Pedro de la Hoz
En la música de concierto, Finlandia hace saber que no solo presenta al mundo la credencial de Jan Sibelius. Si bien el célebre compositor puso al país nórdico en el mapa sinfónico mundial con su ciclo de siete obras ejemplares, un modélico concierto para violín y orquesta y trece poemas sinfónicos en cierta medida comparables a los de Franz Liszt y Richard Strauss, la crítica ha vuelto los ojos hacia Armas Järnefelt a propósito de cumplirse este 14 de agosto el sesquicentenario de su nacimiento.
Fuera de Escandinavia el nombre no es familiar. Entre los compositores finlandeses se conocen a escala internacional algunos más cercanos en el tiempo, como Einojuhani Rautavaara, muy apreciado por su repertorio coral en nuestro continente, o Kalevi Aho, experimentador en el sinfonismo. Sin embargo, una obra suya, Berceuse para violín y orquesta (existe una versión para cello) se ha difundido lo suficiente como para no fijarse en la memoria de muchos melómanos más allá de las fronteras de Finlandia.
Con Järnefelt sucede, además, algo parecido al caso de uno de los más publicitados compatriotas suyos en el campo musical, Esa-Pekka Salonen: el director orquestal se eleva sobre el compositor, aun cuando Salonen, a diferencia de Järnefelt, esté mucho más valorado en su faceta creativa, como lo demuestran los estrenos del movimiento sinfónico L.A. Variations, de su época de director titular de la Filarmónica de Los Ángeles, y de Wings on wings, para dos sopranos y orquesta.
Desde el podio Järnefelt alcanzó notoriedad. De 1898 a 1903, dirigió la agrupación Amigos de la Música en Vyborg, su ciudad natal (hoy día en territorio ruso). En los años siguientes organizó semanas de ópera en Helsinki (1904-1906) en el recién construido Teatro Nacional, destacándose en la puesta de obras de Richard Wagner.
A partir de 1905 asumió el cargo de director musical del Teatro Real de Estocolmo y casi al mismo tiempo aceptó las riendas del Instituto de Música de Helsinki. Fue así como alternó su vida artística entre Suecia y Finlandia.
En Estocolmo tuvo por cinco lustros el destino del más importante teatro de ópera del país. Solo al final de la temporada 1931-1932, Järnefelt, que entonces tenía 63 años, dejó su puesto Su actuación finales fue con la ópera El corazón, de Hans Pfitzner. En el otoño de ese año recibió un contrato con la Ópera finlandesa, donde permaneció hasta 1936. Trabajó intensamente, a punto que contabilizó más de 200 conciertos y puestas lírico-musicales.
El 30 de noviembre de 1939, la Unión Soviética declaró la guerra a Finlandia. El director de la Filarmónica de Helsinki en ese momento, Georg Schnéevoigt, huyó del país, y su sucesor elegido, Tauno Hannikainen, se negó a regresar de Estados Unidos. Armas Järnefelt, con 70 años, fue invitado a dirigir la Orquesta Filarmónica de Helsinki, primero provisionalmente hasta que le concedieron la titularidad. En la capital finlandesa dirigió 40 conciertos, el último de ellos para celebrar el fin de la guerra. En esa ocasión, Järnefelt dirigió la Quinta sinfonía, de Sibelius, y una obra propia, la cantata Isänmaan kasvot (La cara de la patria).
Inevitablemente Järnefelt, el compositor, se mueve en la órbita del Sibelius. Incluso estuvieron emparentados, puesto que una hermana suya casó con el gran compositor. Este le llevaba cuatro años de edad a Järnefelt y hasta puede decirse que se dejó guiar en los inicios por aquel.
El lenguaje nacionalista se trasluce en sus obras orquestales, algunas de cierto vuelo romántico, escritas con absoluto dominio de las relaciones instrumentales. Su producción inicial para varias obras de piano y música de cámara, entre ellas Romanze para violín y piano (1891) que recrea la atmósfera de la belle epoque; una suite para violín y piano (1892), revisada en una versión completa a principios del actual siglo, y Tres piezas, para piano (1895). Más adelante, se concentró en el trabajo orquestal, como el poema sinfónico Korsholm (1894), la Sinfonía fantástica (1895), Heimathklang (1895), y las suite Serenad (1893).
Pero si algo ha pegado es, como ya apuntamos, su Berceuse (1894). En apenas unos cuatro minutos, Järnefelt consigue una atmósfera melancólica muy sugerente y personal, al margen de las huellas de Sibelius.
La Berceuse abrió y cerró a finales de julio el festival de Korsholm, ciudad costera finlandesa por la que Järnefelt sintió un afecto especial. Fue el de ahora un momento para honrar el siglo y medio de la llegada al mundo del laborioso músico.