Pedro de la Hoz
Uno de los signos distintivos de la Fiesta del Fuego es la presencia de las expresiones culturales de origen haitiano, enraizadas en las comunidades cubanas de la mitad oriental de Cuba. Para los visitantes de la veintena de países concurrentes a estas jornadas de la cultura caribeña que tienen lugar en la ciudad de Santiago de Cuba, entrar en contacto con tales prácticas los lleva no sólo a reconocer su permanencia como llama viva de un patrimonio tangible, sino también la resiliencia espiritual de un pueblo sometido a calamidades de todo tipo.
Cierto que Haití es hoy, como lo calificó un economista, “un verdadero coctel explosivo”, con una hiperinflación del 18 por ciento, una persistente crisis humanitaria, una población de casi tres millones de personas amenazadas por la inseguridad alimentaria, y una alarmante incertidumbre política, datos que ocupan las noticias generadas desde el país antillano.
No faltan esfuerzos solidarios que intenta paliar la situación, como la reciente iniciativa de la Comunidad de Estados del Caribe (Caricom), que en su reciente cumbre de hace una semana acordó enviar una misión, integrada por el presidente del bloque caribeño, Allen Chastanet; los primeros ministros de Bahamas, Hubert Minnis, y de Jamaica, Andrew Holness, así como el secretario general Irwin LaRocque, a fin de facilitar una solución política al dilatado conflicto interno, acentuado en los últimos meses de protestas masivas.
Pese a este panorama, el arte lucha por no dejar de ser arte. En Puerto Príncipe se acaba de inaugurar el Festival de Dramaturgia Contemporánea en Lisant, que hasta el próximo 17 de julio programará monólogos, conferencias, debates, talleres infantiles y proyección de películas.
En declaraciones a la agencia Prensa Latina, el destacado cineasta y promotor cultural Arnold Antonin explicó cómo los realizadores “están enfocados en la producción documental, con una salida en las televisoras locales y regionales, que dialogan sobre la realidad del país, y la álgida situación sociopolítica y económica, aún sin muchos medios y recursos”. Y subrayaba la voluntad de “hacer de la falta de medios una oportunidad para hacer cine con mucho contenido, creatividad, aunque sea un cine imperfecto”.
En Santiago de Cuba la Fiesta del Fuego ha vuelto a ser una fiesta de la cultura haitiano-cubana. Momento culminante fue la ceremonia vudú oficiada en la sede de la Casa del Caribe por el sacerdote mayor (hougan) de esa práctica litúrgica-cultural, Pablo Milanés Fuentes, oriundo de la intrincada comunidad de Pilón del Cauto, depositario de una larguísima tradición traída por sus ancestros desde la vecina Haití, desde los tiempos de los estallidos revolucionarios de Mackandal y Toussaint Louverture.
Él mismo afirma que de padres a hijos en su familia se fue transmitiendo la historia de los antiguos esclavos africanos trasladados por los hacendados franceses que huyeron hacia el oriente cubano cuando los negros se alzaron por la independencia y la abolición en el tránsito de los siglos XVIII y XIX. “Unos cuantos –relata– se fueron hacia el monte al llegar a Cuba y dejaron atrás su condición de esclavos. En el alma de aquellos estaba la devoción hacia los dioses acompañantes y eso es lo que hemos cultivado, con el refuerzo de los que vinieron después, pues mucho haitiano, de los que se ganaban a duras penas cortando caña en épocas de hambre a principios del siglo pasado, se quedaron en los campos cubanos y con ellos se quedaron nuestros dioses”.
Milanés desmiente los mitos prevalecientes sobre el vudú: “Puros cuentos de camino y malas intenciones tracistas hay en las historias de muertes y maleficio con que se representa al vudú. Lo nuestro es cantar a la paz, repartir bondad y amor entre los seres humanos, vivir en armonía con la naturaleza, respetar al prójimo, y curar el cuerpo y el espíritu”.
La política cultural cubana durante los últimos sesenta años ha privilegiado la preservación y promoción de los valores patrimoniales propios de las comunidades de origen haitiano en la Isla. No es menester ser descendiente de haitianos para aprender y reproducir las prácticas ancestrales; no pocos grupos de aficionados a la música y la danza, con respeto y fervor, las cultivan. Tal es el caso de una agrupación presente en la Fiesta del Fuego 2019: Mecongó, de la localidad de Palma Soriano, atendida por la instructora de arte Sulema Rossell, quien se ha encargado de sistematizar la coreografía del merengue haitiano.
Volviendo a las prácticas rituales, es lógico que el vudú en Cuba haya derivado en afluentes propiciatorios de mestizajes, dado el crisol de culturas que han cohabitado en las comunidades cubanas, sobre todo las de la región oriental.
Un ejemplo de esa venturosa hibridación se tiene en el Cabildo del Cimarrón, del poblado de El Cobre, liderado por Juan González Madelaine, un hombre sabio, portador de experiencias vinculadas al vudú, la santería y el espiritismo, y voceros de los deseos de paz y convivencia que cada año se manifiesta en el Monumento al Cimarrón, en una elevación montañosa desde la que se divisa el Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Luego de que en la base del monumento Madelaine hiciera arder el fuego purificador, pido que comparta sus deseos con los lectores de los diarios POR ESTO!: “Hago todo lo posible por que triunfe la vida sobre la muerte, el entendimiento sobre la incomprensión, la fraternidad sobre el odio, la prosperidad sobre la pobreza, la paz sobre la guerra. Yo lo hago desde mi credo, otros lo pueden hacer desde el suyo, incluso los no creyentes, porque al final de la historia todos compartimos un mismo espacio y una vida común. Bendición para los hermanos mexicanos”.