Pietá, de Miguel Angel. Representaciones de ángeles en dolor, muchas imágenes del Cristo Redentor y hasta una Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, coronan no sólo los más fastuosos panteones, sino también la mayoría de las tumbas de otras muchas familias menos poderosas económicamente. Llama la atención el Monumento al Hombre Común, dedicado a aquellos fallecidos sin recursos, desamparados, a veces sin familia, que fueron enterrados muy modestamente en fosas comunes.

Sin lugar a dudas, la tumba más visitada y famosa del cementerio es la de La Milagrosa, una cubana de nombre Amelia Goyri de la Hoz, de quien se dice que concede milagros, porque cuenta la leyenda que esta mujer murió durante el parto de su bebé, y con él a sus pies fue enterrada, según la tradición. Y se dice que cuando fue abierta su tumba ambos estaban abrazados. Su viudo, José Vicente Adot, visitó diariamente la tumba de su amada durante cuarenta años hasta su fallecimiento. Y cuentan que cada día tocaba fuertemente con la aldaba de bronce en el mármol, implorando a gritos, desesperado, a su esposa que despertara y volviera a la vida El mito de La Milagrosa ha traspasado nuestras fronteras y el lugar recibe visitas de muchas partes del mundo. Su panteón siempre está colmado de flores y los veladores del cementerio lo cuidan con especial celo.

Incontables leyendas e historias pueblan toda la Necrópolis de Colón. Curiosas historias que hablan de dolor, de pasión, incluso de fanatismo; en resumen, de los sentimientos de los habitantes de la gran ciudad. El sitio recuerda lo tremendamente fuerte que es la perseverancia de la gente en su afán por recordar e inmortalizar a sus seres queridos. El inmenso cementerio habanero, grandioso conjunto urbano funerario con casi 150 años de existencia, por la riqueza de sus monumentos arquitectónicos y esculturas conmemorativas, por la historia que escribieron muchos de los cubanos sepultados en Colón, fue declarado Monumento Nacional de Cuba por Resolución 51 del Consejo Nacional de Monumentos de 18 de febrero de 1987.